Los medios comentan que los parámetros sanitarios ya casi permiten hablar de vuelta a la normalidad; pero esta normalidad no se mide sólo en indicadores externos, cada uno tiene sus propias referencias: abrazar a los nietos, recuperar tertulias, comidas familiares, ir al cine, y otros por el estilo. En definitiva volver a sintonizar la vida con el entorno. Esas pequeñas cosas son las que nos acercan a la normalidad.
Entre los indicadores sentimentales de muchas personas hay uno que ya se ha recuperado: vuelven las procesiones a las calles. Algunas ya han salido y, si todo va bien, en unos días el Gran Poder recorrerá las calles de Sevilla para visitar los barrios más pobres de la ciudad y pasar unos días allí, con sus hijos más necesitados de consuelo y compañía.
A algunos este indicador les puede resultar algo anacrónico, propio de un sentimentalismo trasnochado, manifestación de una religiosidad popular que ya no tiene cabida en el cristianismo actual, pero es algo más profundo: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Deus Caritas est)
Ese es el sentido de estad manifestaciones populares de fe que son las procesiones: el encuentro con el Señor por las calles, paseando su dolor redentor, saliendo a buscar a sus hijos, como el padre del hijo pródigo que corría a su encuentro para abrazarlo, tratando de hacerse el encontradizo con los más reticentes. Le pesaba la ausencia de sus hijas y de sus hijos, tanto tiempo sin verlos, y necesitaba salir a la calle para encontrarse con ellos, sabiendo que a nadie deja indiferente. De eso se trata: verle y que nos vea, recuperar afectos escondidos, a veces olvidados. Ésa es la esencia de la religiosidad popular.
Un filósofo francés, G. Thibon, explicaba la diferencia entre el equilibrio y la armonía. Equilibrio es el estado en que se encuentra un objeto, o una situación, sometido a fuerzas equivalentes y de sentido contrario que se anulan. La armonía, en cambio, se consigue cuando fuerzas distintas se complementan para crear una situación mejor. Se habla de equilibrio nuclear, no de armonía, cuando las naciones igualan su potencial atómico y se temen mutuamente. Armonía es la situación que se da en una familia en la que uno aporta sus distintas capacidades a un fin común.
La vida cristiana no es equilibrio, es una armoniosa combinación de ética y estética, de formación y sentimientos. Entendiendo por ética la manera en la que ha de obrar la persona para obtener su perfección como tal y por estética el reconocimiento de la belleza, de lo agradable a los sentidos, lo que atrae, cautiva y perfecciona a la persona en su contemplación. Las procesiones son cauce apropiado para que los hermanos desarrollen la ética y cultiven la estética, en la proporción que se ha ido definiendo a lo largo del tiempo, a veces de siglos.
Toca recuperar ese indicador de normalidad que es encontrarse con el Señor paseando su dolor por la ciudad, un dolor que no suspende la razón
Ignacio Valduérteles
Las dos son necesarias, las dos se refuerzan y complementan. Poner exclusivamente la ética como referencia conduciría a una especie de indiferencia estoica, centrada en el cumplimiento del deber por el propio deber, sin que ningún afecto lo contamine, ocupados en el cumplimiento compulsivo de normas y reglamentos. Por el contrario, dejarse llevar sólo por la estética conduce a un sentimentalismo pietista, en el que se correría el peligro de que el sentimiento se convierta en criterio de verdad, invadiendo las áreas del entendimiento y la voluntad. La verdad objetiva podría desaparecer al quedar reducida a sentimiento.
Ahora toca recuperar ese indicador de normalidad que es encontrarse con el Señor paseando su dolor por la ciudad, un dolor que no suspende la razón. Encorvado bajo el peso de la cruz, pero sin perder la dignidad, la elegancia, ni el compás, que eso lo lleva en la sangre que le transfundió la Madre en su seno. Sintiendo sus pulsos y su respiración. Sale a la calle para explicar que el dolor hay que saber llevarlo y amarlo; que lo que frustra una vida no es dolor sino la falta de amor; que el sacrificio con Amor es una alegría inmensa y sin él carece de sentido; que hemos de asociar nuestro dolor a la Redención para hacerlo fecundo; que hay que aprender a llevar las cruces de cada día, a ser posible con la misma elegancia.
Amor y sentimiento. El Señor está en la calle. Ahora sí, la ciudad recupera su normalidad.
Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.