Lograr un mayor protagonismo de la mujer -y de los laicos en general- en la vida de la Iglesia. Este parece ser un objetivo del pontificado de Francisco, en continuidad con el desarrollo de la teología del laicado, piedra basilar del Concilio Vaticano II, y con el obrar de sus predecesores.
Mientras la sociedad avanza hacia la igualdad de derechos y oportunidades, el Papa parece haber optado por una medida discreta: dar pequeños pasos, aunque significativos, que favorezcan ir por la vía de los hechos, más allá de las discusiones teóricas sobre el rol de los bautizados o la potestad en el gobierno eclesial.
Un reflejo de esto lo hemos visto en el último mes, con el nombramiento de varias científicas de prestigio como miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias. Un gesto que no sólo da visibilidad al trabajo de las mujeres en la ciencia, sino que amplía la mirada sobre el papel de los laicos y la aportación que pueden hacer a la Iglesia, a través de sus logros profesionales. Por no mencionar el reciente nombramiento por primera vez de una mujer como número dos de un dicasterio: Alessandra Smerilli en el Dicasterio para el Desarrollo Humano.
Entre los últimos nombramientos destacan dos ganadoras del premio Nobel de Química en 2020: la francesa Emmanuelle Marie Charpentier y la norteamericana Jennifer Anne Doudna. La noticia vino precedida por otros nombramientos también recientes como el de la canadiense Dona Theo Strickland -Nobel de Física en 2018 por ser pionera en la investigación en el campo de los láser-, el de la química norteamericana Susan Solomon, y el de la astrónoma y química neerlandesa Ewine Fleur van Dishoeck. A la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales se unía el pasado 4 de agosto la antropóloga sudafricana Mpilenhe Pearl Sithole.
Todas ellas profesionales de renombre que, más allá de su contribución al saber, permiten a la Iglesia comunicar un importante mensaje.