Misas de verano

Las vacaciones de verano permiten una de las experiencias de fe más impresionantes y necesarias para que esta arraigue firmemente: acudir a una parroquia distinta y notar, de este modo, la catolicidad de la Iglesia.

1 de agosto de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos
Misa verano

Foto:©Cathopic

Las vacaciones de verano permiten una de las experiencias de fe más impresionantes y necesarias para que esta arraigue firmemente: la de la catolicidad de la Iglesia. Acudir a una parroquia distinta a la habitual o participar de encuentros internacionales como la próxima Peregrinación Europea de Jóvenes, que reunirá a miles de chicos y chicas del 3 al 7 de agosto en Santiago de Compostela.

Son oportunidades únicas para descubrir cómo el mismo Cristo se hace presente de forma única en tantas y tan distintas comunidades a lo largo y ancho del mundo.

Confieso que me encanta “catar” las misas de los pueblos y ciudades que visito, porque en ellas descubro siempre a Dios y a la Iglesia de una forma nueva y sorprendente.

Me encanta fijarme en cómo se dispone la comunidad en los bancos, en cómo se visten los fieles, cómo adornan el altar, cómo suenan las lecturas en otro acento o en otro idioma, descubrir las costumbres locales, escuchar las canciones conocidas con un matiz diferente e incluso hacer un Mr. Bean en toda regla tratando de seguir en voz alta un canto absolutamente desconocido para mí.

Es una forma de sentirme uno más, miembro de la única Iglesia Católica.

Gracias a mis vacaciones infantiles, aprendí el credo niceno-constantinopolitano –el largo, para entendernos– pues era costumbre del párroco del pueblo donde veraneaba proclamar esta versión de la profesión de fe en lugar del apostólico (el corto) que se recitaba en mi parroquia habitual. ¡Y cuánto me maravilla esa joya teológica desde entonces!

Me fascina también escuchar las homilías más diversas ­–perdónenme la “frikada”–. Por largas o por cortas, por profundas o por superficiales, por documentadas o por improvisadas, en todas descubro a Cristo maestro en la figura del sacerdote, que sobresale por encima de los dones y las carencias humanas.

Si, encima, el templo es un monumento histórico-artístico o su arquitectura o sus imágenes despiertan la devoción de los fieles, la celebración puede ser altamente enriquecedora.

Dar la paz a alguien que ves por primera vez, pero en el que descubres a un hermano, comulgar en una fila de gente extraña sintiéndote en familia. Un mismo Espíritu, miembros de un solo cuerpo, preciosa experiencia de comunión de los santos.

Muy parecida es la vivencia cuando he tenido la suerte de participar en peregrinaciones a santuarios internacionales (Fátima, Lourdes, Guadalupe…) o en eventos convocados por la Iglesia Universal (JMJ, audiencias del Papa…).

Recomiendo a los padres enviar a sus hijos a este tipo de encuentros porque nuestros adolescentes y jóvenes, para quienes tan importante es el grupo, se sienten bichos raros por pertenecer al pueblo cristiano. La experiencia de ver a miles, a centenares de miles o incluso a millones de jóvenes que profesan sin vergüenza su fe, que viven la alegría de saberse hijos de Dios, que comparten una mirada espiritual al mundo de hoy, en medio de sus dudas y tropiezos, les hace cambiar esa actitud de rechazo propia de la sociedad secularizada en la que viven.

Y es que la Iglesia no es una mera suma de iglesias particulares, como nos enseñaba Pablo VI en Evangelii nuntiandi, sino una sola que, “echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas diversas».

Ya sabe, este verano, esté donde esté, no deje de acudir a la iglesia, a su Iglesia.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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