Yo no sé usted, pero yo echo mucho de menos los saludos, los abrazos, los besos de paz. Un rito que nuestra liturgia prevé como opcional y que se ha simplificado o directamente suprimido debido a la pandemia.
Sus orígenes son apostólicos y su significado, profundísimo: los fieles expresamos con él la comunión eclesial y la caridad fraterna antes de tomar el cuerpo de Cristo. Porque ¡somos el cuerpo de Cristo! Y un cuerpo, sin unidad plena, es un monstruo como el de Frankenstein. No hay nada más horrible que la descomunión, cuyos efectos son la enemistad, la envidia, el odio y, en última instancia, la guerra.
Francisco comenzó el mes de julio con una jornada ecuménica de oración por la paz en El Líbano, un país especialmente necesitado de comunión, cuya historia está plagada de conflictos y que se encuentra sumido en una gravísima crisis institucional y social. Asimismo, la edición de este mes del vídeo que publica junto a la Red Mundial de Oración del Papa está dedicada a la “amistad social”. En él nos pide «huir de la enemistad social que solo destruye y salir de la “polarización”», algo que –señala– «no siempre es fácil, especialmente hoy cuando una parte de la política, la sociedad y los medios se empeñan en crear enemigos para derrotarlos en un juego de poder».
El Papa, que maneja información de jefe de Estado, está preocupado y pide oración, y eso a mí me preocupa mucho. Los analistas políticos hablan ya abiertamente de guerra fría entre China y Estados Unidos, una tensión que la pandemia ha silenciado, pero que está latente y amenaza con graves consecuencias a nivel mundial una vez pase la ola.
Con este artículo no pretendo ser apocalíptico en el sentido popular del término, como algo que amenaza exterminio o devastación; sino en el sentido bíblico. Y es que el Apocalipsis es el gran libro de la esperanza cristiana pues, con imágenes inquietantes (y tantas veces mal interpretadas), expresa la resistencia frente al adversario y la fe en la asistencia divina incluso en los momentos más difíciles. El secreto: permanecer firmes en la fe, en comunión como hicieron las primeras comunidades frente al poder romano.
Las disensiones en el seno de la comunidad cristiana son, no solo normales, sino necesarias. Pero, a veces, podemos caer también, con el espíritu del mundo (yo el primero), en la polarización, en la crítica fácil, en el juicio malintencionado, en la creación de grupos de amigos y enemigos… Abordar el Evangelio desde distintos puntos de vista y sensibilidades expresa la riqueza del Espíritu, que sopla como quiere y donde quiere, aunque nadie está libre de cometer errores. ¡Somos un pueblo de pecadores! Por eso, la primera medicina contra la descomunión es la humildad: no creerse nunca en posesión de la verdad absoluta, conocer las propias –y muchas– limitaciones, e incluso, con San Pablo, considerar a los demás superiores (Cfr. Flp 2,3).
No perdamos la comunión para poder llevar la esperanza a un mundo en crisis, que el “mirad cómo se aman” siga siendo la luz que atraiga a quienes viven en oscuridad. Querido lector: déjame que te tutee como hermano y te pida perdón si en algo te he ofendido. Pidamos juntos el don de la paz y déjame que yo te diga: ¡La paz contigo!
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.