Los okupas del alma

Los cristianos debemos emprender un desahucio y echar a los okupas del alma que se han ido colando sin que, a veces, nos diésemos cuenta.

28 de noviembre de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
Puerta

(Unsplash / Michael Pointner)

Durante muchos años la Humanidad se lanzó a la conquista del espacio exterior. La carrera tecnológica llevó durante una época a viajar a la luna, a poner en órbita satélites, a intentar comunicarse con supuestas formas de vida inteligente que hubiese en cualquier rincón del Universo. El cosmos, que desde el inicio de la Humanidad había fascinado a los hombres cuando contemplaban el cielo, se presentaba como el siguiente continente a conquistar, igual que en su día lo fuera el nuevo mundo americano. Y es que la Tierra se nos había quedado pequeña. El hombre necesitaba seguir dando pasos, por pequeños que fuesen, que fueran un gran paso para la Humanidad. Neil Armstrong “dixit”.

Pero más que el espacio exterior hoy los hombres necesitamos emprender la conquista del espacio interior. Un espacio más fascinante que todo el universo creado. Un espacio que permanece en muchos de sus rincones inexplorado y desconocido. Un espacio que nos abre a las grandes preguntas y a los grandes encuentros. Un espacio en el que, en última instancia, podemos encontrarnos con nosotros mismos y con los demás. Porque el contacto con los otros se da a través del cuerpo, pero se produce en el alma, en el interior de nuestro ser. Un espacio que, lo sabemos bien, es el lugar sagrado donde Dios se encuentra, donde nos encontramos con el Dios vivo y vivificante.

Un estilo de vida «slow»

«Por su interioridad (el hombre) es superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones y donde él personalmente decide su propio destino» (“Gaudium et spes”, 14).

Aunque vivimos en un tiempo de especial ruido y dificultad para la vida interior, hay que reconocer que la dificultad para entrar dentro de uno mismo y establecer ese diálogo íntimo con Dios ha estado siempre en el hombre. Es un trabajo que cada persona ha de realizar en su proceso de maduración y ensanchamiento como persona. Cuando más profundo se es, cuanta más vida interior se tiene, se logran cuotas de mayor personalidad. Y al revés, cuanto más superficialidad y menos capacidad de introspección quedamos más a merced de sentimientos, mociones externas y manipulación.

Pero si esta lucha por entrar dentro de uno mismo ha sido una constante en la historia de la espiritualidad, hoy sentimos que este reclamo del mundo exterior se ha incrementado exponencialmente. Y percibimos que hay una especial dificultad, casi constitutiva de nuestra sociedad y cultura, para vivir desde la interioridad. Somos conscientes y hasta lo hemos vivido en nuestras propias carnes, de la fuerza que han cobrado los reclamos externos, especialmente por medio de la tecnología, y que nos va llevando progresivamente a perder capacidad de interioridad.

Sin duda vivir en medio del mundo, querer ser sal y luz en nuestra sociedad, tiene como contrapunto el hecho de que participamos intensamente de sus mismas luchas y dificultades. Pero precisamente este es uno de esos aspectos en los que nuestra vida ha de ser proféticamente contracultural. Hoy se puede y se necesita y el mundo lo requiere, otro estilo de vida, más “slow” que “fast” (algunos promueven hoy el concepto de “slow food» frente al “fast food”), más “in” que “out”, más humano que tecnológico. Más quietud, más interioridad, más humanidad.

Una auténtica revolución

Nosotros, los cristianos, estamos llamados a ser los guardianes de esa interioridad. Personas que alerten sobre el cambio climático que puede arruinar nuestro corazón. Cultivadores de esos espacios verdes del alma que oxigenan a la persona y a la sociedad entera. Maestros de esa espiritualidad que hambrean nuestros hermanos y que, más allá de los árboles que abracemos, se llena cuando sentimos en el alma el abrazo del mismo Cristo en la Cruz y en la Eucaristía.

Nuestras vidas serán auténticos espacios verdes del alma en nuestra sociedad y en la Iglesia si cultivamos con especial cuidado esta vida interior y no nos dejamos arrastrar por la vorágine de esta sociedad. Y quizás el valor especial que puede tener para nuestros coetáneos es que, siendo hombres como ellos, con sus mismos afanes, con sus mismas luchas, les podemos abrir caminos realistas de vida interior y de intimidad con el Señor.

El problema para ese cultivo de la vida interior es que, en vez de estar habitados, nos encontramos muchas veces ocupados, como comentaba D. Mikel Garciandía, obispo de Palencia. Ocupados en mil cosas, muchas de ellas muy santas, pero que no nacen de nuestro ser, sino que son puro hacer. Ese tipo de acciones que, lo sabemos bien pues lo hemos sufrido, nos desgastan y pueden llegar a rompernos. En vez de estar habitados estamos preocupados por circunstancias y situaciones que nos sobrevienen y que toman el control de nuestra vida. La confianza audaz en Dios y en su Providencia de amor ya no habitan en nosotros. Nos encontramos muchas veces no habitados sino ocupados -más bien “okupados”, porque nuestra alma no es su casa y no les pertenece por derecho- por los demonios que la asaltan y la toman, y hace falta que venga Alguien más fuerte para echarlos de su morada.

Los cinco okupas

Creo que los cristianos debemos emprender un desahucio y echar a los okupas del alma que se han ido colando sin que, a veces, nos diésemos cuenta. Necesitamos recuperar lo que es nuestro, conquistar el espacio interior de nuestro hogar. Os hago una sencilla enumeración de los okupas del alma que he descubierto en mi propia casa.

