Mientras la NASA ultimaba los preparativos para que el hombre pisase la luna por primera vez, un joven teólogo, Joseph Ratzinger, se hacía preguntas similares. “¿Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000?”, fue el título de una de sus alocuciones por radio que posteriormente se recogerían en el libro “Fe y futuro”. El futuro Papa Benedicto XVI estaba convencido de que la Iglesia estaba viviendo una época parecida a la que vivió después de la Ilustración y de la Revolución francesa. “Nos encontramos en un enorme punto de cambio -explicaba- en la evolución del género humano. Un momento con respecto al cual el paso de la Edad Media a los tiempos modernos parece casi insignificante”.
El año 2000 quedaba entonces muy lejos. Aparecía en el horizonte marcando una línea simbólica. El mismo año que el joven teólogo alemán pronunciaba esta conferencia, Stanley Kubrick presentaba su obra maestra “2001: Una odisea en el espacio” en la que también quiso plasmar sus intuiciones acerca del futuro de la humanidad. Hoy, ya rebasado ampliamente aquel umbral temporal, vemos cómo muchas de aquellas profecías se están cumpliendo. Da vértigo comprobar el avance de la inteligencia artificial y su posible acercamiento hacia una supuesta autoconciencia como le ocurría al ordenador HAL-9000 en la película visionaria. Y sobrecoge leer las palabras de aquel joven teólogo alemán. Porque él no creía que la Iglesia fuese a tener una gran influencia en la sociedad, ni que fuese a marcar esta nueva época de la historia. Más bien pensaba todo lo contrario, que se enfrentaba a una gran crisis y a una pérdida total de influencia:
“De la crisis actual -afirmaba- surgirá una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no será capaz de habitar los edificios que construyó en tiempos de prosperidad. Con la disminución de sus fieles, también perderá gran parte de los privilegios sociales”.
¡Cuántas de nuestras iglesias vacías, de los enormes seminarios hoy convertidos en hoteles o residencias de ancianos, son testigos del cumplimiento de estas palabras! En nuestra propia patria observamos la disminución de los católicos al tomar el relevo una generación -precisamente la de los que nacíamos en aquellos años- para los que la fe ya no es relevante para la vida. Nos bautizaron, pero esa fe que quisieron darnos nuestros padres, nosotros ya no se la hemos transmitido a nuestros hijos. Así, lenta pero inexorablemente, la Iglesia ha dejado de tener miembros activos y, por ello, cada vez es menos relevante en nuestra sociedad.
Esta visión tan cruda del porvenir de la Iglesia no provocaba en Joseph Ratzinger una vivencia negativa. Más bien al revés. Creía que esta situación nos llevaría a un tiempo de purificación que ayudaría a la Iglesia a ser más auténtica y libre:
“Se presentará [la Iglesia] de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que solo se puede acceder a través de una decisión. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Será una Iglesia más espiritual, que no suscribirá un mandato político coqueteando ya con la izquierda, ya con la derecha. Será pobre y se convertirá en la Iglesia de los indigentes”.
Su sucesor en la sede de Pedro, Francisco, al inicio de su pontificado exclamaría precisamente: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres!”. No es el camino del poder, de la influencia, de las estrategias del mundo el que marcará el futuro de la Iglesia. Ni será su adaptación a los criterios de la sociedad lo que nos hará más influyentes. Al revés, denuncia el futuro Papa Benedicto XVI, esto nos haría completamente irrelevantes. El camino que debemos reencontrar es sencillamente, como lo vivió el “poverello” de Asís, el de la radicalidad del Evangelio. Es el que ha emprendido el Papa Francisco al tomar el timón de la barca de Pedro. Un camino que provocará contrariedades y tensiones internas, como podemos ver hoy en nuestra Iglesia. También esto lo indicaba el joven Joseph Ratzinger en su intervención:
“El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo. El proceso será largo y laborioso. Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas”.
El joven teólogo alemán preveía que la Iglesia sufriría tensiones internas y externas. Este parece ser el momento que nos está tocando vivir. Cristo es crucificado otra vez por las ideologías sectarias que viniendo del mundo quieren colonizar a la Iglesia y una corriente de nuevo pelagianismo voluntarista. No hay que ir muy lejos para percibir esta tensión. “A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles -insistía Ratzinger en aquella conferencia radiofónica-. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas”.
La barca de Pedro es zarandeada una y otra vez. Los apóstoles de hoy vuelven a gritar atemorizados temiendo que se hunda. Pero, una vez más, hay un pequeño rebaño, un resto de Israel, que permanece fiel. Y que, en su sencillez, viviendo el Evangelio sin páginas arrancadas, sin necesidad de glosas explicativas, será verdadera luz para un mundo que se ahoga en tinieblas. La Iglesia, pequeña y pobre, con sus manos vacías, con menos obras, será la respuesta a lo que anhelaba su corazón. Es la última parte de la profecía de Joseph Ratzinger que abre la puerta de la esperanza más genuinamente cristiana.
“Florecerá de nuevo [la Iglesia] y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte”.
Delegado de enseñanzas en la Diócesis de Getafe desde el curso 2010-2011, ha ejercido con anterioridad este servicio en el Arzobispado de Pamplona y Tudela, durante siete años (2003-2009). En la actualidad compagina esta labor con su dedicación a la pastoral juvenil dirigiendo la Asociación Pública de Fieles 'Milicia de Santa María' y la asociación educativa 'VEN Y VERÁS. EDUCACIÓN', de la que es Presidente.