Esta semana Eva Baroja publicaba en un diario español una entrevista a Iñigo Quintero en la que, entre otros temas, también hablaba de su fe. Su testimonio es valiente, entre otras cosas porque reconoce que fue un poco cobarde a la hora de mostrar el trasfondo cristiano de la canción que le llevó a ser número 1 mundial, con 800 millones de escuchas en Spotify, y le ha valido una nominación para los Grammy Latinos.
En los tiempos en los que parece que el reguetón es la música más pegadiza que se pueda crear, un desconocido artista consiguió que una tema sobre Dios se colara en lo más alto de las listas musicales. Quintero admite en la entrevista a El País que le costó reconocer que la letra de la canción se refería a Dios porque «tenía miedo a que me etiquetaran en algo que no soy porque no hago música cristiana. Simplemente escribí sobre lo que llevaba dentro, pero no significa que todas mis canciones vayan de eso ni mucho menos».
A continuación, la entrevistadora le pregunta si admitir que uno es creyente despierta prejuicios hoy en día. Quintero da una respuesta que podríamos firmar todos: «cuesta hablar de Dios porque hay gente a la que le genera rechazo», algo perfectamente comprensible para un joven de 22 años. Ahora bien, es muy interesante lo que añade a continuación: «es una tontería, habría que decirlo más porque es supernormal. Por desgracia, hoy algunos se niegan a escuchar tu música si dices algo que no les gusta. Deberíamos ser libres de hablar de lo que queramos».
Esto ya no es tan normal. Supone una salida del armario en toda regla para un artista con la pretensión de hacer carrera en el mundo de la música. En otras declaraciones Quintero ya había hablado del significado real de la canción, pero verle hacerlo en un medio tan contrario con tanta naturalidad supone un audaz testimonio, que muestra una madurez en la fe que puede ser ejemplo para muchos.
Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.