El autor de la carta a los hebreos nos exhorta a vivir en busca de la paz y de la santidad, porque el encontrar la paz nos ayudará a vivir plenamente en esta vida, y encontrar la santidad, nos encaminará a vivir eternamente en la otra vida. Vivir en paz con todos a nuestro alrededor logrará los dones y virtudes más sublimes que espiritualizarán la vida. Estos estilos de vida sanos serán tierra fértil para sembrar frutos de santidad.
Cuando pensamos en los santos, ¿en quién o en quiénes pensamos? Se nos vienen a la mente los nombres de san Francisco de Asís, santa Teresa de Ávila, santa Teresa de Calcuta, san Ignacio de Loyola, san Juan Bosco. Aunque la lista es larga, en realidad son solo unos 10,000 santos los reconocidos por la Iglesia Católica. Si calculamos que había 300 millones de habitantes en la tierra cuando comenzó la era cristiana, y hoy día somos unos 8 billones, sin contar todos los fallecidos en los últimos 2000 años, ¡entonces 10,000 santos es una fracción pequeñísima en relación con los miles de millones de seres que han vivido en la población humana!
¿Por qué es tan difícil llegar a ser santo?
Hemos escuchado de los largos procesos que a veces se tardan años cuando la Iglesia diligentemente analiza vida, milagros y enseñanzas de un candidato a la beatificación o canonización. Pensemos más bien que es difícil ser declarado santo, pero se supone que día a día tú y yo vivamos en procesos de santificación, que también quiere decir purificación y transformación, aunque nunca nos declaren santos.
La santidad no es solo una experiencia mística de algunos dotados y privilegiados quienes han vivido con heroicidad las virtudes. La santidad también es una meta y trayectoria humana relacionada a la pureza del corazón, la pureza de las intenciones y de los actos a lo cual todos estamos llamados a manifestar. Como dice el Salmo 24, 3-4 ¿quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién podrá estar en Su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro.
Mucha gente se pregunta, ¿podremos ser santos en un mundo corrupto, lleno de seducciones a la maldad, donde lo normal es lo pecaminoso y lo banal? La maldad siempre ha existido. Recordemos a algunos personajes bíblicos. Por ejemplo, en tiempos de Noé, el pecado rampante del mundo paganizado en todo su entorno desafió la misericordia divina, al grado que Dios quiso lavar la faz de la tierra de toda maldad con el diluvio. Pero apartó a una familia quien encontró refugio en el corazón de Dios y en el albergue de una barca. Esa arca es símbolo de la Iglesia donde buscamos protección de la maldad de afuera, para encontrar refugio en unos y otros bajo el amparo de una familia y comunidad espiritual de hermanos en la fe.
Recordemos también a Moisés quien después de renunciar a las seducciones de la vida del palacio del faraón, sacó a su pueblo de la abundancia de Egipto y lo llevó a refugiarse en la carencia del desierto para purificarse y deshacerse de la identidad de esclavos antes de entrar a una tierra de hombres libres. A lo largo de la historia de la salvación hemos sido muchos los que hemos encontrado en el corazón del arca y en el refugio de la Iglesia la protección y sabiduría necesarias para crecer en obediencia a Dios y en santidad. También hemos conocido de profetas, peregrinos, y ermitaños quienes han necesitado del desierto y de los claustros para silenciar las voces del mundo y aprender a escuchar solo la voz de Dios.
En cada caso es la misma búsqueda de Dios de los corazones hambrientos y sedientos de encontrar el sentido de la vida y la finalidad en Él. Necesitamos la corrección de los hermanos de la comunidad. Vivir en comunidad nos ofrece un modelaje de conducta sana y replicable. Pero también llegamos a momentos de santidad en nuestros desiertos personales a solas con Dios, para entablar profundos análisis y conversaciones con Él que nos regalarán revelación personal del Espíritu Santo y comunión de corazones.
¿Cuál es tu camino a la santidad?
Estoy convencida que muy pocos llegaremos a ser declarados santos o santas, pero todos y todas podremos vivir momentos de santidad.
Vivir momentos de santidad es limpiar el corazón y despojar la mente de todo lo que no nos permite buscar y anhelar la voluntad de Dios. Vivir momentos de santidad es vivir buscando agradar a Dios por encima de agradar la carne o a las expectativas del mundo.
Para lograrlo necesitaremos sanación interior, tal como sugiere san Pablo en Romanos 12, 1-2: “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”.
