Eran el terror en las clases de dibujo técnico. El tetraedro y el cubo eran fáciles, se podían dibujar casi sin ayudas técnicas; pero a partir de ahí la cosa se complicaba, alcanzando dificultades insuperables. Lo mismo ocurre en la vida diaria, tendemos a simplificar los conceptos y banalizarlos, quizás por miedo a desarrollar todas sus facetas, sin caer en la cuenta de que la realidad siempre es compleja, poliédrica, presenta muchas caras y todas son necesarias para abarcar ese concepto de forma armónica.
La familia también es poliédrica: podemos identificarla como la unión formal de un hombre y una mujer, con voluntad de permanencia, ordenada al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. Esta definición, en principio, parece impecable; pero es insuficiente. Para gestionar una familia correctamente también hay que tener conocimientos de economía, finanzas, planificación de tesorería, toma de decisiones estratégicas, psicología, dietética, primeros auxilios, resolución de conflictos, organización de actividades, logística, moda, aprovisionamientos y muchas cosas más. Si falla alguna de estas facetas, de estas caras del poliedro, la armonía familiar puede complicarse.
Si en lugar de familias hablamos de hermandades la cuestión se replica. Aunque el Código de Derecho Canónico no nombra en ningún momento a las hermandades, sólo habla de las asociaciones públicas de fieles, las hermandades encajan perfectamente en la definición y características de estas asociaciones con lo que la dificultad sobre su naturaleza y fines quedaría resuelta: las hermandades son una de las formas que pueden adquirir las asociaciones públicas de fieles de la Iglesia Católica y tienen como misión el perfeccionamiento cristiano de sus hermanos o asociados mediante su formación, la promoción del culto público, el fomento de la caridad y la santificación de la sociedad desde dentro.
Pero no es suficiente con la definición; para el cumplimiento de esa misión las hermandades han de adquirir y aplicar una serie de conocimientos, capacidades y actitudes que exceden con mucho a su enunciado. Tratando de sistematizar la cuestión, para no perdernos, identificamos tres grandes líneas de trabajo:
Fundamentación Doctrinal.
A partir de su encaje en el Código de Derecho Canónico las hermandades, al ser erigidas como tales por la Jerarquía, adquieren personalidad jurídica canónica (también civil, pero de esa es otra cuestión) y reciben de la Iglesia, en cuanto sea necesario, la misión de trabajar en pro de los fines que se propone alcanzar en su nombre.
Esa responsabilidad ha de ser sustentada en un conocimiento riguroso de las verdades de la fe desarrolladas en el Catecismo de la Iglesia Católica, que debe complementarse con la Doctrina Social de la Iglesia y con las bases de la Antropología Cristiana. A esto debe añadirse el conocimiento de las encíclicas, cartas apostólicas y cualquier otro documento, sugerencia o indicación propuesta por el Papa (sinodalidad, familia, San José, …).
Actividades.
Para el cumplimiento de sus fines las hermandades han de realizar una serie de actividades formativas, de culto y para la promoción de la Caridad. Teniendo muy claro que las actividades son medios, no fin. La Junta de Gobierno no es el equipo de animación de un hotel de playa. Cada actividad ha de estar enfocada a la consecución o reforzamiento de los objetivos previamente marcados. Antes de poner en marcha una actividad los responsables de la hermandad deben preguntarse en qué medida contribuye al cumplimiento de los fines de la hermandad.
Gestión.
Tanto si tiene pocos hermanos como si son miles, una hermandad es una organización sin ánimo de lucro que ha de ser gestionada correctamente, eso supone llevar una contabilidad ordenada, gestionar los procesos administrativos, la comunicación institucional, y muchas más cuestiones que no se resuelven sólo con buena voluntad, sino con un mínimo rigor profesional.
Entrar en el desarrollo de cada uno de estos apartados nos llevaría tiempo, ahora no se trata de eso, sino de plantear que el gobierno de una hermandad no se limita a la organización de los cultos, de la salida profesional y de alguna acción de asistencia social. Éstas son actividades que se enmarcan en un propósito global: participar en la misión de la Iglesia, animando la santificación de los hermanos. Es una tarea de máximos, no de cumplimientos formales, que se sustenta en la oración, el estudio y el análisis permanente de la realidad circundante. También en la pura gestión. Han de ser motores de desarrollo personal y social, lo que implica excelencia; pero para ser excelentes hay que crear conocimientos, y estos no se generan en el vacío sino a partir de datos contrastados desde la fe complementada con la razón.
Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.