María, la primera medallista

Con mil y un nombres diferentes, todos los pueblos del mundo invocan hoy a la Virgen y celebran con ella sus fiestas porque el premio que ha recibido, estando ya en el cielo en cuerpo y alma, es un premio compartido realmente con cada uno de nosotros.

15 de agosto de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos
maria victoriosa

Foto generada con IA

Por muchos rankings que vea por ahí estos días, no hay mujer con más medallas que María. Y a los hechos me remito. El 15 de agosto celebramos su gran victoria en la final y voy a explicar por qué debería alegrarse más que si el oro lo hubiera ganado usted.

En los recientes Juegos Olímpicos, todos hemos disfrutado con las victorias de nuestros atletas (cada uno con los de su país, claro). Con los deportistas más conocidos o en las categorías más populares, tiene su lógica, pero es un poco extraño ver cómo un completo desconocido consigue una victoria en una disciplina deportiva de la que ni conocíamos su existencia y, por el hecho de ser compatriota, la sentimos como nuestra.

¿Cuántas horas, días, meses y años de entrenamiento, con frío, calor, penurias económicas, etc. habrá pasado esa persona sin que nos hayamos interesado por ella y, ahora, nos apropiamos de su victoria?

Las Olimpiadas nos demuestran cada cuatro años que el verdadero deporte nacional es ganar medallas desde el sofá, y no diré que sin mover un solo dedo porque el mando de la tele y del aire acondicionado hay que accionarlo de alguna manera.

Por otra parte, la adhesión patriótica tenía mucho más sentido cuando el mundo era más estanco; pero, en nuestras sociedades multiculturales, marcadas por los grandes movimientos migratorios, las limitaciones geográficas son cada vez más difusas y hay deportistas que uno nunca diría a simple vista que pertenecen al país que representan. Algunos, incluso, tienen que elegir bajo qué bandera competir pues tienen múltiple nacionalidad y hasta hay quienes juegan en representación de una enseña con la que no se sienten identificados. ¿Quiénes son entonces los míos y quiénes los otros? 

Mientras tanto, en la fiesta de la Asunción celebramos, no la subida al Olimpo sino al mismísimo cielo de una que sí que es de los míos, de mi familia: María. ¡Y esa sí que es una victoria de la que participamos todos! Porque, igual que con Eva toda la humanidad cayó en la maldición del pecado y la muerte; gracias a María, nueva Eva, todas las naciones estamos implicadas en la bendición de la gracia y la vida eterna. 

Con mil y un nombres diferentes, todos los pueblos del mundo invocan hoy a la Virgen y celebran con ella sus fiestas porque el premio que ha recibido, estando ya en el cielo en cuerpo y alma, es un premio compartido realmente con cada uno de nosotros.

Como cuando una ciudad recibe a sus campeones y los hace recorrer entre multitudes las calles en un autobús panorámico, en muchas localidades se sacará estos días a la Virgen en procesión, para poder ser aclamada por todos y para que todos puedan sentirla cerca.

Y es que, cuando hablamos de la Asunción de la Virgen estamos hablando de su plena configuración con Cristo resucitado. Es decir: la que ha sido asumida (asunta) por Dios, está ya con Él en todas partes. El tiempo y el espacio no nos separan de ella. María está aquí, presente en cuerpo y alma, aunque no seamos capaces de descubrirla con nuestros sentidos. 

Ella es la primera, la que nos ha abierto las puertas de la gloria y la que, desde allí (aquí mismo), nos acompaña, nos guía y nos consuela en cada sesión de entrenamiento que es cada día de nuestra vida, hacia el encuentro definitivo con el Padre.

Son muchas las caídas que nos quedan por tener, muchas las lesiones, muchos los sinsabores y las soledades del camino hacia la meta, pero en ningún momento ella deja de estar a nuestro lado, como hacen las mejores entrenadoras, como hacen las mejores madres de gimnastas.

Tradicionalmente, millones de creyentes hemos querido recordarnos esta presencia cercana y perpetua materializando su imagen en forma de medalla que colgamos al cuello. Por eso, jugaba al comienzo del artículo con eso de que no hay nadie con más medallas que ella.

Si usted lleva una, aproveche para lucirla hoy con orgullo como si fuera un oro olímpico. Porque hoy estamos de fiesta, porque hoy todos hemos subido al podio con ella. ¡Felicidades!

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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