La última lección de Benedicto XVI

Los educadores católicos tenemos una misión clave y crucial: introducir a nuestros alumnos en el amor a Cristo. El amor que centró las últimas palabras de Benedicto XVI

13 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
tumba benedicto xvi

Tumba de Benedicto XVI ©CNS photo/Vatican Media

Las últimas palabras de Benedicto XVI en su lecho de muerte, antes de morir, tal como nos narra su secretario personal, fueron «Jesus, ich liebe dich» («Jesús, te amo», en alemán). En ese momento crucial en el que nos encontramos solos ante el Señor, no caben imposturas, brota directamente del corazón aquello que ha marcado nuestra vida. Y el resumen de la vida del papa alemán fue este gran y único amor.

Con ello el papa Benedicto XVI, ese gran maestro, nos daba una gran lección, la última y definitiva. Solo el amor es lo que marca la vida. Solo aquello que hayamos amado es lo que quedará eternizado. Al atardecer de la vida, como decía san Juan de la Cruz, se nos examinará en el amor. Solo en eso.

Quizás no esté de más que los que nos dedicamos a la educación y a la transmisión de la fe recordemos especialmente esta lección. Hay que formar la mente y la voluntad. Hay que introducir en el misterio de lo sobrenatural. Hay que comprometer la vida y entregarla. Pero todo esto nada vale si no se hace desde el amor, como les recordaba el apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Por ello nuestra principal misión es, ante todo, introducir a los niños y a los jóvenes en esa historia de amor. Acompañarlos para que conozcan a Jesucristo. Introducirles en esa relación personal, que es la esencia del cristianismo. Y con nuestra propia vida, enseñarles que ese Cristo vivió y resucitado, es el gran amor de nuestra vida.

Esto es lo más lejano a la ñoñería y al sentimentalismo. Solo un amor verdadero sostiene el sí en la dificultad, atraviesa las fronteras del dolor, se hace definitivo hasta la muerte. Especialmente el amor a Cristo tiene muy poco que ver con las ‘mariposas en el estómago’, porque es un amor real, pero trascendente. Y si se puede tocar, es en la carne del hermano herido, es en el Pan de cada día. Y eso da para pocas mariposas. Da para algo mucho más grande. Para intuir ese amor que solo cabe en el corazón de Dios.

Mi pregunta como educador es si realmente estamos introduciendo a los jóvenes en ese amor a Cristo. Porque si no lo estamos haciendo, por mucha parafernalia que montemos, no haremos absolutamente nada. El papa Benedicto nos lo recordaba constantemente. Ser cristiano nace de un encuentro, no de una convicción moral. Y ese encuentro con Jesús no puede dejarnos indiferentes. Como nos repetían nuestros catequistas de jóvenes ‘no es posible conocer a Jesús y no amarle; no es posible amarle y no seguirle’.

Por eso el primer paso es dar a conocer a Jesús. Y el principal medio para ello es introducir en una relación orante con la Escritura. Leer y rezar el evangelio será el camino que puede poner en contacto a los jóvenes con el Verbo encarnado. Y enseñar a descubrirlo en el silencio de nuestra propia alma, en los últimos repliegues de nuestro ser.

La música en particular y el arte en general, serán una puerta que ayuden a despertar la sensibilidad y facilitar ese encuentro. Pero el cuerpo a cuerpo, el contacto, ese tocarse que exige el amor, se da en la oración y, de una manera privilegiada, en el pan de la eucaristía.

San Manuel González, el obispo del sagrario abandonado, hablando de una niña que quería que le adelantasen la primera comunión, contaba que estaba reticente por la corta edad de la niña y que, por ello, le animaba a que esperase. Pero la niña argumentó con la sabiduría del corazón que ella necesitaba comulgar, ‘porque pa’ quererse hay que rozarse’. Aquello fue suficiente para convencer al santo obispo.

Para quererse hay que rozarse, hay que tocarse. El amor nace del encuentro personal.

Benedicto XVI nos da esa lección definitiva de amor tierno e íntimo en sus últimas palabras. Su corazón latía al ritmo de ese amor. Su último aliento fue para proclamar con voz débil y potente a la vez que el amor es la palabra definitiva que sostiene nuestra vida.

El autorJavier Segura

Delegado de enseñanzas en la Diócesis de Getafe desde el curso 2010-2011, ha ejercido con anterioridad este servicio en el Arzobispado de Pamplona y Tudela, durante siete años (2003-2009). En la actualidad compagina esta labor con su dedicación a la pastoral juvenil dirigiendo la Asociación Pública de Fieles 'Milicia de Santa María' y la asociación educativa 'VEN Y VERÁS. EDUCACIÓN', de la que es Presidente.

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