Frecuentemente se sospecha de la apariencia. Lo profundo es auténtico y la apariencia es “mera” apariencia. Esta dialéctica entre fondo y forma afecta a los debates públicos sobre valores. Por un lado, las posiciones sobre temas sustantivos -la vida, la esclavitud, la inmigración- conforman el fondo; y, por el otro, esas posiciones entran al debate en procesos de aparición, que inciden en las percepciones y los juicios de los demás.
Entonces, cuando un católico participa de un debate público, ¿cómo “aparece” su posición sobre el tema? Si partimos de un modelo de comunicación realista, pueden reconocerse tres mensajes relacionados: un mensaje sobre el tema; un mensaje sobre la relación -sobre el tipo de vínculo que su manera comunicar crea con el otro, por ejemplo, promoviendo una cultura del encuentro-; y un mensaje sobre su identidad -su posición, su modo de comunicarla y su modo de relacionarse con los demás, dicen algo sobre quién es esa persona.
En sentido positivo, una comunicación efectiva consiste en aportar al debate movilizando el punto de vista de la Iglesia sobre el tema correspondiente, a la vez que se manifiesta la identidad católica con la mayor claridad para la mayor cantidad de personas, y se genera en el interlocutor una mayor apertura al mensaje por una mejora en la relación de interacción.
En sentido negativo, podrían darse situaciones incompletas o paradójicas: presentar la posición sobre un tema y traicionar la identidad en el proceso de movilizar el tema; exponer una visión, pero desgastar o destruir relaciones que, luego, obstaculicen la tarea pastoral o la convivencia; evitar el testimonio sobre un tema sensible para evadir la tensión de tratar con un interlocutor hostil.
Este mundo complejo nos pone ante el desafío de que la verdad de la identidad no sólo exista en las intenciones, sino que aparezca ante los demás en nuestras acciones y comunicaciones.
Profesor de Sociología de la Comunicación. Universidad Austral (Buenos Aires)