En cuanto a la inmigración, otra avalancha de aspirantes a inmigrantes en la frontera sur está desbordando los recursos locales y aumentando la ira política. Se calcula que sólo a Nueva York han llegado 110.000 inmigrantes este año. El alcalde de Nueva York, Eric Adams, ha afirmado que la afluencia es abrumadora. “Este asunto destruirá” la ciudad, advirtió. Por su parte, el gobernador republicano de Texas, el católico Greg Abbott, ordenó la instalación de alambradas y boyas a lo largo de las orillas del Río Grande en un esfuerzo por disuadir posibles llegadas.
En una homilía pronunciada el 17 de septiembre en una misa por los migrantes, el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, expresó su frustración sin rodeos: “Se está enviando gente desde la frontera a todo el país. No hay ningún plan para que sean bienvenidos ni atendidos. Todos trabajamos juntos para acogerlos y proveer a sus necesidades. Pero nuestros líderes parecen estar de brazos cruzados en lugar de unirse y trabajar para arreglar nuestro sistema de inmigración roto”.
Mientras tanto, la decisión del Tribunal Supremo de anular el aborto como derecho constitucional, una decisión saludada con vítores por los prolifers, ha dado lugar a una reacción que ha ampliado el acceso al aborto en algunos estados, mientras que lo limita en otros.
La reacción política también ha demostrado que, aunque la mayoría de los estadounidenses puede sentirse incómoda con el aborto sin restricciones, también se siente incómoda con los esfuerzos para abolir el aborto. Hasta ahora, esta reacción ha beneficiado a los demócratas, que en general se oponen a las restricciones del aborto.
Los obispos han reclamado insistentemente más programas de ayuda a las mujeres embarazadas y familias, pero estos llamamientos no generan mucho apoyo. Las muertes maternas han aumentado, y los recientes recortes en la financiación de Medicaid (seguros de salud del gobierno para personas necesitadas), y un posible cierre del gobierno de Estados Unidos debido a un estancamiento político están ejerciendo más presión sobre los estadounidenses pobres.
Los obispos también están cada vez más preocupados por el propio Congreso. En una extraordinaria carta del 21 de septiembre, el presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, el arzobispo Timothy Broglio, desafió al Congreso a aprobar las partidas presupuestarias clave destinadas a ayudar a los pobres. Lamentablemente, no hay muchos indicios de que ni los políticos ni los católicos de a pie estén haciendo algo para ayudar a los pobres.