Mi primo Álvaro cumplió el pasado 15 de septiembre 30 años de sacerdocio. Vive en Roma y ya es italiano al cien por cien. Le encantan las películas de Alberto Sordi y Totò, los cannoli sicilianos y es una piedra angular en su parroquia del EUR. Él asegura que los últimos seis años de su ministerio sacerdotal han sido los más fructíferos.
En 2018 a Álvaro le fue diagnosticada una enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular: esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Comenzó con una pierna, que no respondía. De ahí pasó a llevar bastón. Luego los parroquianos le regalaron una silla de ruedas motorizada. Después manejó una silla que podía guiar con el dedo que aún le quedaba con movilidad. Desde hace unos meses, ha pasado a tener ventilación 24 horas. En noviembre cumplirá 60 años.
Mientras ha sido posible, ha continuado con la docencia de Teología pastoral en una universidad pontificia e incluso logró, en el primer estadio de la enfermedad, publicar un manual de la asignatura que se convirtió en un best seller. Y sobre todo ha seguido ejerciendo su sacerdocio sin interrupción. Ha pasado horas en el atrio de su parroquia, donde las personas se acercaban a charlar con él o acudían al sacramento de la confesión. Ha concelebrado la Santa Misa: primero junto al altar, ahora desde la nave. Ha predicado cuando tenía suficiente voz. Pensando en el bien que podría hacer a otros en su misma situación con la ayuda de un amigo, ha grabado unas breves homilías dominicales en su canal de YouTube en español e italiano, bajo el título “el evangelio a los enfermos”.
Yo también vivo desde hace unos años en Roma y procuro visitar a Álvaro con frecuencia, en mi papel de representante de una extensa familia. Su fe y su sentido del humor logran que los ratos junto a él tengan un sabor de cielo, a pesar de los pesares. Me siento muy bendecida.