FirmasKlaus Küng

La unidad de los cristianos: una intención que nos interesa a todos

En la actualidad, la petición por la unidad de los cristianos adquiere notas especiales, y al mismo tiempo la conecta con el Papa Francisco, que llama a actuar “en salida”.

20 de enero de 2022·Tiempo de lectura: 5 minutos

La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos me recuerda un encuentro en un tren hace muchos años. En aquel momento era todavía un joven sacerdote, y quería aprovechar el viaje para preparar una predicación, rezar y leer. Había encontrado un asiento tranquilo frente a un caballero de aspecto serio y, tras un breve saludo, me enfrasqué inmediatamente en mi lectura. Pero cuando llegó el revisor, la persona que tenía delante aprovechó la interrupción para dirigirse a mí. “¿Es usted un sacerdote católico?”, me preguntó y, ante mi respuesta afirmativa, dijo: “Yo soy un pastor protestante”. Quiso saber dónde trabajaba, y le respondí que era sacerdote del Opus Dei, y cuando volvió a preguntar intenté explicarle el Opus Dei en pocas palabras, como una institución de la Iglesia católica a la que pertencen principalmente laicos que se esfuerzan por seguir a Cristo en medio del mundo. Su reacción me sorprendió. Dijo: “Eso me parece protestante”. Los cristianos que viven en el mundo habían sido la gran preocupación de Lutero, me dijo.

Nos pusimos a conversar. Me habló de su tarea. Dijo que era trabajosa, porque sólo algunos vivían realmente su fe. Que su obispo les recordaba regularmente que debemos cumplir los mandamientos de Dios. Sin eso, rezar no sirve de mucho, a lo que yo repuse: “Eso me parece católico”. Nos entendimos bien. Luego pasamos a hablar de la situación religiosa en Austria y coincidimos en que en nuestro tiempo era necesario un cristianismo decidido. Cualquier otra cosa no podría mantenerse a largo plazo.

Desde entonces, han pasado muchos años. En Europa Central -al igual que en otros países cristianos prósperos de todo el mundo- están teniendo lugar procesos difíciles para la Iglesia: retroceso de las vocaciones, crisis de la familia, estancamiento de la pastoral con los jóvenes, denuncias de abusos y un número creciente de personas que abandonan la Iglesia. Todos se ven afectado. Es particularmente perceptible en las grandes instituciones eclesiásticas, en las comunidades protestantes y también en la Iglesia católica. El proceso, que ya era reconocible hace 40 años, ha avanzado dramáticamente y se ha acelerado. Está relacionado con el rápido cambio de las condiciones de vida, pero no sólo con esa causa.

Muchas veces la gente está absorbida por el trabajo, y también por las diversas influencias, objetivos y formas de vida de un mundo ampliamente secularizado. Muchos pierden de vista a Dios y, con Él, en su mayoría también algo que pertenece al fundamento de la actitud cristiana ante la vida y del modo cristiano de configurarla. No sólo decrece el número de participantes en las celebraciones litúrgicas. En muchos se está desvaneciendo la práctica de la fe, y ya no se consigue la integración de los niños en la vida de la Iglesia, aunque por lo general siguen estando bautizados, reciben enseñanza de la religión y se preparan para la primera comunión y la confirmación. El número de creyentes disminuye, así como el número de familias cristianas, la enseñanza de la religión es cada vez más difícil, si es que todavía tiene lugar. La vida pública está cambiando, y lo mismo la legislación y muchas otras cosas, incluida la educación. Así, el proceso de secularización afecta cada vez a más personas. Al principio se notaba sobre todo en las zonas urbanas, pero ahora las zonas rurales se ven afectadas casi por igual. Hasta el caserío más solitario puede recibir noticias e influencias de todo el mundo.

¿Tenemos que quedarnos de brazos cruzados y aceptar sin más esta evolución? Desde hace décadas hay, también dentro de la Iglesia católica, diferentes enfoques acerca de las soluciones, debates e incluso tensiones, hasta correr el peligro de la división. En ese contexto, no se pueden pasar por alto las referencias a otras confesiones cristianas.

Algunos intentos de reforma de las últimas décadas son similares a los del protestantismo liberal. Se exigen adaptaciones a las ideas de hoy. Se está pensando en algunas cuestiones de la doctrina y de la ética, especialmente en la moral sexual. El ministerio sacerdotal debería abrirse a los casados y a las mujeres, se dice, cuando no se pone en discusión su necesidad. Se considera que el ministerio jerárquico necesita una reforma. El objetivo es, por decirlo así, un cristianismo moderno. La crisis de los abusos sirve como justificación y como medio de presión. El Papa Francisco se ha posicionado claramente con respecto al proceso sinodal en Alemania, donde estas posiciones encuentran respaldo masivo, y ha animado a poner en marcha una auténtica nueva evangelización.

Pero también hay otros enfoques. Algunas iglesias se están llenando de nuevo. También hay conventos con vocaciones, y comunidades que están creciendo. Se está redescubriendo la importancia de la oración, y especialmente la adoración eucarística se ha extendido de nuevo en los últimos años. La recepción del sacramento de la Penitencia, que en las últimas décadas había desaparecido casi completamente en algunos lugares y regiones, está siendo cuidada en algunas iglesias y monasterios, y se considera una gran ayuda. Se buscan nuevas formas de comunicar la fe. Cada vez se cae más en la cuenta de que en la preparación para la Primera Comunión y la Confirmación los padres son tan importantes como los niños, o casi más que ellos.

En todo este panorama, es interesante observar que no pocas iniciativas e impulsos provienen de otras confesiones. Los cursos Alpha, nacidos en la iglesia anglicana, encuentran su lugar en la Iglesia católica con ciertas adaptaciones. Lo mismo ocurre con el esfuerzo por impulsar el discipulado, que es particularmente pronunciado entre los cristianos evangélicos (evangelicales). La “oración del corazón”, de la tradición ortodoxa, es un valioso estímulo para muchos. En la formación de familias cristianas como “iglesias domésticas”, sirven de incentivo las prácticas evangélicas. No hay que olvidar los impulsos que han partido del movimiento pentecostal, al inicio predominantemente protestante, o de los festivales de jóvenes de Taizé. También hay que mencionar los movimientos pro-vida y pro-familia o la lucha contra la pornografía en los Estados Unidos.

Cuando se observan estos contextos, la petición por la unidad de los cristianos adquiere notas especiales, y al mismo tiempo la conecta con el Papa Francisco, que llama a actuar “en salida”. Esta ha sido su gran preocupación desde el principio. Ya se encuentra en su primera encíclica Evangelii Gaudium. Fueron los temas que trató en sus discursos en el pre-cónclave. Y esta es posiblemente también la esperanza que le ha llevado a invitar al mundo a un proceso sinodal, a pesar de todos los riesgos que ello puede conllevar. En el fondo, se trata probablemente de procurar el objetivo central del Vaticano II: que todos los bautizados y confirmados han de tener el deseo de llevar a Cristo en su corazón, y llevarlo a los demás. ¡La oración de unos por otros, y el diálogo de unos con otros, son de gran urgencia y significan una gran esperanza!

El autorKlaus Küng

Obispo emérito de Sankt Pölten, Austria.

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