Se ha celebrado en la isla de Creta lo que tendría que haber sido –en la intención inicial– el primer concilio panortodoxo después de más de mil años de historia, una reunión de las catorce iglesias de la ortodoxia que reconocen alguna forma de primado de honor del Patriarca de Constantinopla. “Tendría que haber sido”, porque finalmente cuatro de las catorce iglesias ortodoxas no han participado en el concilio, y entre ellas estaba la de Moscú, es decir, la Iglesia ortodoxa más poderosa y numerosa, que engloba a más de la mitad de todos los fieles ortodoxos del mundo.
Se puede analizar los hechos: en enero 2016 todos los primados ortodoxos decidieron celebrar el concilio en junio en Creta, y firmaron la decisión. No obstante haber sido adoptado este acuerdo en una reunión sinodal, en las semanas anteriores al acontecimiento, los jerarcas de algunas Iglesias empezaron a rechazar lo establecido, poniendo nuevamente en discusión documentos y controversias. Hay problemas en el interior de la comunión ortodoxa que han de ser resueltos: la discrepancia entre los patriarcas de Antioquía y Jerusalén acerca de quién tiene que ejercitar su autoridad canónica en la comunidad ortodoxa de Qatar; la petición de una parte de los ortodoxos de Ucrania de fundar una Iglesia autocéfala separada del patriarcado de Moscú; divergencias relativas a la interpretación y planteamiento de las relaciones con los demás cristianos, etc.
Todo esto motivó la decisión de las Iglesias de Moscú, Bulgaria, Georgia y Antioquía de cancelar su participación en el concilio. Si consideramos el acontecimiento –que tiene en realidad características constantes en la historia de los concilios– con ojos “políticos”, veremos una realidad confusa, un concilio (el de Creta) que parece un ejemplo de lo que puede producir la división entre Iglesias que pertenecen a la misma comunión, pero que son en alguna medida “víctimas” del nacionalismo por ser Iglesias-Estados. Sin embargo, si lo miramos con otros ojos (como ha hecho de manera muy clara el Patriarca Bartolomé de Costantinopla), podemos considerar lo que está pasando como una prueba, como un primer paso hacia una unidad que sea un testimonio frente al mundo, abandonando del todo la “mundanidad espiritual”, que es una enfermedad tremenda para todas las Iglesias. Lo sucedido en Creta es interesante en primer lugar para todo el mundo cristiano, y el proceso empezado puede ser un signo también para la paz en el mundo.