Que estamos frente a un embate de grandes proporciones contra aspectos esenciales de nuestras concepciones antropológicas cristianas es una verdad evidente. La fe cristiana en América y en el mundo occidental está bajo un duro ataque, que tiene serias consecuencias. Uno de los efectos que puede provocar este momento de confusión es la desesperanza en la vitalidad de la fe cristiana para recuperar, mantener y evangelizar la cultura moderna.
Esta realidad puede conducir a procesos complejos. El primero, bajar la guardia y dejar que las cosas fluyan sin oponerse, como aceptando el fracaso y, a la larga, llegando al apartamiento personal de la fe. El segundo: la tendencia a crear pequeños grupos seguros y apegados a formas de actuar que quizá en otro tiempo fueron eficaces, pero ahora no. ¿Qué se debe hacer? Podemos recurrir a un concepto que enseñó Benedicto y que no pierde actualidad: los principios no negociables, en los que el Papa Francisco también insiste. No se puede ceder en la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Es cierto que la gran la mayoría de los países lo ha hecho, pero eso no quita fuerza a la necesidad de luchar seriamente para conseguir un cambio en esas dramáticas decisiones. También es necesario no ceder en la defensa de la familia formada por un varón y una mujer unidas por el vínculo matrimonial. Es verdad que casi todas las naciones occidentales han ido por el camino de aprobar leyes y políticas que permiten la unión legal y matrimonial entre personas del mismo sexo. Pero esta realidad, no quita fuerza a la verdad del matrimonio, más allá de las concepciones religiosas. La familia es por su esencia el lugar donde se tramiten la fe, la verdad sobre el hombre y la sociedad, y donde se aprenden las virtudes.
Un tercer elemento es rescatar el derecho de los padres de familia a la educación de los hijos en los ámbitos éticos y religiosos.
Obispo de San Bernardo (Chile)