“No hay edad en la que puedas retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio”

La atención pastoral y el cuidado de los mayores se han convertido en algunos de los ejes clave de la labor de la Iglesia del siglo XXI.

26 de julio de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
Anciano

Foto: Jana Sabeth / Unsplash

“No te burles del anciano, pues también nosotros envejeceremos. No te alegres de la muerte de nadie, recuerda que todos moriremos. No desdeñes los discursos de los sabios, sino ocúpate en meditar sus proverbios, porque de ellos aprenderás instrucción y el arte de servir a los grandes. No desprecies los discursos de los ancianos, que también ellos aprendieron de sus padres”. Así canta el libro del Eclesiástico al valor de la vejez. Los mayores, los ancianos, son, en la Biblia los depositarios del tesoro del pueblo de Israel y el canal privilegiado de la palabra divina. No sorprende, por tanto, que la ancianidad, su valor y cuidado, sean parte inherente del espíritu de la Iglesia a lo largo de los siglos.

En los últimos años la atención pastoral y el cuidado de los mayores se ha convertido en uno de los ejes clave de la Iglesia del siglo XXI. Varias son las causas de esta urgencia: la media de edad creciente de los fieles católicos, especialmente en Europa, y por otro lado la marginación, solapada o directa de los ancianos “como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico” que ya alertaba San Juan Pablo II en la Familiaris Consortio.

Efectivamente, de las corrientes de la modernidad y el hedonismo, devienen los lodos de políticas de eliminación y discriminación hacia las personas mayores: los descartados en nuestra sociedad materialista. Una idea que, peligrosamente, puede deslizarse de manera casi inconsciente también dentro de la misma Iglesia, y contra la que, cada día, como proponía el Papa Francisco en una homilía en Santa Marta, deberíamos preguntarnos en el examen de conciencia “¿Cómo me he comportado hoy con los niños y los ancianos?”.

“Rectificar la actual imagen negativa de la vejez, es, pues, una tarea cultural y educativa que debe comprometer a todas las generaciones”, como señala el documento La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo, “existe la responsabilidad con los ancianos de hoy, de ayudarles a captar el sentido de la edad, a apreciar sus propios recursos y así superar la tentación del rechazo, del auto-aislamiento, de la resignación a un sentimiento de inutilidad, de la desesperación. Por otra parte, existe la responsabilidad con las generaciones futuras, que consiste en preparar un contexto humano, social y espiritual en el que toda persona pueda vivir con dignidad y plenitud esa etapa de la vida”.

El Papa Francisco, en la carta- mensaje para esta I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, ha querido recordar que “el Señor es eterno y que nunca se jubila. Nunca” y continúa llamando obreros a su mies: “no hay edad en la que puedas retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio, de la tarea de transmitir las tradiciones a los nietos. Es necesario ponerse en marcha y, sobre todo, salir de uno mismo para emprender algo nuevo”.

El Mensaje del Santo Padre en esta primera jornada no se queda simplemente en una carta afectuosa a los mayores sino que es también una llamada a cada uno de los cristianos a ser parte de la vida de los ancianos que sufren, ya desde hace años, la pandemia de la soledad. Una realidad inadmisible para el cristiano que se ha de convertir en ese ángel enviado por Dios “para consolar nuestra soledad y repetirnos: ‘Yo estoy contigo todos los días’. Esto te lo dice a ti, me lo dice a mí, a todos. Este es el sentido de esta Jornada que he querido celebrar por primera vez precisamente este año, después de un largo aislamiento y una reanudación todavía lenta de la vida social. ¡Que cada abuelo, cada anciano, cada abuela, cada persona mayor — sobre todo los que están más solos— reciba la visita de un ángel!”.

La primera de estas Jornadas lanza el reto de materializar este deseo del Papa con acciones concretas de acompañamiento, escucha, cercanía y ternura hacia aquellas personas mayores que, muchas veces dentro de sus propias familias o comunidades, se sienten solos, minusvalorados u olvidados.

Fomentar en parroquias, familias, vecindarios… esas iniciativas de conexión entre generaciones que enriquezcan nuestra sociedad y construyan el futuro que los mayores soñaron y trabajaron para sus sucesores.

El autorMaria José Atienza

Redactora Jefe en Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.

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