Describe la Real Academia Española de la Lengua, en su tercera acepción, el término punk como un “movimiento musical que surge con carácter de protesta juvenil y cuyos seguidores adoptan atuendos y comportamientos no convencionales”. Ateniéndonos a esta descripción, hablar de matrimonio así llamado, matrimonio, es quizás una de las actitudes más punk, menos convencionales, que los católicos estamos llamados a defender, promover y encarnar.
Mostrar, no sólo que se puede vivir un matrimonio sólido entre un hombre y una mujer a pesar de los pesares, -de los ríos, los barros y los lodos-, que esta relación única, imperfectamente perfecta, no sólo es plausible, sino que es lo más sano para una sociedad (cfr. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 52)
En esa maravilla de texto que es la Carta a Diogneto leemos, refiriéndose a los primeros cristianos que “igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho”. Dieciocho siglos después, si queremos “ser en el mundo lo que el alma es en el cuerpo”, estamos llamados a vernos reflejados en esta definición. Hoy más que nunca, la revolución que necesita el mundo y la sociedad tiene, en su epicentro, el matrimonio.
Junto a este convencimiento, no podemos obviar que nuestra sociedad está íntimamente herida en este núcleo primigenio que es el matrimonio, especialmente en lo que llamamos Occidente: la ideología de género, la facilidad del divorcio, las numerosísimas familias rotas, el individualismo feroz…, hacen urgente que la Iglesia, cada uno de los católicos, desde su propia vocación responda a esta llamada de sanación. Recuperar el matrimonio es, quizás, el “signo de los tiempos” de nuestro paso por el mundo.
Con esta recuperación hablamos del acompañamiento familiar, de la preparación al matrimonio, de la formación de la afectividad y, sobre todo, de la acogida de todas aquellas personas que se acercan a este “hospital de campaña” o a quienes hay que ir a buscar en las periferias tan cercanas de nuestra sociedad.
Como apuntaba un sacerdote que organizó una macroboda para una veintena de parejas que no habían recibido el sacramento del matrimonio: “¡Habrá que mancharse! ¡Habrá que hacer algo para que esos que ‘no se casan’, al menos, se planteen casarse!”
“El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia”, señala la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Por ello, el matrimonio, primera familia constituida, sigue siendo un reto pastoral para laicos, sacerdotes y consagrados en el que hemos de invertir creatividad, esfuerzo y tiempo. Sí, ¡habrá que mancharse!