El 22 de abril de 1870 nacía en la ciudad de Simbirsk, a 893 km de Moscú, el que sería mundialmente conocido como Lenin. Unas décadas después, moriría con sólo 53 años dejando tras de sí una historia legendaria, bien explotada y difundida por su sucesor Stalin y sus seguidores. La leyenda trataba y aún trata de esconder una eficaz labor criminal que se extendería por muchos países del mundo, sin exceptuar el nuestro.
Hoy en día, su figura sigue presente en las calles y edificios de Moscú y en ciudades de toda Rusia. Al mausoleo de la Plaza Roja que guarda su momia siguen acudiendo miles de turistas llevados por la curiosidad o la admiración. Cerca se puede ver también el Rolls Royce que usaba cuando alcanzó el poder. La Rusia de hoy, la patria de Dostoievski y de tantos otros ilustres rusos de la historia a los que honrar, no encuentra el momento de enterrar definitivamente al viejo bolchevique y parece seguir ahora bajo su siniestra influencia.
Sólo un mal entendido patriotismo ruso, que no puede ignorar la importancia histórica del personaje, puede permitir semejante homenaje al responsable directo e indirecto de tantos millones de muertes. La propaganda comunista ha conseguido cubrir de un halo heroico a quien, quizá inicialmente resentido por la ejecución de su hermano por orden del Zar, tanta sangre derramó e hizo derramar en su tierra y en medio mundo.
Conocido es que Lenin no pudo mantenerse por sí mismo antes de 1917. Le mantenía su madre que periódicamente le enviaba dinero. Fracasó como abogado en San Petersburgo y se negó a trabajar en el campo. Su madre y su hermana le consintieron, y él las trató luego con desprecio, de manera profundamente machista. Mantuvo un lamentable triángulo amoroso entre su mujer Nadezhda y su amante francesa, Inessa Armand, gracias al piso que Lenin alquiló en París con el dinero prestado por su madre.
Fue un “pequeño burgués”, como muchos revolucionarios históricos, desde Marx al Che Guevara. Un hombre sin escrúpulos que basaba en el terror el control sobre el pueblo. El exterminio selectivo, la liquidación de monárquicos, cristianos, judíos, burgueses, demócratas, socialdemócratas y de todo aquel que no obedeciera al único líder, se inició con Lenin. Utilizó la guerra civil rusa para liquidar a sus “enemigos de clase” y adversarios políticos, entre el golpe de Estado de enero de 1918, cuando disolvió la Asamblea constituyente tras unas elecciones que perdió, y finales de 1922.
Creó la policía política (esa en la que llegaría a trabajar años después un joven Putin), los campos de concentración, trabajo y exterminio que luego copiaron los nacionalsocialistas, e inició el terror como forma de gobierno. En un telegrama, fechado el 10 de agosto de 1918 aunque desgraciadamente sin haber perdido actualidad, Lenin ordenó: “Es preciso dar un escarmiento. Colgad (y digo colgad de manera que la gente lo vea) al menos a cien kulaks, ricos y chupasangres conocidos. (…). Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente lo vea, tiemble, sepa y se diga: matan y continuarán matando”. Por cierto, que en aquella época su cocinero era el abuelo del actual presidente Putin.
Aunque hayan pasado tantos años desde su muerte, tampoco hoy en España su vida nos resulta del todo ajena. Desde los inicios de su revolución, a la que consagró toda su vida a comienzos del siglo pasado, no han faltado admiradores del dictador en nuestro país. Su influencia es patente en diversas fases de nuestra historia.
Es famosa la anécdota del viaje que realizó en 1920 el diputado socialista por Granada Fernando de los Ríos a la Unión Soviética comisionado por el PSOE. Junto con Daniel Anguiano, el propósito del viaje era ver las posibilidades de ingreso del partido en la Tercera Internacional. Durante su entrevista con Lenin, De los Ríos le preguntó cuándo permitiría su gobierno la libertad de los ciudadanos. Según el relato de De los Ríos, Lenin habría rematado una extensa respuesta cuestionando «¿Libertad para qué?».
El que más tarde sería ministro de Justicia de la II República española habría deducido de esta respuesta que se produciría una deriva totalitaria de la Revolución Soviética, como así fue. Por ello, en el siguiente congreso extraordinario del PSOE, De los Ríos se opuso al ingreso del partido en la citada Internacional. Esto provocaría la posterior escisión de un sector pequeño del partido que habría de fundar el Partido Comunista de España.
Quizá es menos conocida la idea que tenía Lenin de que España era el país de Europa en el que primero podría triunfar la revolución comunista después de Rusia. El conocido político socialista Francisco Largo Caballero, que llegó a presidir el Gobierno y que cuenta con una estatua en los Nuevos Ministerios de Madrid, predicó abiertamente la necesidad de hacer la revolución en España y fue pronto conocido como el “Lenin español”. Su sueño era llegar a crear la Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas.
Desde luego, los líderes de la Unión Soviética no escatimaron recursos de todo tipo desde entonces para que España se convirtiera en una República comunista como lo fueron años después tantos países al este del telón de acero. La derrota del bando republicano en la guerra civil española frustraría el conocido proyecto de implantar la dictadura del proletariado en nuestro país dando paso al régimen de Franco.
Hoy en día, la vicepresidenta 2ª del Gobierno, Yolanda Díaz, se ha manifestado en diversas ocasiones orgullosa de pertenecer al Partido Comunista de España. Ojalá pueda leer y reflexionar sobre la influencia de Lenin en la historia de nuestro país y siga el ejemplo de otros políticos de izquierdas de talante más pacífico y constructivo, como por ejemplo Julián Besteiro. Y ojalá Rusia logre desprenderse de una vez de esa ya demasiado larga tradición de líderes “fuertes” y sanguinarios.