La separación Estado-Iglesia

El cardenal Fernando Sebastián fue una figura clave en la Transición española, con una profunda influencia en la separación entre Iglesia y Estado. Participó en encuentros decisivos con líderes políticos de ambos bandos, contribuyendo al establecimiento de una democracia plural y libre.

1 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
iglesia-estado

Tuve la inmensa suerte de ser alumno del Cardenal Fernando Sebastián, un verdadero hombre de Dios que fue clave en la transición política en España. Frente al pensamiento mayoritario, nos explicaba cómo fue precisamente la Iglesia la que más empeño puso en la separación Iglesia-Estado.

Rector de la Pontificia Universidad de Salamanca desde 1971, su enorme envergadura intelectual hizo que el cardenal Tarancón, presidente entonces de la Conferencia Episcopal Española, lo eligiera como asesor de confianza. Lo acompañó en las reuniones secretas que mantuvo con los principales líderes de izquierdas y derechas, algunos aún en la clandestinidad. Ordenado obispo en el 79, fue secretario general de los obispos españoles en los años 80 y vicepresidente en diversos periodos de las dos décadas posteriores. Testigo excepcional y, en numerosas ocasiones, protagonista de aquellos acontecimientos históricos, nos recordaba que la doctrina social y política que surgió del Concilio Vaticano II fue clave para llevar a España a la democracia de forma pacífica.

En el famoso texto: Afirmaciones para un tiempo de búsqueda (1976), firmado por diversos obispos y teólogos, D. Fernando pedía «diferenciar a la Iglesia de la sociedad civil, de sus instituciones y objetivos». La postura de la Iglesia en aquellos momentos fue la de no aceptar ningún tipo de privilegio, más allá de la libertad religiosa y el reconocimiento a la Iglesia católica en un estado aconfesional, tal y como recogió finalmente la Constitución del 78.

Recupero la memoria del sabio y querido profesor porque estoy un poco harto, como ciudadano, de tener que callarme cuando algunos tratan de presentar una imagen antidemocrática de la Iglesia española. Ese prejuicio de una Iglesia ávida de poder político, que solo busca privilegios y que no valora la libertad, es una gran mentira por mucho que siempre puedan sacar a relucir con mucho ruido la particular salida de pata de banco de tal o cual persona o grupo minoritario.

En sus «Memorias con Esperanza» (Encuentro, 2016), el cardenal manifestaba su tristeza por esa manipulación del recuerdo sobre el papel de la Iglesia Católica en aquellos difíciles años: «Tengo la impresión de que actualmente se ha olvidado un poco la aportación de la Iglesia al advenimiento pacifico de la democracia en España. La renovación conciliar –recordaba– nos ayudó a los católicos españoles a apoyar decididamente el establecimiento de una sociedad libre y abierta, respetuosa con las libertades políticas, culturales y religiosas de todos, sin privilegios de ninguna clase».

Lo que resulta paradójico es que quienes siguen hoy con la cantinela, usando torticeramente los supuestos privilegios de la Iglesia católica y reclamando una aún mayor separación Iglesia-Estado, estén por otro lado dado la vuelta a la tortilla y queriendo someter la fe de la Iglesia a los supuestos morales e ideológicos de partido. Ya no es que quieran recluir la voz de la Iglesia a las sacristías; sino que quieren ser ellos y ellas (permítanme la duplicidad de género en este caso más que justificada) quienes, desde las sacristías, interpreten el Evangelio y la tradición eclesial y se la expliquen a los fieles. En una suerte de cesaropapismo extemporáneo, amenazan con leyes coercitivas y sanciones, amedrentando al personal y poniendo en peligro la libertad religiosa, aquella por la que lucharon y votaron los españoles, invadiendo la independencia y autonomía propias de las confesiones religiosas en su ámbito.

Quizá haya que salir a la calle a reclamar, no la separación Iglesia-Estado, sino la separación Estado-Iglesia porque correremos, de seguir así, el riesgo de acabar con una iglesia nacional como la China.

En días como estos, en los que se está releyendo la Transición de forma interesada, termino con otra advertencia profética que he encontrado en las memorias de D. Fernando, de cuyo fallecimiento por cierto acaban de cumplirse 6 años: «No acabamos de superar los resabios anticlericales –afirmaba el juicioso profesor–. Es verdad que el clericalismo ha sido fuerte entre nosotros. Pero hace ya casi cincuenta años que han cambiado las cosas. A pesar de lo cual nuestras izquierdas siguen empeñadas en imponer lo que llaman el «Estado laico», con un laicismo excluyente y antirreligioso que es claramente anticonstitucional. La tentación del laicismo excluyente atenta contra la claridad democrática de nuestra sociedad. Las restricciones a la plena libertad religiosa de los ciudadanos son un déficit en democracia». Ojo, que nos la estamos jugamos.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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