El uso del lenguaje en las batallas culturales

El lenguaje siempre ha sido un arma poderosa para influir en la opinión pública. Hoy día los debates sociales se platean muchas veces como auténticas batallas culturales, pero cabe preguntarse hasta qué punto seguir esta lógica ayuda a resolver los conflictos.

25 de septiembre de 2022·Tiempo de lectura: 5 minutos
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Foto: ©Mateusz D

1984 de George Orwell se ha convertido para muchos en una preclara guía, adelantada a su tiempo, de los peligros que supone el totalitarismo social y político bajo el cual todos podemos acabar viviendo sin casi darnos cuenta. Se dice que él probablemente tenía en la cabeza a la Unión Soviética, esa gran cárcel hoy felizmente desaparecida gracias a la ayuda entre otros del recientemente fallecido Mijaíl Gorbachov. Pero su alegoría es válida para muchos de los totalitarismos actuales. Una de las aportaciones del escritor británico, nacido en lo que hoy es la India, es lo que dio en llamar neolengua, concepto que define cómo han de ser las palabras para que la masa de ciudadanos pueda ser más fácilmente sometida por el Partido.

Años después, el ensayo “No pienses en un elefante”, del lingüista cognitivo norteamericano George Lakoff, nos explicó la necesidad de dotarse de un lenguaje coherente que permita definir desde tus propios valores y sentimientos los asuntos en juego en el espacio público, si uno quiere hacer avanzar su agenda ideológica y política en una sociedad. Lo que viene a decir Lakoff es que su partido (en este caso, los Demócratas de Estados Unidos) no había sido capaz de construir un encuadre convincente de su modo de ver la vida. O, al menos, no de la manera tan eficiente y eficaz como lo hicieron los Republicanos.

Marcos de conocimiento y lenguaje

Los marcos son estructuras mentales que conforman el modo como los individuos ven el mundo. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro de ese individuo un marco o una colección de marcos. Cambiar ese marco significa también cambiar el modo que la gente tiene de ver el mundo. Por ello, Lakoff da gran importancia, a la hora de enmarcar acontecimientos conforme a los propios valores, a no utilizar el lenguaje del adversario (no pensar en un elefante). Y ello es así porque el lenguaje del adversario apuntará hacia un marco que no será el marco deseado.

En este influyente librito se sostiene que tanto las políticas conservadoras como las progresistas tienen una consistencia moral básica. Se fundamentan en visiones diferentes de la moral familiar que se extienden al mundo de la política. Los progresistas tienen un sistema moral que se enraíza en una concepción determinada de las relaciones familiares. Es el modelo de los padres protectores, que creen que deben comprender y apoyar a sus hijos, escucharlos y darles libertad y confianza en los demás, con los que deben cooperar. El lenguaje triunfante de los conservadores se basaría en cambio en el modelo antagónico del padre estricto basado en la idea de esfuerzo personal, desconfianza hacia los demás e imposibilidad de una verdadera vida comunitaria.

En este sentido, la ventaja conservadora que Lakoff veía en la política norteamericana de la primera década de nuestro siglo es que la política de aquel país utilizaba habitualmente su lenguaje y tales palabra arrastraban a los demás políticos y partidos (a los Demócratas, principalmente) hacia la visión del mundo conservadora. Y todo ello porque, para Lakoff, el enmarcado es un proceso que consiste precisamente en elegir el lenguaje que encaja con la visión del mundo de quién enmarca.

Perspectivas conservadoras y progresistas

Lakoff pone algunos ejemplos desde la óptica conservadora: es inmoral darle a la gente cosas que no se ha ganado, porque entonces no conseguirán ser disciplinados y se convertirán en dependientes e inmorales. La concepción de los impuestos como una desgracia y la necesidad de bajarlos se enmarca muy gráficamente en la frase “alivio fiscal”. Los progresistas no deben usar esa frase y sí en cambio “solidaridad fiscal”, “sostenimiento del estado del bienestar”, etc. Sobre los gais, sostiene que en EE. UU. y bajo la óptica conservadora la palabra gay en aquella época connotaba un estilo de vida desenfrenado y poco saludable. Los progresistas cambiaron ese marco por el de “matrimonio igualitario”, “el derecho a amar a quien quieras”, etc.