1.- El ruido. Hay ruido en la calle, en las casas, en todos los lugares… Y hay ruido en el alma. Un ruido que viene en forma de medios de comunicación, de videos de YouTube, de mensajes de WhatsApp, de likes en redes sociales. Un ruido que está en todos los lugares y que se nos cuela en el alma. Un ruido que nos impide escuchar el lamento de los hombres y sus necesidades, que no nos deja oír los propios lamentos de nuestra alma. Un ruido que nos impide escuchar a Dios.

El ruido es el primer okupa de nuestra alma. Ruido de sonidos, pero también ruido visual con imágenes que nos abordan a una velocidad vertiginosa. O ruido publicitario, colándose por medio de los algoritmos entre nuestros gustos y preferencias. Ruido que nos aturde y abotarga el alma y los sentidos. Ruido que no nos deja espacio para el pensamiento creativo, inspirado.

El ruido es el primer okupa de nuestra alma que hemos de echar con la orden judicial que nos imponga un silencio amoroso.

2.- Activismo. El segundo okupa es el activismo. Uno de los más frecuentes en el mundo actual. Cuando la ocupación, el hacer, se apodera del alma, es imposible estar habitado. Estamos ocupados, pero no habitados.

El hacer que nace del ser y es una consecuencia de nuestra identidad nos hace crecer, nos construye. Se convierte en donación. Pero el hacer que nace del deseo de tener éxitos, de conseguir logros, de una simple maquinaria que no podemos frenar, nos destroza. Es el hacer que nos deshace. Es la mantequilla untada en demasiado pan. Es la vida estirada como un chicle. Es el no llegar, que no me da la vida, que acaba siendo un hacer que al final es una forma de llenar un vacío. El vacío de una casa, nuestra alma, que no está habitada.

El segundo okupa del alma hace tiempo que está entre nosotros y no es fácil el desahucio. Reclama sus derechos. Dirá al juez que esta casa es suya. Que hemos de hacer, hacer, hacer el bien a los demás, que el mundo nos necesita, que las personas nos reclaman. Que necesitamos sentirnos útiles…  Solo una vida de fe profunda que nos haga vivir desde la espiritualidad de Nazaret será capaz de desalojar a este okupa irredento.

3.- Superficialidad. El tercer okupa de nuestra alma es la superficialidad. La cultura de la diversión, la de los reclamos constantes, la de la falta de pensamiento profundo y con rigor… Todo invita a la superficialidad, a vivir en la piel, en los sentimientos. Estamos todos gobernados por estímulos que nos llegan de fuera y que nos hacen muy manejables y vulnerables. Vivimos, si no fuera, al menos en la superficie de nosotros mismos.

Esto nos puede pasar también a los cristianos. Que nos conformemos con una vida interior superficial, de momentos, de experiencias… Pero que no vivamos desde la unión con Dios, auténticamente mística, a la que estamos llamados. No despreciemos a este tercer okupa y adentrémonos en la espesura.

4.- Curiosidad, cambio, novedad, esnobismo, la tiranía de la moda. El cuarto okupa del alma está muy relacionado con el anterior. Nuestra sociedad fácilmente cae en la trampa de vivir en una permanente montaña rusa. Estamos tan obsesionados con las experiencias al máximo que al final no sentimos nada. Es la sobreestimulación que sufren los niños y que vivimos todos. Nos aburrimos de lo cotidiano. Huimos de la rutina. Y por ello necesitamos volver a probar constantemente experiencias nuevas. No estamos en el ahora… que es el único lugar y tiempo en el que se puede habitar. Somos turistas que picotean de una u otra experiencia. Nunca estamos en casa.

5.- Narcisismo-autorreferencialidad. El último okupa de nuestra casa ¡somos nosotros mismos! De nuevo es una de las características de nuestra sociedad del “selfie” y del “like”.  Ocurre cuando nosotros nos convertimos en el centro del mundo y, como narciso, nos tenemos que mirar en el nuevo lago que es ahora la foto de un móvil y sentir el aprecio y aplauso de los demás en los “likes” que nos dan. Entonces también nosotros nos ahogamos en el estéril egocentrismo. Ni encontramos a Dios, ni encontramos a los hermanos. Solo nos encontramos a nosotros mismos. Pero nos encontramos, realmente, perdidos. Nuestra imagen falsa, nuestra careta, nuestras frustraciones han ocupado el lugar en el que debíamos vivir nosotros.

Es el okupa más difícil de desahuciar, pero el más necesario. El olvido de uno mismo de María en la Visitación es nuestra mejor ayuda para hacerlo.

Ni qué decir tiene que la batalla para el desalojo de los okupas va a ser dura. Uno diría que la propia legislación les protege y ellos reclamarán que tienen derecho a quedarse allí. Porque realmente hay un riesgo de que se hagan cultura, hábito, estilo de vida y se queden a vivir en nuestra alma.

Por eso hay que empezar el desalojo cuanto antes.

El autorJavier Segura

Delegado de enseñanzas en la Diócesis de Getafe desde el curso 2010-2011, ha ejercido con anterioridad este servicio en el Arzobispado de Pamplona y Tudela, durante siete años (2003-2009). En la actualidad compagina esta labor con su dedicación a la pastoral juvenil dirigiendo la Asociación Pública de Fieles 'Milicia de Santa María' y la asociación educativa 'VEN Y VERÁS. EDUCACIÓN', de la que es Presidente.

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