Los abuelos clínex

Dios, o la teoría evolutiva de la abuela como queramos llamarle, quiso que los abuelos estuvieran ahí para ayudarnos a crecer y para transmitirnos los conocimientos que requieren más experiencia.

16 de abril de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos
Los abuelos clínex

¿Sabía que, en comunidades cazadoras-recolectoras, los niños que cuentan con una abuela tienen un 40 por ciento más de probabilidades de sobrevivir? Las abuelas son parte fundamental del éxito de la especie humana, aunque ahora, lamentablemente, sean de usar y tirar.

Se lo escuché decir a María Martinón, una eminencia en la antropología a la que suelo citar a menudo. La aparente evidencia científica que ella describe tiene incluso un simpático nombre: la «teoría de la abuela«. ¿En qué consiste? La directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, lo explica así: «la menopausia, en las mujeres, sucede demasiado pronto porque somos una especie muy longeva. No es, por tanto, un deterioro sino una estrategia de éxito. Y es que contar con una abuela con plenas capacidades físicas y mentales es contar con alguien que va a invertir parte de su vida para que nosotros salgamos adelante. Además –añade– son un inmenso reservorio de conocimiento y de memoria».

También en nuestras comunidades urbanas del siglo XXI a nadie le cabe la menor duda de que esto es una verdad como un templo.

Las abuelas y los abuelos son una riqueza enorme para nuestra sociedad y son ellos quienes han soportado y siguen soportando sobre sus hombros gran parte de la carga familiar: cuidan a los nietos, los llevan al colegio, a las actividades extraescolares, a la catequesis, preparan la comida a sus hijos, hijas y cónyuges, contribuyen económicamente con las casas o empresas de sus hijos en momentos de crisis… ¡Qué grandes son los abuelos!

Pero, ¡ay cuando empiezan a dejar de ser productivos y «convenientes» al sistema! Dependemos de ellos para todo, pero cuando son ellos los que dependen de nosotros, los descartamos. Se convierten en abuelos clínex.

También ellos son culpables, en cierta medida, de esta triste tendencia. Porque muchos han educado a sus hijos en no sufrir por absolutamente nada, en salir corriendo ante el mínimo problema que les exigiera esfuerzo o desprendimiento. Mamá y papá estaban siempre ahí para sacarnos las castañas del fuego; pero ahora, como ya no pueden ayudarnos y el problema de su cuidado recae sobre nosotros, no somos capaces de afrontarlo.

La solución de la eutanasia se presenta como una atractiva solución al problema y son los propios abuelos, en su obsesión por evitarle sufrimientos a sus hijos, quienes ya están pidiendo la ayuda al suicidio llegado el caso de no poder afrontar sus cuidados. Se lo escuché decir el otro día a una anciana: «yo no quiero ser una carga para mis hijos. En cuanto no pueda valerme por mí misma, que me den la inyección». Podría parecer un gesto de generosidad extrema, pero en realidad, el suicidio (cuando no hay desequilibrio mental de por medio) no deja de ser un acto de soberbia, la más radical autoafirmación del yo: «Soy tan grande que hasta puedo decidir cuándo morir».

En la reciente declaración «Dignitas infinita» publicada por la Santa Sede, se nos recuerda que «ayudar al suicida a quitarse la vida es una ofensa objetiva contra la dignidad de la persona que lo pide, aunque con ello se cumpliese su deseo: «debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar cualquier forma de suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados».

Dios, o la teoría evolutiva de la abuela como queramos llamarle, quiso que los abuelos estuvieran ahí para ayudarnos a crecer y para transmitirnos los conocimientos que requieren más experiencia. Y es que una persona mayor desvalida, lejos de ser un estorbo, puede llegar a ser la mejor lección de vida para nuestros hijos pues les explicita dónde acaban todos los esfuerzos humanos, les da la perspectiva necesaria para entender quiénes somos y adónde vamos.

Privar a nuestros hijos de verlos envejecer, de ayudarlos cuando ya no se pueden valer, de acompañarlos en sus últimos años y en el momento de la muerte es privarles de la enseñanza más importante de la vida: que los seres humanos tenemos fecha de caducidad y una dignidad que va mucho más allá de si valemos o no para algo. Nadie como una abuela en casa para explicar, con su sola presencia, que somos seres finitos dotados de una dignidad infinita.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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