Qué hay detrás de un abrazo

En este artículo, se reflexiona sobre el abrazo mutuo en el encuentro mantenido en el Vaticano por el Papa Francisco y el presidente de Argentina, Javier Milei.

10 de marzo de 2024·Tiempo de lectura: 2 minutos

Un apretón de manos o un abrazo entre dos líderes políticos, entre dos hombres de Estado, puede significar un simple gesto protocolario o una operación de maquillaje diplomático. Pero también puede ser el signo de una reconciliación y la llave que abra una nueva etapa de entendimiento y concordia. El compromiso, ante los flashes, de la disposición a una colaboración estrecha. 

Existían muchas expectativas en torno al encuentro que iban a mantener en el Vaticano el Papa Francisco y el presidente de Argentina, Javier Milei. Una reunión que se daba en el marco de un hecho excepcional: la canonización en la Basílica de San Pedro de la primera santa argentina, Santa María Antonia de Paz y Figueroa. 

El país que vio nacer a Francisco y a Milei está atravesando una fuerte crisis económica, política y social. Los dos dignatarios lo saben y a los dos les pesa. El deseo de diálogo entre la Iglesia y el Estado es fuerte, aunque se haya visto empañado por un constante tira y afloja.

Pero más allá de las circunstancias, el abrazo que presenciamos ese día habla con mucha elocuencia, en su sencillez, de la grandeza de Jorge Mario Bergoglio. 

Uno no sabe hasta qué punto es capaz de perdonar cuando no ha sido fuertemente agraviado. Los calificativos que Milei dedicó a Francisco en el pasado sobrepasaron con creces el insulto. Es cierto que después ha pedido perdón y que cuando los pronunció estaba en campaña electoral. Pero personalmente no sé si sería tan magnánima de disculpar a quien se hubiera referido a mí en esos términos, por mucha comprensión que pudiera dedicarle. El Papa Francisco tuvo la genialidad de desarmar a Milei con su estilo porteño, quebrando cualquier muro con una simpática referencia a su peinado. Entonces llegó la petición del presidente: “¿Puedo darle un abrazo?” Y la respuesta, de pastor y padre, de Francisco: “Sí, hijo mío, sí”.

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