¿Existe realmente una cura que pueda sanar al mundo de las heridas causadas por el egoísmo, las guerras, la violencia, la indiferencia?
El Papa Francisco está convencido de que esta medicina existe, y tiene un nombre: fraternidad universal. Lo ha repetido muchas veces durante sus casi diez años de pontificado. Cada uno de sus documentos magisteriales contiene una clara referencia a cómo hoy es más urgente que nunca que cada corazón abandone su propio egoísmo y se deje contagiar por el corazón del otro, de forma empática y no simplemente superficial.
En su reciente mensaje para la 56 Jornada Mundial de la Paz de 2023, el Santo Padre volvió a explicar cómo la dura lección de Covid-19 hizo comprender a toda la humanidad que no puede haber un futuro pacífico si no nos ayudamos unos a otros, que nadie puede salvarse solo. La dimensión de la fraternidad universal concierne también a los Estados y a los gobiernos. Las relaciones diplomáticas no pueden sino estar impregnadas de respeto y apoyo mutuos, de lo contrario se generan tensiones, rivalidades y conflictos.
El ejemplo más flagrante es la guerra de Ucrania. Precisamente en relación con la falta de fraternidad universal, el Papa juzga la agresión rusa “una derrota de toda la humanidad y no sólo de las partes implicadas”. Para ser verdaderamente sólida, la fraternidad universal debe apoyarse en lo que el Papa Francisco llama un pilar sólido e indestructible: la conciencia de la filiación divina común. El histórico documento sobre Hermandad humana para la paz mundial y la coexistencia común, firmado en Abu Dabi en 2019 con el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, deja claro que toda religión lleva al creyente a ver en el otro un hermano al que apoyar y amar. “Desde la fe en Dios, creador del universo, de las criaturas y de todos los seres humanos -iguales por su Misericordia-, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, salvaguardando la creación y el universo entero y apoyando a toda persona, especialmente a los más necesitados y pobres”, reza el texto. Aquí, esta indicación, tan simple como cierta, hace que parezca una profunda ofensa a Dios que la enseñanza religiosa incite al odio, a la venganza y a la guerra santa. La fraternidad universal, en definitiva, es la única salida para el mundo, aunque parezca frágil, y cada uno de nosotros -creyente o no- debe practicarla y defenderla. La alternativa es una humanidad sin esperanza, perdida en sus inconmensurables penas.