Cuando parte un ser querido, reflexionamos en su legado, y los más allegados reciben sus pertenencias en un testamento legal o en un acuerdo implícito. Al llegar al Calvario, despojado hasta de sus vestiduras, sin un lugar de sepultura asegurado (solo el prestado por José de Arimatea), ¿qué hubiera dicho un testamento escrito por Jesús de Nazaret? El testamento de Jesús está escrito en Juan 19, 26-27: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, he ahí tu madre”.
Las riquezas de la Virgen María
En el Evangelio de Lucas, capítulo 1, versículo 26, el ángel Gabriel es enviado a Nazaret para interrumpir 400 años de silencio de Dios, con las palabras, “Alégrate tú, María, llena de gracia, el Señor está contigo. No temas porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús, y será llamado Hijo del Altísimo”.
A María se le confiaría el ser más importante de la creación para concebirlo, alimentarlo, protegerlo, formarlo y lanzarlo a su destino sobrenatural. Durante todos esos años guardaba en su corazón un diario de memorias que después sería consultado por discípulos, evangelistas e historiadores.
Recordemos lo que dice Lucas 1,3 “después de haber investigado cuidadosamente todo desde el principio, he decidido escribir este relato ordenadamente, querido Teófilo. De este modo se podrá verificar la solidez de las enseñanzas que hemos recibido”.
Con toda seguridad, Lucas el autor de este Evangelio entre el año 59 y el 63 DC, entrevistó a quienes conocieron personalmente a María para llegar al origen de la historia de Jesús y corroborar su validez. Al leer el Evangelio de Lucas, 1, 26-28, nos damos cuenta que en la visita del ángel a María de Nazaret, se revela la gran importancia de incorporar a María en la historia de la salvación: ella es testigo original del origen divino de Jesús.
Sin el testimonio de María, no tendríamos las evidencias de que este Jesús, nacido en Belén, quien predicaba con prodigios y milagros por toda la región, no era un profeta más, no era cualquier otro hombre justo o prodigioso, sino el único y verdadero Hijo de Dios. Sin el testimonio de María, tambalea nuestra fe en la verdadera esencia e identidad de Jesucristo. Nadie más podía dar testimonio de que Jesús era hijo de Dios sino la madre quien concibió al Hijo de Dios.
Necesitamos a la Virgen María
Dios encuentra a su doncella en la tierra árida de la alta Galilea. El ángel Gabriel interrumpe su vida de búsquedas espirituales para introducirla a una vida de grandes encuentros sobrenaturales.
La presencia de María en los Evangelios se lee como versos en los salmos: cada verso nos dice mucho. Cada intervención de María afirma un momento profetizado: ella es el enlace entre las nostalgias mesiánicas y la promesa del Padre; el enlace entre la vieja alianza y la nueva alianza, entre los hijos de la ley, y los hijos de la gracia.
Si seguimos los pasos de María y su presencia en el evangelio, notamos marcas proféticas que señalan a su hijo como el Mesías tan esperado.
La historia comienza con el milagro a santa Isabel quien representaba a los hijos de la antigua alianza, del Antiguo Testamento, cuyos corazones eran vientres infértiles que no podían conseguir o concebir la gracia de Dios.
María representa a los hijos de la Nueva Alianza- corazones fértiles y dóciles a la ‘semilla de Dios’, el renacer de una nueva historia.
“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.” Lucas 1,42. “Dichosa tú por haber creído que las promesas de Dios se cumplirán en ti.”. Este es un anuncio de gracias venideras. María representa aquellos que creerán aún sin haber visto.
El Evangelio de la alegría
María evangeliza con su ejemplo, enseñándonos a tener una confianza incondicional en Dios, respondiéndole ante cada invitación y propuesta, “hágase en mí según Tu palabra”; tal como 30 años después Su hijo nos enseña a orar, diciendo, “Hágase Tu Voluntad en la tierra como en el cielo”.
En María comienza esta historia de salvación nuevo-testamentaria, y en ella somos trasladados al final de la historia de la salvación al poder testificar lo que el ángel le prometió: que el Reino de Su hijo no tendrá fin. En otras palabras, ¡será coronado Rey de Reyes y Señor de Señores!
Aprendemos de María a vivir una fe sin límites ni obstáculos. Si hay alguien quien nos pudiera afirmar que para nuestro Dios no hay imposibles, es ella. Por eso nos debemos atrever a dar pasos de fe en completa confianza. El sí de María anula el no de tantos que han rechazado el llamado de Dios en sus vidas.
María nos evangeliza también en su magníficat de Lucas 1, 46-55 al asegurarnos que nuestros vacíos se convertirán en favores, nuestras tristezas en alegrías, el hambre de los hambrientos será satisfecha, los caídos serán levantados con brazo fuerte, y los humildes serán exaltados.
La presencia de María
Hoy seguimos necesitando la presencia y visita de María para que los niños salten de alegría en las entrañas de sus madres y vivan.
Seguimos necesitando la presencia y discernimiento de María para que percate nuestras carencias externas y nuestros vacíos internos y por intercesión de ella, se transforme el agua en vino.
Seguimos necesitando la presencia y sabiduría de María para que nos siga evangelizando con la palabra y con el silencio, para como ella, sintamos una esperanza plena, manifestemos una entrega incondicional, una fe inagotable, valentía en el sufrimiento, paz en la adversidad, sentido de ganancia en la pérdida, y propósito de vida sobrenatural.