En la carta a los Romanos, san Pablo insta a vivir “alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación y constantes en la oración”, y el Papa Francisco, en sus catequesis de los miércoles, viene animando a crecer en esperanza. Pero, ¿cuáles son los obstáculos que lo dificultan? ¿Cómo ejercitarse en esta necesaria virtud teologal y vencer el desánimo, la desesperanza o el engaño de la presunción?
—José Manuel Martín Quemada
La virtud de la esperanza atañe de modo muy particular a nuestra condición de criaturas y, sobre todo, al deseo de Dios que Dios mismo ha puesto en el corazón de la persona. Por eso, de un modo muy particular la esperanza es la virtud de la santidad. Es la que estructura nuestro caminar hacia Dios, y la que nos sostiene en el camino, como se describe en Cristina hija de Lavrans, la gran epopeya de la literatura noruega. En esa obra los protagonistas resisten en el bien a pesar de sus errores y pecados, y salen a flote por el deseo de Dios presente en su caminar. La misma autora Sigrid Undset se convertirá al catolicismo poco después de terminar la novela, atraída por una “humanidad” cristiana basada no en un vano moralismo, sino en la posibilidad de una mayor comprensión de lo humano y de su superior destino…