Se les llama los «nuevos pobres» por la crisis del Covid. Pero, ¿por qué nuevos? ¿Qué hay de nuevo en ellos?
De hecho, los pobres son antiguos, tan antiguos como de vida tiene el mundo, siempre han estado ahí. Estaban en los lugares más remotos del mundo. Se les enviaba ayuda en caso de inundaciones, catástrofes y guerras. Nos movilizamos con donaciones de ímpetu en vista de ciertas emergencias.
Entonces empezaron a moverse en un número sin precedentes, a emigrar desde aquellos rincones del planeta para aparecer en los cruces de nuestras carreteras, a invadir las noticias, presentados por algunos medios como peligrosos «invasores» que amenazaban nuestro bienestar. Y mientras los países ricos se disputaban cómo resolver la recepción o el rechazo de estos flujos incontrolables, llegó la pandemia que ha cambiado todos los paradigmas.
Uno de ellos es que los pobres se han convertido en «nuevos», es decir, han tomado rasgos que nos son familiares, incluso pueden ser nuestros vecinos que, habiendo perdido sus empleos (¿precarios? ¿inestables? ¿ya frágiles?), se encuentran en dificultades para garantizar incluso un plato de comida en casa para sus hijos.
Estos nuevos pobres hacen cola a las puertas de los centros de ayuda para recibir una bolsa de comida, o se inscriben en las listas de los municipios y parroquias para recibir un paquete de alimentos en su casa.
Sería interesante que todas las personas tuvieran al menos una vez la experiencia de llevar un paquete de alimentos a un «pobre». En el sentido corporal real. La secuencia es la siguiente: recoger la caja cargada y precintada del suelo, sentir su peso en los brazos, cargarla en el coche, tocar el timbre de los «pobres», ver la cara de la persona que abre, saludar, acercarse a la primera mesa disponible y soltar el paquete. No se sabe quién está más avergonzado o tímido o incómodo, si el que entrega o el que recibe. Puede que sólo sea un intercambio de bromas, pero aún así, es una reunión. Y no puede evitar abrirse paso.
Se repite que la pandemia exige un cambio de paradigma. Las ONG que trabajaron durante décadas en esos países trabajan ahora en regiones europeas que se encuentran entre las más ricas, con proyectos idénticos a los que se llevan a cabo en Burundi o en el Congo: siguen los mismos procedimientos, ayudan a los beneficiarios con las mismas necesidades: comer, estar acompañados desde el punto de vista psicológico y social, ser tratados, encontrar un empleo. Si diéramos un paso más en la toma de conciencia de esta nueva cercanía dentro de una nueva forma de globalización, ya estaríamos en el inicio de una mañana de abril. Una nueva era.
Licenciada en Letras Clásicas y doctora en Sociología de la Comunicación. Directora de Comunicación de la Fundación AVSI, con sede en Milán, dedicada a la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria en todo el mundo. Ha recibido varios premios por su actividad periodística.