El obispo Osio y su relación con Constantino

Osio, obispo de Córdoba, fue un importante clérigo de los siglos III-IV d. C. que parece haber tenido un importante papel en la conversión del emperador Constantino.

12 de julio de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos

Estatua del emperador Constantino en el Vaticano que representa el momento en que ve una cruz en el cielo ©CNS photo/Paul Haring

Osio fue uno de los personajes de la Iglesia más influyentes en la sociedad cristiana en tiempos del emperador Constantino y de sus dos inmediatos sucesores.

San Atanasio, amigo suyo, le llama en varias ocasiones el grande, el confesor de Cristo, el anciano venerable. El historiador Eusebio de Cesarea dice de él que Constantino lo tenía por el personaje cristiano más eminente de su tiempo.

Consagrado obispo de Córdoba en el año 295, asistió al Concilio de Elvira en el año 300 y, tres años después, fue confesor de la fe durante la persecución de Maximino.

En la corte de Constantino

A partir de los años 312-313 se encuentra en la corte de Constantino como consejero en materia religiosa. Eusebio de Cesarea dice que la visión que tuvo Constantino en sueños antes de la victoria del Puente Milvio, fue la que le determinó a llamar a su lado a los sacerdotes de aquel Dios, en cuyo signo se le había manifestado que vencería. Su influjo en la conversión de Constantino y de su instrucción doctrinal debió de ser decisivo.

Entre los años 312-325 Osio acompañó constantemente a la corte del emperador. Debió de inspirar el Edicto de Milán (que concedió a los cristianos la libertad completa y la devolución de los edificios que les habían sido confiscados y la inmunidad eclesiástica otorgada al clero), la derogación del decreto romano contra el celibato, el edicto dirigido a la manumisión de esclavos en la Iglesia y la autorización a las comunidades cristianas para recibir donaciones y legados.

San Agustín, en su obra contra el donatista Parmeniano, recordaba en su tiempo a los supervivientes de la herejía donatista que, gracias al obispo de Córdoba, las penas contra ellos habían sido menos severas de lo que en un principio se hubiera podido prever. En los concilios de Roma del 313 y de Arlés, del 314, habían sido condenados los donatistas y rechazada su teoría de que la validez de los sacramentos depende de la dignidad del ministro (el cisma había nacido al impugnar la ordenación de Ceciliano bajo el pretexto de que su consagrante Félix era un traditor -acusación que después resultó falsa- y que por ello había perdido la potestad del orden).

Los donatistas no aceptaron las decisiones de los dos concilios y por ello intervino el emperador y en el 316 declaró inocente a Ceciliano y mandó confiscar las iglesias a los donatistas. Estas medidas hubieron de moderarse en el año 321. Debió de aconsejar en estas medidas Osio al emperador.

Una escuela griega que cultivó con exceso la exégesis y la dialéctica sin la debida profundidad y una serie de deducciones erróneas indujeron al presbítero de Alejandría Arrio –el representante más genuino de dicha escuela- a afirmar que el Hijo engendrado por el Padre no podía tener la misma substancia ni ser eterno como Él.

Osio y san Atanasio

En el año 324, Osio fue enviado por Constantino a Alejandría siendo hospedado por el obispo de Alejandría, Alejandro. Por entonces comenzó la amistad entre Osio y Atanasio, entonces diácono.

Osio, impresionado por la gravedad de la situación, pues se trataba nada menos que de la negación de la Divinidad del Verbo, vuelve a la corte de Constantino (entonces en Nicomedia), convencido de la ortodoxia de las enseñanzas del obispo Alejandro. Es probable que aconsejase a Constantino la convocatoria de un Concilio.

Osio asiste al Concilio de Nicea, cuyas sesiones preside, probablemente en nombre del Papa, con los sacerdotes romanos Vito y Valente. Según san Atanasio corresponde a Osio en buena parte la proposición de incluir el término homousion, consustancial, en el Símbolo niceno. Y no solo eso; san Atanasio, testigo ocular, afirma expresamente que el redactor del Credo de Nicea fue Osio.

