Lo mejor es que te mueras

El mensaje como sociedad que transmitimos con la ley de eutanasia es que no estamos dispuestos a gastarnos, ni lo mínimo, en cuidar al débil.

18 de marzo de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos

Hace pocas semanas, cuando el gobierno de España pisaba el acelerador de una de las leyes de la muerte, la de eutanasia, Javier Segura, en este mismo medio, escribía una impecable columna sobre este tema titulada Eneas y la eutanasia. En ella, con el mito griego como telón de fondo, describía la triste realidad a la que se ha sumado nuestro país con la aprobación de esta ley: “Quien arroja como una carga a los más débiles, es verdad que caminará más rápido, que podrá correr incluso, pero lo hará hacia su propia destrucción”.

La apuesta desmedida por la muerte es uno de esos síntomas de nuestro camino destructivo como sociedad. No deja de ser paradójico que se quieran presentar como progresistas leyes en las que subyacen las mismas ideas y razones utilizadas por el gobierno nacionalsocialista de la Alemania de los años 30 del pasado siglo. Porque no, Hitler no comenzó matando judíos y gitanos, empezó aplicando la muerte “por compasión” a un niño con minusvalía a inicios de 1939. A partir de ahí, se puso en marcha un programa que aplicase estos criterios a casos similares, poco después se amplió a enfermos mentales y luego… pues ya sabemos todos la historia.

Con la ley de eutanasia, lo que estamos diciendo a otras personas es: “lo mejor es que te mueras”. Sí, tú… por viejo, por depresiva, por estar impedido, por tener tal o cual síndrome… “Lo mejor es que te mueras… porque yo no voy a cuidarte”. Más aún, la aprobación de esta ley, junto al escaso apoyo existente en España al desarrollo y universalización del acceso a los cuidados paliativos, conlleva un mensaje adicional: “Lo mejor es que te mueras… porque yo no voy a cuidarte y no pienso ayudar a que otros lo hagan”.

Gracias a Dios, sí que hay esos otros, profesionales sanitarios, muchos y muy buenos, que dedican su vida a cuidar a quienes esta ley quiere matar porque ha decidido que una vida de tal o cual modo es insoportable. 

La vida, cuando hay medios, no ensañamiento, cuando hay posibilidades y, sobre todo, cuando hay cariño, merece ser vivida.

Es unánime la voz de profesionales sanitarios, de familiares y de personas que se encuentran en situaciones no precisamente idílicas, cuando destacan que un enfermo terminal no pide la muerte: pide la eliminación del sufrimiento, no de la vida.

La ley de eutanasia no busca acabar con el problema, elimina a quien padece el problema, creando además una situación de retroceso médico limitando o evitando la búsqueda de nuevas soluciones a las dolencias planteadas.

Sí, efectivamente, hay vidas con mayor o menor dignidad y muertes realmente indignas, como las de quienes se quedan en el fondo del mar intentando llegar a una vida mejor. Pero lo que no existen son personas indignas. Nuestro deber como sociedad es ayudarles es a vivir. Lo tenemos muy claro, por ejemplo, en la prevención del suicidio. Inducir la muerte, y más aún, querer obligar a los médicos a que certifiquen una muerte provocada como “natural”, hiere gravemente la médula espinal de una sociedad humana cuya característica habría de ser la de la atención, cuidado y promoción de los más débiles. Aunque sea más cómodo poner una inyección letal e irme de copas que pasar una noche sosteniendo la mano de una persona casi inconsciente. Sin embargo, ¿qué habría de ser lo propio del hombre, de la mujer? No creo equivocarme en la segunda opción, porque, en palabras del Dr. Martínez Sellés, “una sociedad que mata, aunque sea con una sonrisa, ha dejado de ser humana.

El autorMaria José Atienza

Directora de Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.

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