La lección de la hemorroísa a la mujer de hoy

En los Evangelios, Cristo transforma a la hemorroísa en una mujer sanada, levantada, transformada, reposicionada y bendecida. Un milagro que puede repetirse en nuestra vida hoy.

19 de febrero de 2024·Tiempo de lectura: 7 minutos
Mujer

(Unsplash / Mohamed Nohassi)

Dios ama de manera especial a la mujer, y la quiere sana para ser alimento de amor,  instrumento de paz y portadora de sabiduría en todo su entorno. En la Biblia podemos apreciar cómo el trato de Dios con la mujer ha sido trascendente, posicionándole en tareas claves a través de la historia de la salvación.

En algunos episodios bíblicos, Dios se muestra como el fiel proveedor, cuidador de las viudas, de las mujeres débiles y necesitadas, como lo hizo con la viuda de Sarepta, con la hemorroísa, la samaritana y la hija de Jairo.

En otros casos Dios es el educador, hacedor y formador de mujeres virtuosas y valientes como lo fue con Rut, Ester, Débora, Ana y Raquel. ¡Y qué decir del derrame de virtudes que impartió en Su madre María! También a Su Iglesia la vestirá de novia con glorioso esplendor en las bodas del cordero. Dios necesita mujeres sanas que ayuden a tejer, ensamblar y concluir la historia de la salvación hacia un final victorioso. 

Como dice Rut 3, 11: “Ahora pues, no temas, hija mía; yo haré contigo lo que tú digas, pues toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa”. 

Es aquí cuando tenemos que hacernos esta pregunta: si la mujer es tan dotada, necesitada y  usada por Dios, ¿por qué parece que, de los dos géneros, es la más sufrida, la que más se cansa, la más carente o necesitada? Los problemas de salud física y mental afectan tanto a hombres como a mujeres, pero algunos son más comunes en la mujer.

La vulnerabilidad psicológica

En el campo de la psicología los estudios afirman que las mujeres tienen casi el doble de probabilidades que los hombres de ser diagnosticadas con depresión, con trastorno de ansiedad generalizada, pánico, ciertas fobias, y estrés postraumático. Esta vulnerabilidad se le atribuye a una complicada combinación de varios factores de riesgo que tienen que ver con su biología, su psicología, y tensiones entre los roles a nivel sociocultural. 

Es fácil notar que en nuestra sociedad, sobre todo, en algunas culturas, muchas mujeres crecen sin validación. Las niñas no reciben el mismo nivel de importancia y se les enseña a permanecer calladas y serviles, al grado de asumir la responsabilidad de velar constantemente por la salud y el bienestar de toda la familia antes que su propio bienestar. Por eso es importante que las mujeres prioricen su salud mental pues ellas serán propensas a experimentar condiciones como la depresión 4 veces más que los varones

Del 7 % al 20 % de mujeres sufrirá de la depresión posparto, sobre todo, cuando una serie de factores se unen, como problemas matrimoniales, económicos, problemas de salud física, aumento de peso, y aislamiento social. Las mujeres que usaron la píldora anticonceptiva durante la adolescencia tendrán un 130 % más de probabilidades de estar deprimidas como adultas. De todas las afectadas con estas condiciones psicológicas, casi dos terceras partes no obtendrán la ayuda necesaria.

¿Es decaimiento, decepción o depresión? 

“Ando agobiado, y encorvado, camino afligido todo el día. Estoy  paralizado y hecho pedazos. Mi corazón palpita, las fuerzas se me van y hasta me falta la luz de  mis ojos. Mis compañeros se alejan de mí y mis familiares se quedan a la distancia. ¡Señor no me abandones, ven pronto a socorrerme!” (Salmo 38, 7-11, 21-22)

Sin duda alguna, este salmo describe el agobio emocional de un ser humano abrumado por  graves heridas, crueles sensaciones de impotencia somatizadas y convertidas en padecimientos físicos y en total desolación. ¿Qué le llevaría al borde de ese precipicio psicológico? ¿De qué se sostiene nuestro delicado equilibrio interior para no amanecer un día al borde de la locura?

