Imaginemos un mundo donde nadie pueda mentir, no porque esté prohibido o sea inmoral, sino porque sus habitantes no tengan la capacidad intelectual de decir algo que no sea verdad. Es el argumento de “Increíble pero falso” en España o «La mentira original» en América (2009. Prime Video y Netflix). Los ciudadanos de este curioso universo se dicen lo que piensan sin freno de ningún tipo, aun a sabiendas de que sus opiniones puedan herir a su interlocutor –»ese vestido te hace gorda»– o serle perjudiciales, como en el caso de un ladrón que se ve obligado a dar su nombre real al ser sorprendido in fraganti. La publicidad también es increíblemente divertida con eslóganes como «Coca-Cola, un poco dulzona» o «Pepsi, cuando no tienen Coca-Cola». El nudo surge cuando el protagonista descubre, de repente, que puede decir mentiras, consiguiendo además que todo el mundo las crea pues allí nadie desconfía de nadie puesto que nadie miente. Haciendo uso de la sinceridad sin tapujos que propone la historia, diré que la película no es gran cosa, pero hace pensar.
Hace pensar en el mundo de mentiras que hemos creado para tapar nuestras vergüenzas como sociedad. Llamamos democracias a oligarquías dominadas por élites ideológicas y económicas; llamamos amor a relaciones de conveniencia; llamamos religión a ritos para tranquilizar nuestra conciencia pero que no nos implican…
En lo particular, nuestro verdadero rostro está oculto tras multitud de caretas. A veces, tras la de persona amable y bondadosa, se oculta alguien que juzga continuamente a su interlocutor y que finge ser atenta por pura estrategia en beneficio propio; otras, tras la de persona tímida, se esconde un soberbio que teme hablar para no desvelar que no es tan superior como él se cree.
Las mentiras con que nos rodeamos de cara a los demás se convierten en un problema cuando nos llegamos a convencer de ellas. Una imagen distorsionada de nosotros mismos nos hará vivir en un mundo paralelo, como el de la película, pero no real. Si me llego a creer que todo lo hago bien, todos los problemas que me rodean serán culpa de los demás: me divorcio, por culpa de mi mujer; defraudo, por culpa de Hacienda; trato mal a mis empleados, por su falta de interés…
Decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia es relativamente fácil; lo difícil es enfrentarse sinceramente a la verdad que hay en nuestro corazón
En este tiempo de Cuaresma, se nos invita a un ejercicio muy útil para salir de la película que nos hemos podido montar en nuestra cabeza y recuperar el juicio. La sinceridad extrema que supone el examen de conciencia del sacramento de la reconciliación nos ayudará a quitarnos las máscaras ante nosotros mismos, porque a Dios no lo podemos engañar.
Decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia es relativamente fácil; lo difícil es enfrentarse sinceramente a quiénes somos, a la verdad que hay en nuestro corazón, que es de donde salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias (cfr Mt 15, 19).
Si después de mirarnos dentro honestamente, no hay dolor de corazón, es que seguimos en la mentira original. Hagamos propósito de enmienda.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.