Mientras Europa y sus miembros debaten acaloradamente, entre aperturas y rechazos, sobre el cuerpo y la presencia de migrantes, no todos saben que en Costa de Marfil, uno de los países desde donde parte un mayor número de personas, desde hace algunos años se realizan campañas de sensibilización para contrarrestar la migración ilegal.
El gobierno trató también de convencerlos para que no se fueran ilegalmente, proponiendo mensajes de calado como “¡Eldorado está aquí!”. Pero los marfileños tienen buenos ojos, pueden reconocer si el paraíso es o no el barrio de barro sin alcantarillado o agua corriente en el que viven en chozas.
Ahora, la experiencia pasada se ofrece como una nueva base sobre la que construir intervenciones más estructuradas para combatir la emigración irregular. Una de éstas se llama New Hope, financiada por la UE e implementada por la ONG internacional Avsi ong, con seis organizaciones locales de Costa de Marfil.
El punto de partida de este proyecto es una investigación científica sobre quién y por qué emigran de este país africano, que hoy tiene una alta tasa de crecimiento del PIB. Uno de los datos más interesantes de la investigación indica que el 90 % de los que emigraron y el 100 % de los migrantes potenciales que han tenido la oportunidad de salir, son personas con educación.
La reacción a este dato es doble. Por un lado, se puede interpretar fácilmente de la siguiente manera: aquellos que han estudiado tienen una mayor conciencia de sí mismos y desean intentar obtener una vida mejor, encontrar un trabajo decente. Por otro lado, sin embargo, se subraya que la educación por sí sola no es suficiente para favorecer el desarrollo de la persona. La educación sin un medio de trabajo empuja a querer huir, a arriesgar la vida en el Mediterráneo y confiar en los traficantes de personas, solo para tener una oportunidad. De modo provocativo, ¿podría deducirse que, si se cerraran todas las escuelas de África, se detendrían los flujos de migrantes?
La verdad que emerge al escuchar el testimonio de un joven migrante que regresa, como Claude, a su choza de madera y de láminas de plástico en el suburbio más pobre de Abidjan, es que en el corazón de cada hombre se encuentra un deseo irreductible que empuja a encontrar un bien mayor. para él mismo y sus propios hijos. Este deseo es saludable, y con él, todo proyecto de ayuda debe hacerse realidad. Este deseo no puede ser traicionado, ni siquiera capturado por mensajes ilusorios, sino que debe ser tomado en serio y encaminado a ser real.
Licenciada en Letras Clásicas y doctora en Sociología de la Comunicación. Directora de Comunicación de la Fundación AVSI, con sede en Milán, dedicada a la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria en todo el mundo. Ha recibido varios premios por su actividad periodística.