La Iglesia al rescate de la universidad pública

Una polémica en la Universidad Complutense de Madrid, iniciada por las reflexiones de un capellán sobre libertad y debate académico, ha desatado una discusión sobre el propósito de la universidad. El caso subraya la importancia de recuperar la esencia de la educación superior como un espacio de búsqueda libre y valiente de la verdad frente al riesgo de la autocensura.

18 de diciembre de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos
universidad pública

@Nathan Dumlao en Unsplash

Se ha suscitado en la Universidad Complutense de Madrid una polémica que toca fibras profundas sobre el propósito y la libertad en el ámbito universitario. Todo comenzó con una entrevista al capellán de las facultades de Filosofía y Filología, don Juan Carlos Guirao, que reflexionaba sobre los grandes retos que enfrenta la sociedad actual: wokismo, laicismo, multiculturalismo y el valor de la libertad en el debate académico.

Lo que debía ser una contribución a la reflexión terminó en una encendida discusión cuando el decano de Biológicas expresó su «preocupación» en el Consejo de Gobierno de la universidad, sugiriendo al rector que el capellán debería limitar sus opiniones al ámbito de su capilla y su comunidad, y no permitir su difusión en la universidad. La reacción no se hizo esperar, y el padre Guirao respondió con una carta pública que no solo defendía su derecho a opinar, sino que señalaba problemas estructurales en el mundo académico.

Las raíces de la universidad y la pérdida del debate 

Las universidades nacieron en el siglo XIII como un espacio de búsqueda del conocimiento, promovido por intelectuales cristianos que no temían someter sus propias creencias a un análisis crítico. En Bolonia, París, Salamanca u Oxford no solo aceptaban el debate, sino que lo consideraban esencial para avanzar en el conocimiento.

Sin embargo, hoy nos encontramos la paradójica situación de que en Occidente hay un miedo creciente a discutir ideas que no se alineen con lo políticamente correcto. Temas controvertidos como la ideología de género, el aborto, la eutanasia, la historia reciente o incluso la naturaleza del Estado son tratados, en muchos casos, desde perspectivas unilaterales, excluyendo voces disidentes.

El capellán Guirao, en su carta, no hace más que recordar lo que debería ser obvio en un espacio de educación superior: la universidad debe ser un lugar de debate libre, donde ninguna postura se excluya a priori. “El mutismo y la invisibilización no son opciones válidas en un entorno que busca la verdad”, afirma con firmeza. 

Un recordatorio incómodo

Más allá de la polémica, el caso del capellán resalta una pregunta crucial: ¿qué queremos que sean nuestras universidades? ¿Espacios de reflexión y búsqueda de la verdad, o zonas de confort ideológico donde solo se escuchen ciertas voces?

La crítica del capellán no está exenta de humor. Señala que, tras más de 20 años trabajando como capellán en la Complutense, su «contrato» ha sido de 0 euros, lo que le otorga una libertad que otros quizás no tienen. También responde al decano con una lista de preguntas que invitan al diálogo: ¿Nacemos hombre o mujer, o lo elegimos? ¿Qué nos impide autodeterminarnos en edad, raza o incluso especie? ¿Cuál es el fundamento antropológico de nuestras leyes?

Sus reflexiones incomodan, y eso es exactamente lo que hace falta en una universidad viva. La comodidad nunca ha sido aliada del progreso intelectual.

Recuperar el espíritu universitario

El debate suscitado por el capellán Guirao trasciende la universidad en la que trabaja. Se trata de una oportunidad para recuperar el sentido original de la institución universitaria: un lugar donde se persiga la verdad con rigor, libertad y valentía. Como bien señala en su carta, lo que denigra a la universidad no son las opiniones divergentes, sino la censura, la arbitrariedad en la gestión de recursos, y la falta de méritos en algunos puestos académicos.

El capellán no pide privilegios para las ideas cristianas, sino igualdad de oportunidades para que todas las perspectivas puedan expresarse. Tres años después del famoso debate sobre el papel de los intelectuales cristianos en la esfera pública, este sacerdote es un buen ejemplo de lo que significa dar la cara con valentía, buenos argumentos y caridad cristiana. 

En última instancia, lo que está en juego no es solo la libertad de un capellán para hablar, sino la esencia misma de lo que significa ser una universidad. ¿Permitiremos que nuestras instituciones sigan la senda de la autocensura? ¿O, como los intelectuales del siglo XIII, tendremos el coraje de debatir incluso lo que incomoda? 

El autorJavier García Herrería

Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.

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