El viernes 24 de junio el Tribunal Supremo anuló la sentencia de Roe vs. Wade, que amparaba el «derecho» al aborto en EEUU desde 1973. Conocida la decisión miles de personas salieron a la calle para celebrarlo, mientras que otras muchas lo hacían para protestar.
Y es que posiblemente el aborto es la cuestión moral más controvertida en occidente desde hace más cincuenta años.
Las exigencias de los provida parecen razonables, en la medida en que creen que están en juego vidas humanas. Sin embargo, los que están a favor del aborto están igualmente convencidos de que es un derecho humano de las mujeres, pues piensan que los embriones o los fetos no son personas con derechos.
Yo estoy personalmente en contra del aborto pero, en estas líneas, no quiero entrar a valorar los argumentos de las dos partes. Quiero subrayar el hecho de que claramente no estamos de acuerdo. Si todos reconocemos esto, lo siguiente que podemos plantearnos es cómo hacer para avanzar juntos en el esclarecimiento de esta cuestión.
Es cierto que uno pueda pensar que es imposible llegar a un acuerdo sobre el asunto. Hay buenas razones para ello: Las posiciones de ambas partes son muy firmes. Unos y otros apenas escuchamos las razones de la parte contraria, hay muchos intereses económicos enfrentados, se trata de un tema que nos implica emocionalmente, etc.
Ahora bien, después de tantos siglos de historia, me pregunto si no será posible resolver nuestras diferencias de una forma más racional y pacífica. A lo largo de la historia los seres humanos hemos solucionado nuestras discrepancias acudiendo a la guerra, a las descalificaciones personales y, últimamente, a la cancelación o la condena social. Y la verdad es que tiene sentido hacerlo, pues muchas veces la imposición forzosa de las ideas de unos sobre otros ha sido eficaz. Ha funcionado en muchas ocasiones, implantado una determinada visión del mundo.
Creo que esta es la razón por la que todos nos podemos sentir tentados a imponer por mayorías las leyes que consideramos justas. Y como la violencia ha dejado de estar bien vista socialmente, preferimos no acudir a ella salvo que no quede otro remedio.
Seguramente sea un poco ingenuo, pero me pregunto si no podríamos ser capaces de tener un diálogo sereno sobre una cuestión moral controvertida. Evidentemente no es algo fácil, pero si no lo intentamos, corremos el riesgo de seguir ahondando en la polarización que cada vez más divide nuestras sociedades.
Con la decisión del tribunal americano los provida han obtenido una gran victoria, revocando una sentencia que parecía inamovible. Mañana, sin embargo, serán los proaborto los que ganarán la siguiente batalla. Ahora bien, en lo que creo que podemos estar de acuerdo todos es que imponer leyes por mayorías ajustadas no está solucionando las discrepancias sociales. Es más, parece agrandarlas.
Así pues, todos deberíamos aceptar que hay que afrontar un debate moral complejo y que nos incomoda. Michael Sandel, el famoso profesor de Harvard y Premio Princesa de Asturias, ha dedicado buena parte de su obra a explicar por qué la mayoría de debates sociales sobre cuestiones morales controvertidas en realidad no han tenido lugar. Sus investigaciones muestran que da igual si el tema es el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual o la maternidad subrogada: En ninguno de esos casos ha habido un diálogo real. Tampoco hay diferencias entre cómo se han gestionado los procesos de decisión en unos países y otros. En todos ellos encontramos la imposición legislativa de unas mayorías sobre otras.
Por eso, si queremos respetarnos todos y avanzar como sociedad ambas partes deben buscar la verdad sobre cada asunto si queremos resolverlo de veras. ¿Y cómo será posible superar las discrepancias? Personalmente tengo la convicción de que en cualquiera de los temas en los que no estamos de acuerdo hay muchos aspectos en torno a esa misma cuestión en los que sí lo estamos. Solo partiendo de aquello que aceptamos todos, podemos aclarar exactamente dónde discrepamos. Y, llegados a ese punto, nos quedará preguntarnos cómo podemos hacer para convivir juntos.
Pongamos un ejemplo sobre la sentencia del aborto recientemente anulada. Las posiciones del Presidente Joe Biden y los obispos estadounidenses son diametralmente opuestas a la hora de juzgar la decisión del Tribunal Supremo. Sin embargo, ambos han subrayado la importancia de que no haya un estallido de violencia. El hecho de que ahora algunos estados prohiban el aborto y otros lo faciliten todavía más no resuelve el problema de fondo. Estamos lejos de convivir serenamente entre todos y de que se den las condiciones para que haya un clima que permita esclarecer la verdad sobre el origen de la vida.
En este sentido el triunfalismo provida no puede ser revanchista: No basta con prohibir el aborto en algunos estados si no se ayuda de verdad a todas las madres que tienen dificultades para criar a sus hijos. Y restregar la victoria frente a los partidarios del aborto tampoco sumará mucho (y esto con independencia de que ellos hagan lo mismo cuando se llevan el gato al agua).
Entiendo las razones de los manifestantes provida que han salido a la calle a celebrarlo. Sin duda es un gran paso para su causa. Sin embargo, el Tribunal Supremo de EEUU ha estado lejos de decir que el aborto sea acabar con la vida de una persona. Sencillamente ha declarado que son los distintos estados americanos los que deben decidir si legalizarlo o no. Al hacer esto está reconociendo implicitamente que el aborto no es matar a un inocente, pues si pensara realmente eso, las leyes americanas lo prohibirían en toda la nación.
¿A dónde voy con todo esto? Pues a que con independencia de que el aborto sea legal o no en un determinado estado (y podríamos decir lo mismo de cualquier país), el verdadero problema es cómo vamos a hacer para ponernos de acuerdo entre las dos partes. Las leyes son importantes y sin duda configuran la cultura, pero lo que he tratado de señalar en estas líneas es que en determinadas cuestiones el establecimiento de una ley no acaba con la controversia. Así pues, ¿cómo podemos avanzar?
El camino para solucionar estos temas no es fácil, por eso muchos piensan que lo único que queda es la batalla cultural. Si entendemos por este concepto dar la cara en el debate público para justificar racionalmente las propias convicciones, entonces estoy de acuerdo en que es muy necesaria. Ahora bien, si dar la batalla cultural quiere decir aceptar que en la sociedad hay dos bandos en torno a cada cuestión controvertida y solo uno de los dos puede quedar en pie, entonces la idea no me entusiasma tanto. Yo no quiero acabar con los que piensan diferente y tampoco quiero imponerles mis convicciones. Quiero una sociedad donde unos y otros tengan la oportunidad de tratar de convencer al otro de su postura sin ser cancelado por intentar hacerlo.
Por eso, aunque estoy contento con la anulación de Roe vs Wade, no tengo un tono triunfalista frente a los partidarios del aborto. De hecho, ahora se sienten atacados y con más miedo, por lo que a priori no es tan fácil que escuchen las razones de la posición contraria. Yo en cambio, quiero dialogar con ellos, tratar de convencerles, no de vencerles en una votación que hoy he ganado y mañana puedo perder. Y por supuesto, estoy dispuesto a escuchar también sus argumentos sin hacer descalificaciones personales y respetando a las personas que no piensan como yo. Quizá así avancemos, realmente, en el debate.
Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.