Jesús Poveda y la protesta silenciada: ¿Dónde quedan los límites de la defensa de la vida?

La detención del doctor Jesús Poveda permite reflexionar sobre los límites éticos y legales en la defensa de la vida. Desde la crítica de Michael Sandel a la posición provida, se plantea la necesidad de un debate honesto y libre sobre el valor de la vida y el aborto.

28 de diciembre de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos
Jesús Poveda

Momento de la detención del doctor Poveda esta mañana

Un año más el doctor Jesús Poveda ha acudido a su cita frente a la clínica Dator, en Madrid. Se trata de un ritual al que este líder provida español acude cada 28 de diciembre, día del martirio de los santos inocentes. Poveda se presenta en la puerta de la clínica, la policía le pide que se aleje, él se sienta en el suelo y los agentes se lo llevan por desacato a la autoridad. Como suele repetir Poveda, «hacemos asistencia 364 días al año y un día solo un día hacemos resistencia pasiva».

La escena no tiene más polémica, pero es muy oportuna para reflexionar sobre los límites éticos, legales y sociales de la defensa de la vida, un debate que sigue siendo uno de los más polarizantes de nuestro tiempo. Más allá de las controversias y de los titulares, lo que realmente sorprende es la intensidad del momento: una protesta pacífica y una detención que trata de silenciar algo más profundo que una mera disidencia ideológica.

La crítica de Sandel a los provida

El filósofo Michael Sandel, premio Princesa de Asturias 2018 y uno de los profesores de Harvard más aclamados, plantea en “Contra la perfección” un argumento que merece nuestra atención. Como miembro del comité asesor de bioética del presidente de Estados Unidos, durante años escuchó las opiniones de afamados médicos a favor y en contra del aborto. Sin embargo, lo que le llamaba la atención es que la mayoría de ginecólogos provida mantienen un trato amistoso con otros colegas con los que discrepan en este asunto. Según Sandel, esto es una enorme incoherencia, pues si él creyera que el aborto implica la muerte de millones de seres humanos inocentes, su reacción y su activismo serían mucho más vehementes. 

En su opinión, la tibieza con la que muchos provida manifiestan su rechazo al aborto evidencia que, en el fondo, no creen plenamente en lo que defienden. Como prueba, señala que muy pocos dedican a la causa 50 euros al año y su activismo suele limitarse a participar en una o dos manifestaciones. Si se mira bien, es difícil no concederle parte de razón.

La incoherencia en el discurso a favor del aborto

Paradójicamente, la crítica de Sandel sobre la «incoherencia» de las acciones provida también puede aplicarse al discurso a favor del aborto. Muchos países, incluido España, han avanzado hacia restricciones extremas que tratan de prohibir incluso rezar frente a las clínicas abortistas. Esto no solo limita el derecho a la libertad de expresión y de conciencia, sino que también revela una contradicción en la narrativa proabortista. Si el aborto es una intervención médica legítima y carente de implicaciones éticas graves, ¿por qué reprimir tan vehementemente cualquier forma de oposición pacífica? ¿No estamos en una sociedad plural y libre?

La prohibición de rezar en las inmediaciones de los abortorios es un ejemplo claro de cómo el debate no se centra únicamente en la defensa de derechos individuales, sino en silenciar un discurso que incomoda. ¿No es esto una admisión tácita de que el tema es moralmente espinoso? En lugar de afrontar el debate, parece que se busca evitar cualquier recordatorio de que lo que ocurre dentro de las clínicas no es un acto éticamente neutro.

¿Dónde están los límites?

El dilema planteado por Sandel y las acciones de activistas como Jesús Poveda nos enfrentan a preguntas esenciales sobre los límites de la defensa de la vida. ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por lo que consideramos justo? ¿Qué tipo de protesta es válida y proporcional cuando se trata de asuntos tan fundamentales como la vida humana?

Para quienes consideran que la vida comienza en la concepción, la defensa de esta no puede limitarse a las palabras. Tampoco puede recurrirse a la violencia o a la imposición coercitiva, ya que ello comprometería su legitimidad moral. Sin embargo, entre estos dos extremos, ¿no hay espacio para gestos y acciones que busquen despertar la conciencia pública sobre este problema? ¿Acaso no es válido ofrecer una ecografía a quien está considerando abortar? ¿No resulta legítimo plantear ayudas, tanto públicas como privadas, destinadas a mujeres que enfrentan el drama y la dificultad de continuar con su embarazo?

No se puede exigir coherencia a quienes defienden la vida mientras se les prohíbe expresar libremente sus convicciones. La detención del doctor Poveda durante una protesta pacífica pone en evidencia esta contradicción: por un lado se acusa a los provida de no ser coherentes con sus convicciones y, por otro, se les imponen restricciones legales que limitan incluso actos simbólicos como rezar frente a un abortorio. Este planteamiento dificulta un debate honesto sobre el valor de la vida y el aborto, silenciando a una de las partes. Debemos garantizar el derecho de todos a manifestar sus posiciones, solo así es posible un diálogo auténtico y justo.

El autorJavier García Herrería

Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.

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