Puede parecer una ironía, pero lo creo muy sinceramente. Es más, puede ser que alguno me tache de cruel, pero sinceramente no quiero serlo, sino todo lo contrario, quiero dar sentido a lo que nos toca vivir. Cuando se está intentando justificar quitar la vida a quienes padecen una grave enfermedad (y enfermedad termina siéndolo también la edad), disfrazándolo de humanismo, yo veo en la enfermedad un valor sobreañadido.
No deseo la enfermedad a nadie, me gustaría que nadie sufriera, padeciera, se sintiera angustiado o triste…, ¡me gustaría! Pero es imposible, el dolor, la enfermedad, la edad…, aparece como el Goliat que se enfrentó al joven David, amenazante y soberbio. Y la fe nos enseña que esa enfermedad, esas limitaciones físicas, psíquicas, morales, esos dolores y pobrezas, pueden revertir a nuestro favor.
Una enferma, amiga mía, calificó su enfermedad degenerativa, increíblemente, como un talento que el Señor le había dado. Ese talento, viviéndolo junto al Señor de todo consuelo y con el deseo de hacer de él una ofrenda unida a la Cruz de Cristo, por los hombres, por la evangelización, por los que viven con desesperanza, se convierte en un talento que da frutos abundantes de amor, de salvación, de consuelo…, ¡de misión!
El día 11 del mes pasado fue la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona y refugio de todos los enfermos. A Ella les encomendamos. Y a Ella le pedimos por esos enfermos que con una generosidad preciosa y con un amor inmenso a Dios y a los hombres, se han convertido en enfermos misioneros, ofreciendo al Señor sus dolores y males por los misioneros y la misión de la Iglesia. Con este convencimiento, la Iglesia hizo suya la intuición de Margarita Godet de hacer una Unión de Enfermos Misioneros, vinculada a las Obras Misionales Pontificias, para ayudar a hacer de cada enfermo ¡un misionero! ¡un gran misionero!