Las cosas, por su nombre

Los excesos del lenguaje inclusivo, que rozan a veces el ridículo, o la apisonadora de la ideología de género, que amenaza con convertir en delincuente a quien se niegue a decir que lo blanco es negro, son solo ejemplos de una práctica bien conocida por los gobernantes de todas las épocas.

3 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
familia

«La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza». Son las tres consignas del partido que rematan el faraónico edificio del Ministerio de la Verdad en la novela 1984. La manipulación del lenguaje alcanza hoy niveles parecidos.

De verdad que no soy nada conspiranoico, pero creo que no estamos nada lejos de la aplastante sociedad distópica que imaginaba George Orwell. Allí, el llamado “neolenguaje” servía al omnipresente Gran Hermano para controlar a los ciudadanos; aquí, las ideologías se sirven del lenguaje para dulcificar lo que no tragaríamos si llamaran a las cosas por su nombre.

Los excesos del lenguaje inclusivo, que rozan a veces el ridículo, o la apisonadora de la ideología de género, que amenaza con convertir en delincuente a quien se niegue a decir que lo blanco es negro, son solo ejemplos de una práctica bien conocida por los gobernantes de todas las épocas.

Las últimas en quejarse de la manipulación del lenguaje han sido las asociaciones de familias numerosas que entienden como una agresión la nueva ley que prepara el Gobierno de España. En la exposición de motivos del anteproyecto que ha desvelado el diario ABC, el Gobierno reconoce a las claras el carácter ideológico de la norma afirmando que “ya no existe la familia, sino las familias en plural”.

Según la norma, desaparece el concepto de familia numerosa, reconociendo en su lugar hasta 16 tipos diferentes de familias entre las que aparece incluso (¡qué cosas!), la compuesta por una sola persona.

Protestan las familias numerosas con razón de que “si todo es familia, ya nada es familia” alegando la falta de reconocimiento, en el contexto demográfico actual, de la función social que cumplen.

A pesar de que, año tras año, la familia siga apareciendo en primer lugar en la clasificación de las instituciones más valoradas, lo cierto es que, conforme los usos sociales la van haciendo cada vez más pequeña y frágil, más se va desdibujando su papel. Hay quien habla ya de que la verdadera familia son los amigos, porque son “los que uno elige”, por lo que el Gran Hermano va cumpliendo, paso a paso, su proyecto de ingeniería social consistente en eliminar vínculos para conseguir individuos cada vez más solos, más desarraigados, más dependientes del Estado y, por lo tanto, más manipulables. Vaciar de significado la palabra familia, nos acerca cada vez más al rebaño –o a la jauría o a la piara, lo que usted prefiera–; nos hace menos humanos y más esa otra cosa en que nos quieren convertir.

Y es que, el nombre de las cosas y también el de las personas, se hace imprescindible para no confundirnos, para saber de qué hablamos, de quién hablamos. ¿Qué pasaría si, en busca de la igualdad efectiva, todos nos llamáramos igual? Pues que el mundo sería un caos, nadie sabría quién es quién, ni uno mismo.

Hoy celebramos, precisamente, la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, un término que significa, en hebreo, “Dios salva”, indicando claramente la misión del niño. Ojalá sepamos llamar a las cosas por su nombre y no dejarnos manipular por esos falsos salvadores de la humanidad. Porque la humanidad ya ha sido salvada por un sencillo hombre que aprendió a serlo y a llevar este concepto a plenitud en esa escuela de humanidad llamada familia. Su nombre, sobre todo nombre: Jesús. Acudamos a él cuando estemos confundidos.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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