Los marcos que escandalizan a los progresistas son los que los conservadores consideran, o consideraban, verdaderos o deseables (y viceversa). Sin embargo, si la visión del mundo que prevalece es la de que el acuerdo o el consenso no sólo es posible (porque el ser humano es, en esencia, bueno) sino deseable (y nosotros tenemos que poner nuestro granito de arena para que así sea), hay que erradicar de la arena política la lucha encarnizada, la descalificación, el ignorar o desprestigiar al otro… Y es posible que el partido o ideología dominante consiga imponer sus ideas y sus leyes sin que sus adversarios puedan contradecirlas ni cambiarlas una vez impuestas sin ser acusados de fascistas.

El lenguaje en las batallas culturales

Evidentemente, Estados Unidos no es Europa ni España es Estados Unidos, pero creo que todos somos conscientes de cómo las victorias culturales y legislativas de los últimos 20 años reflejan un modelo en el que el lenguaje es decisivo para ganar esas batallas… La victoria de lo que algunos llaman ideología Woke (propugnada por movimientos políticos de izquierda y perspectivas que enfatizan la política identitaria de las personas LGTBI, de la comunidad negra y de las mujeres) en muchas de nuestras leyes y costumbres, se ha dado porque algunas personas han trabajado, pensado y luchado mucho para que así sea. Y el uso del lenguaje ha tenido un papel importante en esas victorias.

Sí es sólo sí, muerte digna, derecho a la salud sexual y reproductiva, matrimonio igualitario, derecho a definir la propia identidad sexual, escuela pública y gratuita para todos, lucha contra el cambio climático, etc. Son ejemplos de batallas culturales y legislativas emprendidas inteligentemente mediante el lenguaje. Habría ejemplos distintos en el otro sector ideológico: el derecho a la vida (con la reciente victoria legislativa en el TS de Estados Unidos), objeción de conciencia, libertad educativa, derecho de los padres a la educación moral de los hijos, etc.

Tolerancia y firmeza en las batallas culturales

Pienso que conviene preservar y fomentar el pluralismo, el consenso, hablar con todo el mundo, no etiquetar, huir del maniqueísmo, aprender del diferente, respetar las opiniones distintas a las nuestras y ese tipo de cuestiones propias de las sociedades democráticas. Pero no podemos ignorar que hay personas, entidades e intereses empeñados en cambiar la realidad social y legislativa de nuestros países y no siempre esos cambios son en favor de la dignidad humana, el derecho y la diversidad religiosa, sino que a veces esos cambios nos dirigen al totalitarismo. Recomiendo la lectura del clásico libro de Victor Klemperer, «El lenguaje del Tercer Reich, apuntes de un filólogo” y “La manipulación del hombre a través del lenguaje” de Alfonso López Quintás.

En 1991, el sociólogo norteamericano James Davison Hunter publicó un libro llamado “Guerras Culturales”, donde señalaba que, aunque históricamente los temas de campaña política habían sido la salud, la seguridad, la educación y el crecimiento económico, ahora se manifestaba un nuevo paradigma político-ideológico para socavar las bases de los valores tradicionales de occidente. El lenguaje, la palabra, puede ser un medio para someter a las sociedades o para liberarlas. Y a uno le puede gustar más o menos por temperamento discutir, pero hay veces que no hay más remedio que hacerlo -eso sí de manera civilizada y respetuosa con todo el mundo- si uno quiere defenderse y defender las ideas y valores que le parecen más valiosos.

Usemos la palabra de manera inteligente para que esté al servicio de la paz, la dignidad humana, la libertad y todos los derechos humanos. Y estemos atentos para poder desenmascarar los atropellos de estos derechos cuando vienen disfrazados con bellas palabras.

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