Movimientos y parroquias

La integración de los diversos movimientos y carismas en la vida de las parroquias se topa, a veces, con situaciones difíciles de gestionar.

5 de noviembre de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
parroquia

He leído el reportaje de la sección de Experiencias, en el número 732 de Omnes, de octubre de 2023, que trata sobre el Foro Omnes en torno a La Integración de los grupos eclesiales en la vida parroquial. Un tema interesante, sobre el que me viene a la mente algún comentario.

Hace algunos años -no recuerdo cuántos, tendría que hacer memoria- me encargaron un artículo sobre la presencia de los movimientos eclesiales en las parroquias, para esta misma revista, que entonces aún llevaba el nombre de “Palabra”. El entonces obispo diocesano de Getafe, D. Joaquín María López de Andújar, me sugirió un comentario basado en su experiencia. Pensaba que, cuando llega a una diócesis algún nuevo movimiento o carisma, o quizá a una parroquia, como en el marco de referencie de este Foro Omnes, la situación es parecida a la del padre de familia al que le nace otro hijo; hay padres que lo asumen muy bien, adaptan los espacios de la vivienda, si es necesario ponen una litera donde había una cama, etc., y no hay problema; pero otros no saben cómo arreglarse con el nuevo hijo.

Me limito ahora a subrayar algo que dijo María Dolores Negrillo, de la ejecutiva de Cursillos de Cristiandad, durante el Foro, al referirse a sacerdotes que no los admiten, y replican cuando alguno de los miembros de un movimiento acude a ofrecerse para colaborar en la parroquia: “Con todo el cariño, tengo que decir que ya todos los grupos están hechos, y no sabemos qué hacer contigo”; o, en otros casos: “Estos nos complican la vida; no los queremos”. Efectivamente, estas cosas suceden. 

Vuelvo al comentario de Mons. López de Andújar; porque algo parecido ocurre a veces con los obispos diocesanos, por ejemplo, con relación a los diáconos permanentes o al Ordo virginum. Se puede matizar que no es obligatorio que haya de los unos (diáconos) o de las otras (vírgenes); y, en la práctica, hay una enorme desproporción entre las distintas diócesis en el caso, por ejemplo, de los diáconos permanentes, que superan los 60 en Sevilla o 12 en la de Getafe, mientras que en algunas no hay ninguno.

De manera parecida, también encontramos que no todos los sacerdotes permiten que se instaure en su parroquia el Camino Neocatecumenal. Comienzan con una catequesis de anuncio, pero no siempre les admiten. Es indudable que el Camino hace mucho bien a muchas almas, incluidos bastantes sacerdotes, que no sólo los atienden, sino que ellos mismos «caminan». También es notable el hecho de que suele «caminar» toda la familia, padres e hijos. Pero se teme el riesgo de transformar la parroquia y configurarla al estilo del Camino.

No siempre se da esa situación; y tampoco se da generalmente con los sacerdotes diocesanos ligados a otras espiritualidades: Comunión y Liberación, Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, Focolares… Si ellos cambian, la parroquia sigue adelante sin traumas, ni rupturas.

Mi conclusión: hay mucho que avanzar en esto, en el sentido que subraya el reportaje: “Todos coincidieron en dialogar”.

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