El escritor norteamericano Paul Auster, en su libro “Creía que mi padre era Dios”, recoge las anécdotas, muy diversas, que le fueron enviando sus radioyentes para un programa de radio… La premisa que él ponía para leer estas historias cada noche es que “rompieran los esquemas”. De una de ellas toma el título esta columna: Clean the guilt – lavar la culpa.
La protagonista de esta historia (¡Ojo! Esto es un súper spoiler) cuenta cómo, en medio de una temporada rebelde de su recién estrenada juventud, encontró al lado de su cama una nota escrita por su madre en la que leyó “Clean the guilt – Lavar la culpa”.
Ella misma describe que su familia no era precisamente religiosa y aquellas palabras la persiguieron durante semanas… y, directa o indirectamente, empezó a cambiar algunas cosas… eso sí, “un maravilloso día, casi milagroso, debía de ser un día claro y soleado, volví a casa, subí a mi habitación, miré la libreta y decía: ‘Lavar la colcha – Clean the quilt’”.
Supongo que lavó la colcha pero, sobre todo, como ella narra, casi de manera inconsciente fue lavando su vida. En el caso de nuestra amiga, que no era católica, el sacramento de la reconciliación no entraba en su vida. Los católicos, sin embargo, tenemos fácil la solución al leer la nota al lado de nuestra mesilla. Como recoge el Subsidio para las 24 horas para el Señor que comenzaremos en unas horas: “Dios perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está vinculado a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros cristianos hay un don más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Esto debemos valorarlo; es un don, una atención, una protección y también es la seguridad de que Dios me ha perdonado”.
Con la confesión, bien hecha, los católicos tenemos la certeza de que Dios nos perdona, y no sólo perdona, sino que olvida nuestros pecados. No hay nada más alejado de un católico que se confiesa que el sentimiento de culpabilidad porque, en palabras de “C” Anello, el joven protagonista de una historia del Bronx, “era fantástico ser católico y confesarse. Podías empezar de cero cada semana”.
Empezar de cero, volver a nacer, olvidar los pecados y también pedir perdón, ser conscientes de nuestra limitación sin que eso suponga un problema sino una oportunidad de amar, … eso sí que hace de nuestra historia de salvación una narración que rompe los esquemas de nuestra sociedad actual.
Confesarnos es asumir nuestra culpa y borrarla; coger la colcha con las marcas, que nosotros hemos hecho con los restos de la tierra que pisamos, y arrastrarla hasta la lavadora. Aunque pese un poco, aunque sea incómoda de manejar, aunque, en el fondo pensemos que “tampoco se ve tan sucia” y que podríamos frotar aquí y allá, sin necesidad de pasar por la máquina.
Aunque es poco probable que Dios nos deje notas en la mesilla de noche, siempre, pero quizás aún más en Cuaresma, es un buen momento para lavar la colcha de nuestra vida a fondo, con la ayuda de esos sacerdotes, profesionales del tema, que pueden ayudarnos en esta tarea…. ¡Ah! Y si le hace falta un lavado a la colcha de la cama, aprovecha también, que empieza a hacer buen tiempo.
Directora de Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.