Los retos de la vida son a veces cargas llevaderas que aportan importantes lecciones, o incluso, nos  transforman efectivamente en mejores seres humanos. Pero otras veces, cuando se emparejan el desgaste físico, emocional y psicológico, y al alma ya no le quedan fuerzas para creer o rezar, se pierde el sentido de la vida reconfigurada en ese insensato sufrimiento. Es ahí cuando algunas personas preferirían renunciar o incluso morir porque simple y sencillamente, sienten que ya no dan más.

Y nos preguntamos, ¿qué sucedió con aquella niña alegre que se atrevía a reír y soñar, a abrazar y bailar con sus muñecas, vestirlas de color de rosa, y a ilusionarse con bellas fantasías que se convertirían, según ella en su inocencia, en una cotizable realidad? Esa niña iba creciendo en estatura a la vez que iba perdiendo fortaleza emocional. Un día le cambió la vida al amanecer al encuentro de un abuso, de un abandono, de una traición, de una incertidumbre, de un hijo  enfermo, de un cáncer, sintiéndose erradicada de su fantasía para caminar sin fuerzas y sin ilusión en su nueva e inapetente realidad.  

La pregunta es, si aún en esas condiciones tan desgastantes, estará dispuesta a usar hasta la última gota de sus fuerzas y esperanza para darle a la vida otra nueva oportunidad.

La labor terapéutica de la fe

De todas las terapias disponibles para tratar casos de depresión, ansiedad, estrés postraumático, y padecimientos parecidos, en lo personal, considero que no hay sustituto a la fe y a una relación personal con Dios. Incluso, un estudio recientemente realizado por investigadores del “Rush University Medical Center” de Chicago, sugirió que la fe en Dios reduce los síntomas de la depresión clínica.

La fe da sentido, propósito y nuevas ilusiones a la vida, experiencias muy escasas en las personas deprimidas. Es la fe la que nos asegura que nuestro futuro está en manos de Dios, quien es nuestra defensa y protección, y Su amor nos acompaña con vertientes misericordiosas empapando nuestra vida para liberarnos de la culpabilidad y desesperación. La oración de fe facilitará el desenfoque de lo negativo, y el enfoque en lo posible y esperado.

La Biblia está llena de citas que exhortan a destrabar la tristeza y dirigirnos hacia la alegría. No es el deleite ni deseo de Dios que estemos cabizbajas, desinteresadas, y entristecidas. Él quiere que Su alegría en nosotros sea posible, vivible y completa.

La hemorroísa

En Marcos capítulo 5, una mujer anónima sufría de un flujo de sangre. Al contar otros su historia le llamaron la hemorroísa, en otras palabras, la intocable, la arrastrada, la distanciada. ¿Cuántas se habrán sentido así por tantas diversas razones? Sin embargo, esos pronombres no durarían mucho. Habrá que actualizarlos pues después de un encuentro con Jesús, todo cambiaría.

Hasta hace unos días había derrochado toda su fortuna en médicos y remedios que no le ayudaron. Alguien le contó la noticia que el famoso sanador de la Galilea se acercaba a su entorno. Tuvo que haber pensado: no pierdo nada en un último intento de sanación. Se ubicó en un cruce de caminos, y extendió su brazo para alcanzar al sanador de revuelo. Sin darse cuenta hizo un gesto profético pues al atreverse a tocar el borde del manto de Jesús, se acercaría al mismo trono de Dios. Los conocedores de la Palabra habrán leído en Isaías 6, 1: “Vi al Señor sentado sobre un trono alto y sublime. El borde de su manto cubría el templo”.

No había mucho tiempo. Cualquier movimiento tendría que ser rápido y puntual. Jesús era movilizado con prisa para llegar a casa del conocido Jairo con una moribunda hijita de 12 años de edad. Entonces por la mente de los discípulos seguramente se tuvieron que organizar las prioridades: ¿a cuál de las dos Jesús debe atender? ¿A una mujer doce años enferma empedernida  en sanar, o a una niña doce años de nacida que no se puede dejar morir? ¿Qué dolor es más real? ¿Qué necesidad es más urgente? ¿Cuál de las dos obtendrá el urgente favor del Señor? Escojamos una; no hay tiempo para las dos. 

