Desde hace unos meses, pocos, se ha establecido un interesante debate sobre la presencia de los intelectuales católicos en la vida pública. Un cruce de opiniones y reflexiones, entre católicos declarados y no creyentes, que se ha revelado más que necesaria en la sociedad actual. Sugiero, a quienes aún no lo han hecho, que se asomen a este interesante diálogo que pone al descubierto bastantes de las debilidades de las que adolecemos los católicos españoles, o al menos una parte de ellos, en la actualidad. Algo que se puso de manifiesto en la mesa redonda “Un debate actual: intelectuales, cristianismo y universidad”, celebrada en la Universidad de Navarra.
Es cierto que hay un cierto “silenciamiento” por parte del media establisment, o de quienes se niegan a aceptar que el hecho de profesar una fe no anula la capacidad de razonamiento, diálogo o progreso. Esto es verdad, pero no es sólo el silenciamiento impuesto el que ha llevado a esta situación. A ello se ha sumado una tendencia, maravillosamente descrita por Charles J. Chaput: “Los católicos tendemos a pensar en la Iglesia como en una parte del mobiliario cotidiano” . Un mueble más o menos bonito, casi siempre heredado, y que hay momentos en los que no sabemos “cómo encajarlo” en el resto de nuestra vida. Y no se vive por un mueble, ni se muere por él. Tampoco se profundiza, más allá de rebuscar en sus cajones por si encontramos algún objeto pintoresco.
Puede ocurrir, por tanto, que, llegado el momento, no sepamos ni por qué está ahí; no sepamos responder a quienes nos preguntan qué sentido tiene, en nuestra vida, contante y sonante, nuestra fe, ya sea como intelectuales o como vendedores de flores. Eso que se llama “dar razón de nuestra fe” sólo será posible si, por una parte, nuestra fe tiene claras sus razones y sus razonamientos y, por otra, si esta razón se hace vida, la ‘informa’: el testimonio del ejemplo.
Afirma Aurelio Arteta, al que no se puede tachar de fideísta, que “la única forma de combatir una cultura de la falsedad, bajo la forma que esta adquiera, es vivir conscientemente la verdad, en lugar de limitarse a hablar de ella”. Ejemplo y palabra.
Llevamos años, decenas de años, hablando del papel de los católicos, de los laicos, en la vida pública, y, quizás, y a pesar de nuestros pesares, hemos ido dejando que trabajen otros, que “se formen los curas” o simplemente, reduciendo nuestra fe a una mezcla suave de sentimiento y buenas intenciones, a una moral que se sigue, a veces sin preguntarse por qué, o mejor aún, por quién.
Se huye de la confrontación educada por falta de argumento racional y podemos escudarnos en un catolicismo combatiente, de trinchera, en el que la persona de Cristo, esa razón poderosa que da sentido a la fe, termina reducida a una palabra – misil con el que disparamos interna y externamente.
En el fondo, tenemos cierto miedo a “perder” en la conversación, a resultar “heridos”, o quizás, a ser calificados de “raros”, cuando la historia de la verdad no es otra que la de resultar rara, o incluso algo molesta, en una sociedad, cualquiera, en la que nadar con la corriente siempre es más cómodo. Recordando a la gran Flannery O’Connor: “Sabréis la verdad, y la verdad os hará raros».
Directora de Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.