La Navidad no es mágica, es divina

Lo que celebramos en Navidad es que, de verdad, hemos encontrado al amor de nuestra vida. Un amor que es incondicional, paciente, compasivo y para siempre.

1 de diciembre de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
Navidad

«Descubre la magia de la Navidad», «disfruta unas navidades mágicas», «sumérgete en el mágico mundo navideño»… Por favor, dejemos de usar este tipo de eslóganes que confunden a niños y mayores. La Navidad no tiene nada de magia, aunque sí que es un misterio. Me explico:

A cuatro semanas de la conmemoración del Nacimiento del Señor, la Iglesia propone un tiempo de preparación que llamamos Adviento; pero la Navidad comercial, ese mes y medio que consigue que consumamos más que en todo el resto del año, le ha tomado la delantera al año litúrgico y ha adelantado una o dos semanas más la espera de la fiesta con el encendido de las luces, las ofertas importadas y toda la parafernalia que lleva añadida.

Alargar este periodo “mágico” de las navidades logra, en un abracadabra, cuadrar las cuentas de resultados de muchas empresas y alegrar, como por arte de birlibirloque, la recaudación de los municipios que invierten en alumbrado, mercadillos y actividades de ocio.

Relacionar la Navidad y la magia tiene sentido, porque todos tenemos en el fondo el deseo infantil de ver cumplidos nuestros deseos de forma increíble como cuando encontrábamos los regalos que habíamos pedido en nuestra carta.

En estas fechas, tenemos la ilusión de que “la vida” nos conceda lo que pedimos, de que “la suerte” nos acompañe y nos toque la lotería, de que un “hada” dirija su varita mágica hacia nosotros ayudándonos a encontrar el amor de nuestra vida o de que un “ángel de segunda clase” se gane sus alas ayudándonos a solucionar aquel problema irresoluble en nuestro Bedford Falls particular.

Lo cierto es que, por mucho que las comedias románticas que inundan estos días las plataformas se empeñen en mostrarnos una época del año feliz, donde al final todo sale bien; cuando pasen las fiestas descubriremos, un año más, que a la supuesta “magia” de estas fechas se le ve el truco como a un mal prestidigitador de barraca de feria.

Y la ilusión que parecía que nos iba a hacer felices para siempre se termina disolviendo en el mostrador de devoluciones de los grandes almacenes frente a dependientes agobiados por tener que montar el siguiente reclamo comercial.

Relacionar la Navidad y la magia tiene sentido, porque occidente ha relegado la fe que antaño daba sentido a sus tradiciones en favor de la fantasía o la superstición. En la magia cabe perfectamente eso de que “algo habrá”, en referencia a la trascendencia.

No sabemos muy bien qué o cómo será, no sabemos muy bien si son ángeles o hadas o duendes o elfos, no sabemos muy bien si nuestra familia o la salud son un regalo de Dios o de la vida o del gobierno de turno, ni tampoco nos interesa indagar mucho.

Fue Chesterton quien dijo aquello de que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa. Y eso lo estamos comprobando con esta fiebre mágica navideña. 

Relacionar la Navidad con la magia tiene sentido, porque una de las fiestas de este tiempo litúrgico es la de la Epifanía, o manifestación de Dios a los magos. Pero ojo, que la palabra mago aplicada a los que vinieron de Oriente a adorar al niño no hace referencia a supuestos poderes sobrenaturales, sino a su sabiduría o amplio conocimiento científico en tiempos en los que astrología y astronomía no se habían deslindado.

Por eso, calificar de mágica la Navidad, es rebajarla a estelas de purpurina. ¡La Navidad no es mágica, oiga, es divina! Jesús no es Houdini, ni David Copperfield, ni siquiera los fantásticos Harry Potter o Doctor Strange. El Jesús que nace en Navidad no es un ilusionista, ¡es Dios mismo! Tampoco es mago como lo fueron los magos de oriente, ni como los mejores científicos de hoy que sorprenden al mundo dominando las leyes de la física. Él no es sabio, es la Sabiduría eterna que, como poetiza el libro de los Proverbios “jugaba con la bola de la tierra” mientras Abbá creaba el espacio y el tiempo y ordenaba las galaxias y la materia oscura. 

Lo que celebramos en Navidad es que, ¡de verdad!, nos ha tocado la lotería. Ponga precio, si no, en una subasta, a la vida eterna que Jesús le ha regalado. No hay millones para pagarla. 

Lo que celebramos en Navidad es que, de verdad, hemos encontrado al amor de nuestra vida. Un amor que es incondicional, paciente, compasivo y para siempre. Un amor que no acaba tras 90 minutos y el rótulo de The End. Un amor hasta dar la vida ¿Quién no querría dejarse querer así?  

Lo que celebramos en Navidad es que, de verdad, los problemas que parecían irresolubles tienen solución. Porque Dios, naciendo como hombre, se arremanga con nosotros, se mete en nuestro fango y nos acompaña y auxilia en nuestro caminar.

La Navidad no es mágica, pero sí es un misterio en el sentido bíblico, que significa aquel signo cuyo sentido está oculto. ¿No es admirable que detrás de esa señal de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (algo tan poco mágico, tan ordinario) se esconda Dios mismo ofreciéndose a compartir su divinidad con nosotros? 

En estos días de preparación de la Navidad, mientras pasee por una de esas calles preciosamente 

iluminadas o escuche uno de esos villancicos entrañables, párese, mire a los ojos a esa persona que camina a su lado, a su esposo, a su esposa, a su hijo, a su nieta… Descubrirá en su mirada algo mucho más mágico que cualquier decorado de cartón piedra de parque de atracciones. Es un soplo divino que vive dentro de ella y que ella podrá ver dentro de usted. Ese es el misterio que vamos a celebrar y que permanece oculto a tantos, el admirable intercambio entre Dios y el ser humano. Es la divina Navidad.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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