La foto de Jesús

¿Para qué puede servirnos, por tanto, una imagen más o menos fidedigna de un Jesús llagado en nuestra vida de fe? Pues solo en tanto en cuanto seamos capaces de ver en esa herida, en esa gota de sangre, en esa magulladura, su mensaje de amor personal sin límites.

15 de septiembre de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos

En las últimas semanas se ha hecho viral una fotografía de Jesús creada con inteligencia artificial basándose en la imagen impresa en la sábana santa. ¿Es solo una curiosidad morbosa o podemos sacar algo bueno de ella?

En primer lugar, hay que dejar claro que la Iglesia Católica ve en la Síndone de Turín solo una reliquia de gran valor, pero en ningún caso ha afirmado que se trate realmente de la sábana que envolvió el cuerpo del Señor, por muchos indicios a favor que haya.

Y es que, como dijo San Juan Pablo II, «la Iglesia no tiene competencia específica para pronunciarse sobre esas cuestiones», sino que «encomienda a los científicos la tarea de continuar investigando para encontrar respuestas».

En segundo lugar, habría que relativizar la capacidad de la inteligencia artificial para reconstruir rostros, por muy impactantes que puedan ser sus resultados.

No olvidemos que la IA no puede crear de la nada, sino que se basa en lo que ya ha visto. Usa el impresionante caudal de datos que le da internet para «leer» cómo son las cosas y, con esa información de aquí y de allá, replica. Para esta recreación, ayudada por los humanos que la han guiado, habrá estudiado miles de rostros de varones con barba, los ha comparado con las proporciones de los trazos de la Sábana Santa y ha fusionado esos datos en una imagen que es la que vemos.

Así pues, este sería solo uno de los múltiples rostros similares que sería capaz de generar ateniéndose a las proporciones y rasgos estructurales que le fija la imagen original.

En cualquier caso, suponiendo que la imagen de la sábana fuera la de Jesucristo y que la IA fuera capaz de alcanzar un 99% de fidelidad en la recreación; aparte del primer «wow», ¿a mí qué me aporta como cristiano? ¿Alguien cree de verdad que, si Jesús se hubiera encarnado en la actualidad y dispusiéramos, no de una, sino, como es propio de nuestro tiempo, de miles de fotografías y vídeos de Él, su testimonio llegaría más lejos y aumentaría el número de creyentes y seguidores? Permítanme que lo dude.

Fueron muchos miles los que lo conocieron y asistieron a sus milagros, no a través de fotografías y vídeos, sino cara a cara; pero, en el momento culminante de su vida, al pie de la cruz, ¿cuántos lo acompañaron?, ¿cuántos se fiaron de Él?, ¿cuántos, en definitiva, creyeron en Él y en su mensaje? Solo María, Juan y algunas santas mujeres.

¿Dónde estaban los que durante años de discipulado lo habían seguido por aquellos caminos?, ¿dónde los que habían compartido con él enseñanzas, amistad y afecto? Incluso a Pedro y Santiago que, además, habían asistido junto con Juan a su transfiguración gloriosa no les sirvió aquello que habían visto con sus propios ojos para creer. ¿Qué les faltaba para dar el salto a la fe?

Benedicto XVI nos ofrece una clave explicando el pasaje evangélico en el que el apóstol Tomás, que no estaba en la asamblea cuando el Resucitado se apareció en medio de ellos, afirmó aquello de: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». «En el fondo, –dice el Papa alemán– estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado».

¿Para qué puede servirnos, por tanto, una imagen más o menos fidedigna de un Jesús llagado en nuestra vida de fe? Pues solo en tanto en cuanto seamos capaces de ver en esa herida, en esa gota de sangre, en esa magulladura, su mensaje de amor personal sin límites.

En estos días en que celebramos la Exaltación de la Santa Cruz y la Virgen de los Dolores conviene recordar que sólo quien es capaz de descubrir el misterio que encierra la cruz puede pasar de conocer a Jesús (el de la foto) a reconocerlo, como lo reconoció aquel centurión que, al ver cómo había expirado, proclamó: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica