TribunaJuan Ignacio Arrieta

Profesor Javier Hervada, maestro de juristas de la Iglesia

A comienzos de marzo ha fallecido el prestigioso canonista Javier Hervada, considerado por muchos un “maestro”. Había nacido en Barcelona en 1934. El autor mantuvo estrecha relación con Hervada, tanto profesional como personal.

7 de abril de 2020·Tiempo de lectura: 3 minutos

El 26 de noviembre de 2002, a petición de la Facultad de Derecho Canónico, la Pontificia Universidad de la Santa Cruz confirió a Javier Hervada el doctorado honoris causa. Era una expresión formal académica, que apreciaba el eminente universitario que siempre fue Hervada, de la gratitud de cuantos en 1984 iniciamos la aventura de esa nueva Facultad romana, por su entusiasta aliento a las iniciativas que habían surgido aquí y por la personal dedicación que nos había concedido a cada uno en los casi dos lustros anteriores.

Como había sucedido con Pedro Lombardía, hasta su fallecimiento en 1986, la que comenzó siendo Sección Romana de la Facultad de Derecho canónico de la Universidad de Navarra encontró en Javier Hervada el seguro apoyo donde descargar juventud y afianzar seguridad, método y objetivos. El buen quehacer universitario de Lombardía y de Hervada, ampliamente reconocido, allanó el desarrollo de la nueva Facultad y cuanto ellos sembraron aquí representa, sin duda, una de las principales aportaciones de esta institución a la canonística romana: hacer derecho a partir de la realidad teológica de la Iglesia –fuertemente renovada con el Concilio Vaticano II– utilizando los instrumentos jurídicos que la ciencia canónica elaboró a lo largo de los siglos.

Durante veinte años Javier Hervada figuró entre los profesores invitados de la Facultad de Derecho canónico, con cursos regulares, seminarios de profesores y la dirección de muchos trabajos de investigación. Participó en nuestros Congresos, publicó monografías en varias colecciones de la Facultad, y la revista Ius Ecclesiae –que en parte debe a él su nombre– hospedó en esos años diversos de sus mejores trabajos. En Roma transcurrió, a veces, periodos prolongados de dos o tres semanas, cada año, residiendo en la actual Domus Paolo VI, adyacente a la sede de la Universidad en el Palazzo dell’Apollinare, o en alguna de las residencias de profesores. Pero el principal fruto de sus estancias romanas quedaba siempre en las conversaciones individuales con los entonces jóvenes profesores de la Facultad, mientras se saboreaba un café en Sant’Eustachio o dando un paseo por la cercana Piazza Navona.

Javier Hervada dedicó sus mejores energías a formar canonistas o, como acertadamente decía, juristas de la Iglesia. A sus discípulos brindó amistad y afecto, siempre con exquisito respeto por la libertad y autonomía lo que, no raramente, le retraía inicialmente de manifestar puntos de vista críticos, hasta que no era vivamente solicitado para que expresara su opinión, cosa que hacía luego con delicadeza extrema. Era esto lo normal, porque en ocasiones excepcionales, cuando entraban en juego aspectos centrales de derecho de la Iglesia, en públicos debates congresuales, sabía también manifestar con viveza sus observaciones críticas, como sucedió con el amigo Eugenio Corecco, entonces profesor de Friburgo en Suiza, durante el memorable Congreso que la Consociatio celebró en Pamplona en 1976.

Hervada era un amigo que hacía suyos los éxitos profesionales de los demás y gozaba escuchando aspectos novedosos y resultados de la investigación de otros, que frecuentemente enriquecía con aportaciones de su amplia formación cultural o con observaciones de una lógica jurídica excepcionalmente diáfana. Incluso en los últimos años de su vida, cuando en sus limitaciones físicas, Javier se mostraba más retraído, sus discípulos habíamos desarrollado un “arte” de saber “provocar” su vena canonística, obteniendo siempre clarividentes síntesis, frecuentemente inéditas que arrojaban nueva luz sobre cómo afrontar criticidades nuevas de la vida jurídica de la Iglesia. Probablemente una de sus últimas salidas al extranjero tuvo lugar con ocasión del breve curso que dictó el año 2006 en Venecia a los alumnos del Instituto de Derecho Canónico San Pío X, del Studium Generalem Marcianum, por entonces afiliado a la Facultad de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

Allí residió unos días en el apartamento de Piazza dei Leoncini que el Patriarca Scola nos había cedido a Arturo Cattaneo y a mí, disfrutando de Venecia y, sobre todo, de los frutos intelectuales que había sembrado durante toda su vida.

La actividad de Javier Hervada se edificó siempre en una ejemplar fidelidad a su vocación cristiana en el Opus Dei y en una sincera piedad a la Madre de Dios, a la Iglesia y al Papa. Como discípulo suyo de vieja data, y también amigo, me conmovía siempre, tras mi ordenación episcopal, la sencilla devoción con la que cuando me acogía en su casa se acercaba para besar el anillo episcopal, movido por lo que para él era la razón de su existencia.

Te echaremos muy de menos, Javier, pero aparte de en nuestras oraciones, quedas en nuestros corazones y en el modo de trabajar que tú nos has enseñado.

El autorJuan Ignacio Arrieta

Secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos

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