La Iglesia tiene la tarea de hacer lo que Jesús hizo. Y Jesús fue profeta de su tiempo. Pero ¿qué es un profeta? La palabra griega prophetes puede significar “uno que habla” o “defiende”. Un profeta es una persona que habla la verdad de Dios a otros sobre temas contemporáneos.
Algunos, además, al mismo tiempo revelan detalles sobre el futuro. Isaías, por ejemplo, tocó tanto el presente como el futuro; denunció valientemente contra la corrupción en sus días (Is 1, 4) y entregó grandes visiones del futuro de Israel (Is 25, 8).
La Biblia nombra a más de 133, entre ellos 16 mujeres. El primero que aparece es Abraham (Gen 20, 7). Luego, en el nuevo testamento, Juan el Bautista (Mt 3, 1) que anunció la venida de Jesús como profeta, sacerdote, rey y mesías. La iglesia primitiva también tuvo sus profetas (Hech 21, 9). Y en el final de los tiempos, el Apocalipsis 11 dice que habrá dos “testigos” que profetizarán desde Jerusalén.
La Misión de la Iglesia es, por tanto, profética. Comprende la evangelización (el anuncio) y la responsabilidad social (la denuncia). El profeta denuncia: Reclamando ante todo la exclusividad en el amor de Dios; denunciando la injusticia social, defendiendo los derechos de los pobres y desvalidos; y, en lo político, interviniendo cuando los líderes políticos desatienden lo que Dios quiere para su pueblo. El profeta anuncia: Genera esperanza; abre la historia y los horizontes del pueblo hacia un futuro de salvación y plenitud.
No podemos ser auténticos cristianos si no somos profetas. Pero el profeta es perseguido, rechazado y humillado. Si su anuncio y denuncia no son de Dios, no resiste. Por eso, tiene que estar lleno de Espíritu Santo. Los poderosos de este mundo querrán eliminarlo de muchas maneras porque la verdad que viene de Dios les resulta demasiado incómoda.