Ningún político haría eso

En contextos polarizados, crispados, de consensos frágiles y conflictos sociales como en los que vivimos, algunos gestos manifiestan el potencial transformador del Evangelio.

1 de julio de 2021·Tiempo de lectura: 2 minutos

Hace unas semanas tuve la oportunidad de compartir un video con estudiantes de comunicación: en 2019, el Papa Francisco convocó al Vaticano a líderes de Sudán del Sur, enfrentados en una guerra civil, y les besó los pies, con el fin de alentar el proceso de paz en el país, que ha sufrido cientos de miles de muertes a causa del conflicto. 

Nadie lo había visto. Fue impactante. Se enfatizó una idea: ningún político haría eso. Esta consideración manifiesta el potencial transformador del Evangelio. Habita en él una lógica desconcertantemente alternativa. Nos acostumbramos a verlo en algunos rituales, pero a fuerza de normalización, pierde impacto en lo profundo. 

En la misma línea, Arthur Brooks, actualmente profesor de Harvard y autor del best seller Love Your Enemies: How Decent People Can Save America from the Culture of Contempt (Amen a sus enemigos: cómo la gente decente puede salvar a América de la cultura del desprecio), comentaba tiempo atrás en una charla que había encontrado personas que lo felicitaban por la idea de “amar a los enemigos”, ignorando su origen bíblico. Esta historia le suscitaba una reflexión sobre el potencial inspirador del evangelio en una cultura poscristiana. 

Vivimos en contextos polarizados, de consensos frágiles y conflictos sociales. Hay temas que dividen familias, rompen amistades, distancia vecinos, inhiben la colaboración, desincentivan el trabajo conjunto para solucionar los problemas comunes. Brooks está preocupado por la cultura del desprecio, que es la sumatoria de la ira más la repugnancia. El desprecio es más grave que la ira: la ira otorga importancia al otro; el desprecio lo descalifica.

El evangelio ofrece una farmacopea completa para estas patologías contemporáneas. Quizá la luz de estos desafíos apremiantes nos permitirá descubrir brillos nuevos en el tesoro de siempre, que el acostumbramiento puede estar ocultando debajo de la capa de polvo de los lugares comunes y las frases manidas. 

La reciente película Oslo muestra con arte el encuentro entre judíos y palestinos en las negociaciones de los Acuerdos de Oslo, desafiando medio siglo de enfrentamientos. En el origen de este hito de la historia, dos personas empezaron a verse mutuamente como seres humanos y la paz fue para ellas un valor prioritario. Luego, otras dos. De repente, las hijas de dos negociadores tenían el mismo nombre –Maya– y la esperanza se vislumbró en el horizonte. Reconectarnos con ese “amen a sus enemigos” que revolucionó la historia de la humanidad en las realidades de la vida cotidiana podría ser el inicio de algo nuevo.

El autorJuan Pablo Cannata

Profesor de Sociología de la Comunicación. Universidad Austral (Buenos Aires)

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