Pero el autor del tiempo detiene el tiempo. No hubo necesidad de imponer manos. La mujer herida había ya tocado el corazón del Señor con sus gemidos y sus lágrimas hasta entrar en contacto directo con Su poder y misericordia.

Aún sin escuchar las palabras “quedas sana de tu enfermedad”, ella se sintió liberada de su dolencia, de su sentido de impotencia, de sus fracasados intentos por doce años de esfuerzos no remunerados, de su desgaste de tener que arrastrarse por las calles y callejones al sufrir de una dolencia humillante sin aparente remedio.

Se liberó su cuerpo de su mal, la carga emocional y psicológica que la humillaba fue levantada de su corazón, y su alma emprendió vuelo. ¡Así deberían de sentirse todos los que escuchan alguna vez en su vida palabras semejantes: tus pecados son perdonados, o ya desapareció el tumor, o ya alguien pagó tu deuda. ¡Vete en paz! 

Jesús pregunta, “¿quién me tocó? Fuerza salió de mí”. La hace identificarse pues el milagro venía en dos partes. La mujer se levanta, conversa con Jesús quien le dice, “hija, tu fe te ha salvado, vete en paz”. En un instante o microsegundo de la eternidad, se dieron dos grandes milagros en una mujer abatida y desahuciada: su recuperación física, y su reintroducción a la vida como mujer sanada y transformada de su vieja a su nueva identidad.

Por eso Jesús quiso identificarla para revelar el milagro invisible y vestirla de una nueva dignidad visible. Ahora cambiémosle los pronombres pues la que era la hemorroísa es ahora la mujer sanada, levantada, transformada, reposicionada y bendecida.

La hija de Jairo

Ya podemos ir a casa de Jairo sin tener que dejar el milagro anterior a medias. Sin embargo, se acercan a Jesús y a su comitiva los mismos pesimistas de siempre: “ya para qué traen al maestro, si la niña de Jairo ya está muerta”. Se les olvidó que a quien invitaron a llegar no era un curandero, sino el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6). Jesús dice, “la niña no está  muerta, sino dormida”. Y tomando a la niña de la mano, le dice: “Talitá kum, niña, a ti te digo, levántate”. La niña se levantó y se puso a caminar. ¡Cuándo vamos a entender que en casa de creyentes no hay hijos muertos sino simplemente dormidos! ¡Él viene a despertarlos! 

En varios renglones de un mismo Evangelio, se dieron dos impresionantes milagros: la sanación de una mujer adulta y la de una niña. Hubo tiempo para ambas. Las dos fueron levantadas. Dios no tiene favoritos, solo favorecidos sin importar la condición o distinción: mujer o niña, rico o pobre, libre o esclavo, pecador o santo: la promesa es para todos.

Los milagros de hoy

Los milagros de este Evangelio se dan hoy día en tantas mujeres diferentes y parecidas, antes  hermanadas por el dolor físico y el decaimiento emocional, pero que después de un encuentro con el sanador de la Galilea, sus historias y sus nombres cambian. En otros casos de la vida real es posible que se trate de la misma mujer, sanada de las heridas y flagelos de su infancia para llegar a ser la mujer adulta levantada de su pecado pasado o depresión, para no arrastrarse más. 

Hay mujeres que sufren de males o dolencias que las hacen vivir caídas, empobrecidas y desfalcadas de felicidad. Si esa eres tú, es hora de que tus oraciones, tus gestos y tu fe alcancen al Maestro. Acércate en la condición que te encuentres que no vas a ser rechazada ni ignorada. Él tiene una sanación que ofrecerte si das un paso de acercamiento y humildad.

El autorMartha Reyes

Doctora en Psicología Clínica.

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