La presencia católica en Asia Central

Asia Central, con su rica historia y diversidad cultural, ha sido testigo de la presencia de diversas religiones a lo largo de los siglos, habiendo sufrido muy especialmente la persecución marxista de la URSS a toda forma de manifestación de culto público de cualquier religión.

21 de julio de 2024·Tiempo de lectura: 4 minutos
Asia Central

Santiago Milans del Bosch con los padres Ariel y Paul ante la imagen de Nuestra Señora de Luján

He publicado varias reseñas sobre mis estancias profesionales en dos países de Asia Central, en unos seminarios jurídicos organizados por la Unión Europea, dentro del programa LEICA (Law Enforcement In Central Asia) que han tenido lugar los pasados meses de enero y abril de 2024.  La presente publicación no tiene carácter profesional, y sí tiene por finalidad contar mi experiencia en un aspecto para mí muy importante en mi vida.

Asia Central, con su rica historia y diversidad cultural, ha sido testigo de la presencia de diversas religiones a lo largo de los siglos, habiendo sufrido muy especialmente la persecución marxista de la URSS a toda forma de manifestación de culto público de cualquier religión durante las décadas en que dichos pueblos y las cinco naciones que integran esta región (que son conocidas en España como las repúblicas “tanes” por la terminación en “tan” de sus nombres, que tanto han pasado desapercibidas para nosotros) han vivido bajo el régimen soviético.

En este artículo narro mi experiencia personal con la gente de estos países, de la que destaco su corrección, educación y disponibilidad “para ayudarte en lo que necesitaras”, algo que me ocurría cada dos por tres, pues a la dificultad del idioma -sólo les entendía en la despedidas, cuando sabían que era español, que me decían ‘Barsa” o ‘Hala Madrid’- se unía el que ahí me hallaba “perdido y desconectado”, sin wifi y sin datos (por lo que el móvil sólo me sirva para mirar la hora y sacar fotos) y, concretamente, mis experiencias en las ciudades de Almatý (Kazajistán), Tashkent y Samarcanda (Uzbekistán), donde la comunidad cristiana -a la que ahora me referiré- ha dejado una huella significativa, que hoy se mantiene, con sus todavía restricciones y limitaciones, muy presente.

Kazajistán

En Almatý, la ciudad más grande de Kazajistán, se encuentra, además de la catedral de la Santísima Trinidad (mismo nombre que el que tiene la archidiócesis creada por el papa san Juan Pablo II), la Capilla del obispo, donde a diario los fieles católicos se reúnen en la celebración de la Eucaristía oficiada muchas veces por el Obispo don José Luis Mumbiela (nacido en Monzón, Huesca), presidente del Episcopado de Asia Central, que ha dedicado su vida al servicio sacerdotal, primero en una parroquia leridana y ahora en esta región.

Poder asistir a la Eucaristía, comulgando en las dos especies, y otros actos de culto en dicha capilla fue todo un lujo, sobre todo porque coincidí con la Primera Comunión de un joven kazajo y pude comprobar la exteriorización sincera de una comunidad de gente, mucha de ella conversa del islam. Me impresionó la historia de origen polaco, tras la deportación estalinista, de Nuestra Señora de la Paz (Virgen de Ozornoye, patrona de Kazajistán) que aparece en una pintura en que se la ve a Ella y al Niño Jesús, ambos, con rasgos kazajos, a la que se le atribuye el milagro de los peces en un lago helado.

También en Almatý, en la casa АЛМАРАСАН (Almarasan), un centro del Opus Dei que sirve como lugar de residencia, estudio y encuentro para muchos jóvenes kazajos en dicha ciudad, tuve igualmente el gran privilegio de asistir a la celebración de la Eucaristía y participar en amigable tertulia con españoles e hispanoamericanos que trabajan y viven ahí. Me sentí muy arropado y esos días los viví sintiendo la fuerza de la oración de tanta gente por la sanación de mi sobrino Juan que estaba muy grave por un síndrome compartimental y una sepsis en una pierna, todo ello derivado de la fractura de la tibia y la ruptura de una arteria que sufrió durante un partido de fútbol en Asturias.

Doy gracias a Dios por estas “comunión de los santos” y a Santi de Lasala y Nico Zambrana que tanto me ayudaron y acompañaron esos días del pasado duro invierno (al menos para los de clima mediterráneo) con temperaturas bajo cero.

Uzbekistán

En Uzbekistán, una tierra de encrucijada de culturas, la comunidad católica se encuentra también presente. En su capital, Tashkent, está la catedral del Sagrado Corazón y la casa convento de las misioneras de la caridad, de santa Teresa de Calcuta, entregadas a los pobres y más necesitados, y que todos los días celebran la Eucaristía en hora temprana, lo que permite disponer el resto del día para las actividades profesionales con los colegas europeos y asiáticos que ahí estábamos convocados.

Ir al monasterio-residencia de las monjas de la Madre Teresa supone, primero, adentrarse en los suburbios de la ciudad y, tras pasar la puerta de la calle, encontrarse con un oasis de paz, Amor y oración. Da gusto verlas a todas con su sari blanco y azul y sentir la gracia de Dios en sus oraciones y con su presencia. Fue providencial que el primer día conociera a Valodia (“recomendado” por Santi desde Almaty), con su mujer e hijo, que tanto me atendió y que tan conocidos y queridos son para las sisters. Nunca podré olvidar lo atentas que estuvieron todas con ese occidental de rasgos morenos que, sin previo aviso, se presentó a la hora de la Misa y que con ellas compartió muchos ratos de oración comunitaria. Sister María Kolbe,  de origen polaco, fue el medio que me puso el Señor para sentirme tan arropado…

Junto a Valodia en la casa-convento de las Misioneras de la Caridad en Tashkent

Terminado el trabajo de Tashkent, tras la clausura y despedida de las autoridades, asistententes, organizadores y el fiel traductor inglés-español-ruso, me desplacé en mi “día libre” en tren a Samarcanda, una ciudad histórica conocida por su arquitectura islámica, capital de la ruta de la seda y la ciencia astrológica en tiempos de Tamorlan. Jamás olvidaré a una pareja de turistas del sur de Rusia que me dijeron que eran musulmaanes e iban a visitar las impresionantes mezquitas de esta ciudad, con la que compartí estancia en el vagón y que tanto me ayudó, llevandome incluso en “su pequeño Yandex” (taxi mediante aplicación de internet), apretujados y con todas las maletas en los asientos (ahí, donde caben tres, caben cuatro), hasta el hotel. En Samarcanda se encuentra la Iglesia de San Juan Bautista, atendida por los padres Ariel y Paul, nacidos en Argentina (lo que se deja ver claro por la imagen de Nuestra Señora de Luján en el interior de la iglesia y en el hogar) que me invitaron a una maginifica merienda con dulce de leche, junto a Cati, una joven uzbeka que se se estaba iniciando en el cristianismo.  A pesar de ser una minoría en un país predominantemente musulmán, los católicos en Samarcanda mantienen su fe y el templo donde se administran los Sacramentos.

Agradezco a Dios por las experiencias maravillosas que me ha dado al encontrarme con gente tan maravillosa y con hermanos y hermanas en la Fe en lugares tan distintos y distantes, donde Dios es el mismo Amor en todo el mundo. Tenía que contarlo.

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