En el año 343 preside el Concilio de Sárdica, en el que se trata de volver a la unidad rota por los arrianos. Pero estos no aceptan las propuestas de paz, destinadas casi todas ellas a evitar las ambiciones eclesiásticas, y se retiran del concilio y declaran depuestos a Osio y al Papa Julio I.

Defensor de la fe ante Constancio

Constancio, hijo de Constantino, al morir, en el año 350, su hermano Constante, comenzó a aplicar en sus dominios la política religiosa ya seguida en Oriente, de franca simpatía hacia los arrianos. Dos obispos arrianos -Ursacio y Valente -, indujeron a Constancio a desterrar al Papa Liberio y a arremeter contra Osio.

Constancio escribió a Osio ordenándole que compareciera ante él (se hallaba el emperador en Milán). Osio compareció ante Constancio, que le importunó para que se comunicara con los arrianos y escribiera contra los ortodoxos. Pero, como escribió Atanasio, el anciano… reprendió a Constancio y le disuadió de su intento, volviéndose inmediatamente a su patria y a su Iglesia.

Más adelante le volvió a escribir el emperador con amenazas, a lo que contestó Osio con una carta en la que, entre otras cosas, decía a Constancio: «Yo confesé a Cristo ya una vez, cuando tu abuelo Maximiano suscitó la persecución. Y si tú me persiguieres, pronto estoy a padecer todo antes que derramar sangre inocente y ser traidor a la verdad… Créeme, Constancio, a mí, que por la edad podía ser tu abuelo… ¿Por qué sufres a Valente y a Ursacio, que en un momento de arrepentimiento confesaron por escrito la calumnia que habían levantado?… Desiste, pues, y acuérdate que eres mortal.

Teme el día del juicio y consérvate puro para él. No te entrometas en los asuntos de la Iglesia ni nos mandes sobre asuntos en que debes ser instruido por nosotros. A ti te dio Dios el imperio; a nosotros nos confió la Iglesia. Está escrito: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’. Por tanto, ni a nosotros es lícito tener el imperio en la tierra, ni tú, ¡oh rey¡, tienes potestad en las cosas sagradas…».

De nuevo intimó el emperador a Osio que compareciese en su presencia. El anciano Osio emprendió su viaje y, hacia el verano del 356 o del 357, llegó a Sirmio, donde se encontró con Constancio. Aquí le confinó este todo un año durante el cual, según testimonios de varios arrianos que componían la camarilla de Constancio (Germinio, Ursacio, Valente y Potamio, que se hallaban en Sirmio), Osio cedió ante el arrianismo.

Muerte de Osio

San Atanasio estaba por entonces entre los monjes de Egipto y san Hilario desterrado en la diócesis política de Asia. En escritos de estos Padres se recoge la idea, propagada por los arrianos, lo que invita a sospechar que tales escritos fueron interpolados por arrianos o sus autores se hicieron eco de lo dicho por los arrianos que presenciaron los hechos. En uno de los escritos de Atanasio, probablemente interpolado, se dice: «Hizo Constancio tanta fuerza al anciano Osio y le detuvo tanto tiempo a su lado que, oprimido este, comunicó a duras penas con los secuaces de Valente y Ursacio, pero no suscribió contra Atanasio. Mas no olvidó esto el anciano, pues estando para morir, declaró como en testamento que había sido forzado y anatemizó la herejía arriana y exhortó a que nadie la recibiera».

El nombre se ha escrito en latín, Hosius, derivado, al parecer, del griego Osios (santo), pero la transmisión manuscrita da Ossius, que conduce a la forma española Osio.

Toda la vida de Osio se concentró en la defensa de la doctrina católica por medio de la palabra y de la acción. De ahí probablemente la escasez de su producción literaria. Se nos conserva de él una hermosa carta llena de entereza, dirigida al emperador Constancio en 354, de la que se han reproducido antes algunos párrafos. Según san Isidoro dejó, además, una epístola a su hermana en alabanza de la virginidad (De laude virginitatis) y una obra acerca de la interpretación de las vestiduras sacerdotales en el Antiguo Testamento (De interpretatione vestium sacerdotalium), que no llegaron a nosotros.

Su muerte debió de tener lugar en el invierno del 357/358. La Iglesia griega le venera el 27 de agosto.

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