Los que seguimos a Jesús, caminamos en fe, dependemos de Su gracia y también nos esforzamos en actos de amor y misericordia, el complemento de todo integrado en la misma experiencia.
Como dice 1 Pedro 1, 15-16: “Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: ‘sean santos, porque yo soy santo’”.
Nos acercaremos a la santidad si resistimos la mediocridad espiritual, si hablamos con la verdad y obramos en caridad. Nos acercaremos a la santidad con disciplina moral, espiritual y conductual. Todo lo que nos proyecta a ser mejores seres humanos nos ayudará a santificarnos. La invitación a la santidad es invitación a constantes cambios y transformaciones: cambio de naturaleza, moderando reacciones, impulsos, tendencias, pasiones, y erradicando obsesiones.
Lo contrario a la santidad es la degradación de nuestras conductas humanas al normalizar y excusar la decadencia moral, el pecado, los defectos y las imperfecciones. Lo contrario a la santidad también es cuando pecamos no solamente con hechos, sino también con el pensamiento. Lo contrario a la santidad es sentir agrado por lo mundano, atracción hacia lo corrupto, entrar en complicidad con el pecado, y albergar sus consecuencias sin deseo de cambio. El plan del enemigo es la decadencia. En ese plan de decadencia y pérdida, está la aceptación del pecado como parte de la normalidad de la vida. El enemigo siempre nos quiere hacer creer que ser pecador es parte de la complejidad de ser un simple ser humano.
En el plan de Jesús se nos presenta un anhelado programa de la sanación y superación encaminándonos a la perfección. Jesús dijo, “sean santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mateo 5, 48). ¿Sabes cómo más describía Jesús al Padre? Como amoroso, atento, compasivo, comprensivo: entonces todos esos atributos son sinónimos de santidad.
Aunque la santidad siempre nos ha parecido un espejismo o realidad inalcanzable, la verdad es que todos podemos vivir momentos de santidad. ¿Cuándo vivimos momentos de santidad? Tal como dice Mateo 25, 35-36 “cuando tuve hambre y me diste de comer, sed y me diste de beber, desnudo y me vestiste, en una cárcel y me fuiste a visitar”.
¿Cuándo vivimos momentos de santidad? Cuando le llevamos la contraria a los deseos e impulsos de la carne; cuando aceptamos las circunstancias que no se pueden cambiar y nos comprometemos con lo que sí debemos y podemos cambiar; cuando emparejamos la sabiduría con la humildad y cuando cambiamos el resentimiento por empatía y misericordia.
¿Cuándo vivimos momentos de santidad? Cuando buscamos presencia de Dios en los silencios, bullicios y encrucijadas de la vida, y mostramos hambre y sed de Sus dones, para complacer Su corazón, y al convertir todo sacrificio en acción de gracias y en alabanza.
¿Cuándo vivimos momentos de santidad? Cuando somos amables, serviciales, agradecidos, fieles, auténticos, compasivos: porque todo eso es contrario a los instintos humanos, y para manifestar esa nueva naturaleza necesitamos del Espíritu de Dios a quien también llamamos Espíritu Santo.
Viviremos momentos de santidad cada vez que nos sacrificamos en el amor respondiéndole a un necesitado, cuidando a un enfermo, nos corresponda o no; cuando no abandonamos a nuestros padres ancianos en un asilo sino que nos dedicamos a ellos en los últimos años de sus vidas, sintiendo que la cruz no es pesada sino llevadera porque es cargada con auténtico amor.
Viviremos momentos de santidad cuando defendemos la verdad por encima de la mentira, cuando defendemos la fe y la propagamos incansablemente hasta conseguir que otros se conviertan y cambien sus estilos de vida.
Viviremos momentos de santidad cuando nos dejamos usar profética y milagrosamente por Dios quien siempre necesita de vasos disponibles y obedientes a Su llamado y a los impulsos de la gracia.
Viviremos momentos de santidad cuando salimos de un confesionario habiéndole aceptado a Jesús Su perdón y Su misericordia, y cuando somos capaces de perdonar a otros cuando nos ofenden, tal como Él nos lo enseñó; y cuando nos postramos ante el Santísimo en profunda reverencia rindiéndole nuestras cargas y elevándole nuestras incansables alabanzas.
Viviremos momentos de santidad cuando, pudiendo optar por el mal, por el engaño, por el fraude, escogemos la bondad, la verdad y la sinceridad: en vez de acaparar, compartimos: en vez de negarle a otros de nuestro pan o beneficios, los repartimos.
Su palabra nos confirma que el llamado es para todos.