Me habré vuelto un mojigato, pero reconozco que siento un escalofrío cada vez que oigo la expresión vulgar en sus múltiples versiones y formas de conjugar de nuestro idioma.
Admito que la usé de joven, llevado por las modas, hasta que comencé a tener conciencia de lo que decía.
No hay que olvidar que, aunque hoy forma parte del lenguaje informal común, su sentido original, fuera del ámbito litúrgico, no es otro que la provocación, la ofensa a Dios y, sobre todo, a los creyentes.
Lo cierto es que la mayoría de las personas que usan la palabra como muletilla, especialmente los más jóvenes, no relacionan ya en absoluto el término con su significado como cuerpo de Cristo; y quizá muchos ni tan siquiera hayan visto jamás una forma consagrada ni conozcan lo que supone ese trozo de pan para los católicos.
A quienes la repiten sin cesar, conscientemente, por ir de transgresores, les invitaría a darse cuenta de que la sociedad ha cambiado muchísimo en las últimas décadas; y que lo realmente transgresor sería soltar tacos contra alguno de los dogmas actuales, esos que la cultura de la cancelación ha hecho intocables.
Si quieren pasar del “caca-culo-pedo-pis” a algo más adulto, que piensen en una grosería políticamente incorrecta de verdad, porque la religión hoy es irrelevante. Así podrían exhibir su osadía ante su público sin parecer simples malotes de patio de colegio.
Ignoran, no obstante, quienes utilizan la palabra de forma abusiva que, ridiculizando el sacramento, están en realidad dándole gloria o, al menos, actualizando la pasión del Señor. Y es que la palabra hostia, etimológicamente, hace referencia a la víctima de un sacrificio. Jesús (presente en el pan y el vino) es la víctima, el cordero de Dios que entregó su vida por los pecados del mundo entero. Maniatado, abofeteado, escupido, cosido a latigazos, clavado en una cruz, insultado… ¡No creerán estos modernos que son los primeros en meterse con Él!
En estos días, miles de hostias consagradas recorrerán las calles de nuestros pueblos y ciudades con motivo de la festividad del Corpus Christi. Harán presente, de nuevo, de forma pública, ese sacrificio de Jesús en la cruz por cada uno de nosotros, también por quienes lo insultan y menosprecian.
No saben estos que, tras la aparente simpleza de una hostia, se esconde una fuerza real que lleva a millones de católicos a ser hostias vivas, entregando también ellos su vida por los demás: por sus familias, por sus vecinos, desde su actividad profesional, en las misiones, o a través de esa increíble red eclesial de iniciativas sociales: colegios, hospitales, residencias, voluntariado de prisiones, centros de discapacitados, etc.
No saben que ese trozo de pan es el que da sentido a toda la labor de Cáritas, la mayor institución que lucha contra la pobreza en nuestro país, con presencia capilar en cada barrio, en cada pueblo, y que celebra ahora su 75 aniversario. Cáritas no existiría sin la Eucaristía, por lo que mofarse del Santísimo Sacramento es mofarse de los sentimientos de los miles de voluntarios que acompañan a las personas que más sufren en nuestro país.
No se trata de ir de ofendiditos, pero sí conviene recordar de vez en cuando que el respeto a los sentimientos religiosos no solo es un signo de buena educación, sino una necesidad para la convivencia, para la democracia y para la propia libertad de expresión.
Mientras tanto, cuando sigamos oyendo la expresión malsonante, solo nos queda repetir con Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y además de verdad.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.