Al atardecer, cuando el intenso calor del verano ya decaía, Me encontré con un grupo de chicas, podrían tener 14 o 15 años, bailando delante de un trípode con un teléfono. Ensayaban una coreografía sencilla con la música de fondo de una canción de los 90, pero a mayor velocidad: un “speed-up” de algo de Alanis Morrisette. La composición del grupo y el ánimo con el que acometían el “challenge” para Tiktok eran encomiables. Y claramente llevaban a la práctica aquel consejo de Séneca: “No hay un camino suave de la tierra a las estrellas” (“Hercules furens”).
Desde tiempos inmemoriales, cada generación ha enfrentado desafíos únicos que definen su era. Sin embargo, esa verdad atemporal, expresada por el filósofo Séneca con las palabras «Non est ad astra mollis e terris via», nos recuerda que no existe un camino fácil desde la tierra hasta las estrellas. Esta es la travesía que nuestra joven generación, esas almas entre los 15 y los 20 años, está comenzando a recorrer, y a medida que lo hacen, los desafíos que enfrentan son tanto universales como específicos de su tiempo. Pero ¡qué bajo está el nivel, si el bailecito de redes sociales es la máxima dificultad de esta generación” … podríamos pensar. En efecto, si solo se están enfrentando al drama del número de likes, es poca aspiración. Nada que ver con una guerra mundial (o civil) o con el hambre y la pobreza de otras épocas.
Los desafíos actuales
Pero es que el futuro de nuestra sociedad sufre una epidemia silenciosa y más profunda. Los desafíos de esta generación son algo más invisibles y perniciosos. Y aquí me gustaría presentar los tres efectos más claros de la plaga que les diezma: El miedo a singularizarse, la rémora de la indiferencia, y el drama de la cortedad de miras.
No es esta una visión pesimista. Cada generación tiene sus desafíos, y sus glorias. La historia nos ha mostrado que en cada época emergen referentes que, a pesar de su juventud, logran impactar profundamente la conciencia colectiva. El Renacimiento, por ejemplo, fue una era dorada donde jóvenes como Leonardo da Vinci y Miguel Ángel pusieron en alto el espíritu humano con su insaciable curiosidad y pasión por descubrir y crear. No muy diferente a lo que jóvenes de fe, como san Sebastián y santa Teresa de Lisieux, hicieron al mostrar una inquebrantable convicción en sus creencias, incluso en tiempos difíciles.
Si bien los referentes culturales del pasado pueden ofrecernos lecciones, las circunstancias actuales también tienen sus propias peculiaridades. En este mundo globalizado, la tecnología ha traído consigo una doble espada: por un lado, ha democratizado el acceso a la información y ha permitido conexiones interpersonales más allá de las barreras geográficas, pero por otro lado, ha magnificado una cultura de la instantaneidad y de constante comparación social. Las redes sociales, a pesar de ser herramientas poderosas de comunicación, a menudo pueden ser una fuente de presión, especialmente para los más jóvenes, quienes pueden sentir la necesidad imperante de adaptarse a ciertos moldes y buscar una constante validación externa.
Los jóvenes revolucionarios de hoy
Carlo Acutis, un joven italiano que dejó este mundo a la tierna edad de 15 años, es un ejemplo inspirador de cómo uno puede combinar fe, pasión y tecnología para dejar un impacto duradero. Carlo, quien fue beatificado en 2020, utilizó la tecnología para crear una exposición virtual sobre milagros eucarísticos alrededor del mundo. Su mantra, «todos nacemos originales y morimos como copias», es una reflexión profunda sobre la importancia de abrazar nuestra singularidad en un mundo que a menudo favorece la conformidad.
La realidad es que, aunque cada generación ha enfrentado el desafío de encontrar su identidad, nuestra juventud actual lo hace en un escenario inundado de estímulos y distracciones. A menudo, en su búsqueda de pertenencia, pueden surgir tentaciones. Una de estas es la tentación de no complicarse, o en otras palabras, buscar el camino de menor resistencia en una cultura que favorece la gratificación instantánea. Las recompensas duraderas, aquellas que verdaderamente importan, requieren tiempo, esfuerzo y, a veces, enfrentar la adversidad. Es aquí donde la analogía de construir una torre, piedra por piedra, adquiere significado. Cada esfuerzo, cada pequeño logro, es un paso más hacia la culminación de un objetivo más grande.
Otro reto que enfrentan es el «drama de la ignorancia y cortedad de mirás». El desinterés, muchas veces, nace de una falta de exposición al mundo en toda su diversidad y maravilla. Por eso, es fundamental promover en ellos una mentalidad exploradora, donde el deseo de descubrimiento se convierte en un motor para aprender y crecer. Sabrina Gonzalez Pasterski es un testimonio vivo de este espíritu. Desde construir su propio avión a los 14 años hasta ser reconocida por su trabajo en física teórica, Sabrina personifica el poder de la dedicación y la pasión por el aprendizaje.
Por todo lo anterior, es crucial que no solo identifiquemos estos desafíos, sino que actuemos. Los jóvenes, con todo su potencial y energía, necesitan mentores, guías que les ayuden a navegar este complejo paisaje. Como sociedad, es nuestro deber proporcionarles herramientas, no solo para superar los obstáculos, sino también para construir un mundo mejor para todos. Imagino un mundo donde se crean espacios, como grupos de mentoría o talleres comunitarios, que fomenten el diálogo intergeneracional. Donde las experiencias y sabidurías de generaciones pasadas se fusionen con la frescura y el ímpetu de la juventud.
En definitiva, enfrentar los desafíos de formar a una nueva generación no es tarea fácil, pero con amor, apoyo mutuo y acción consciente, podemos ayudarles a trazar su propio camino desde la tierra hasta las estrellas. Porque, al final del día, nuestra responsabilidad colectiva es asegurar que el futuro esté en manos capaces, y ¿quién mejor que nuestros jóvenes para llevarnos hacia un mañana más brillante? Invito a todos a unirse en esta misión y a ser, en cada paso, el faro que guía a las próximas generaciones hacia un futuro lleno de promesa y esperanza.