La Relatora Especial de la ONU para la Libertad de Expresión, Irene Kahn, ha publicado un informe en el que recomienda a los gobiernos y a las empresas de redes sociales que silencien a quienes expresan opiniones tradicionales sobre el matrimonio, el aborto, la sexualidad y la identidad de género. En el informe se plantea que este tipo de opiniones son, en realidad, «desinformación sexista», una forma de «violencia de género». Por ello, en nombre de la libertad de expresión de las mujeres y las personas «no conformes con su género» esta funcionaria de la ONU señala que hay que silenciar a quienes critican la ideología de género, que es, según la señora Kahn percibe, una forma de coartar la libertad de expresión de las mujeres.
Mas allá de que el argumento nos resulte paradójico por lo que tiene de cercenar la libertad de expresión en nombre de la libertad de expresión, la consecuencia más inquietante es la senda de totalitarismo que está adquiriendo la cultura de la cancelación. Hay que apartar de la vida social a quienes estén a favor de la opción tradicional sobre matrimonio, aborto o sexualidad.
O sea, la cancelación de los católicos.
O sea, mi cancelación.
Hoy estar en contra del aborto o pensar que el matrimonio es una institución entre un hombre y una mujer es razón suficiente para ser estigmatizado y, por ello, apartado de la vida social y no digamos de la vida política. Es un ejercicio de auténtica tiranía que nos va ahogando poco a poco y a la que hemos dado carta de ciudadanía.
Hemos bajado la cabeza aceptando los postulados ideológicos que nos imponen y van contra nuestra conciencia y contra la propia naturaleza humana. No es posible ya ni siquiera un debate intelectual. La razón ha sido dejada a un lado para imponer un modelo único de pensamiento que no se puede cuestionar.
Ante esto los católicos tenemos dos opciones. La primera es la de aceptar el sistema y adecuarnos a él para sobrevivir como podamos, acogiendo los postulados que nos imponen y, en última instancia, haciéndolos nuestros, poco a poco. Se nos permite tener nuestros tiempos de adoración, rezar en nuestras iglesias, siempre que no salgamos de las sacristías.
La otra opción es alzar nuestra voz y simplemente defender lo que nosotros creemos, la verdad de la vida y la familia. Vivir una fe profundamente religiosa y de unión con Dios, que nos lleve al compromiso social y a buscar el bien de todos nuestros conciudadanos. Aunque esto sea, en muchos casos, nadar contracorriente.
En definitiva, debemos elegir entre ser una iglesia acomodada o una iglesia profética.
Una iglesia profética es una iglesia incómoda, como podemos ver en Nicaragua, por ejemplo. El testimonio de persecución a la que ha sido sometida la comunidad católica allí, incluida la expulsión de las órdenes religiosas o la encarcelación de sus obispos, es solamente la consecuencia última de ser verdaderamente coherentes con la fe y proclamar la verdad y la justicia. Aunque, como le ocurrió a san Juan Bautista, a los tiranos de cada tiempo no les guste oírla porque a los primeros a los que denuncia esa verdad es a ellos mismos.
Por eso una Iglesia profética es una iglesia incómoda y, en consecuencia, casi siempre acaba siendo una iglesia martirial.
En general, en América del Sur, aunque hay una alta presencia de iglesias evangélicas, es la Iglesia católica la que ha sido más atacada por los poderes públicos, precisamente por primar esta dimensión de denuncia profética. Si te preocupas solo de la alabanza no hay demasiadas aristas con las que uno pueda molestar a los poderosos. Pero si denuncias los desmanes de quienes gobiernan te arriesgas a que te cancelen, te expulsen o te metan en la cárcel.
En occidente impulsado por instancias poderosas como es la ONU, caminamos también por esa senda de la cancelación, como bien nos muestra la señora Irene Khan. El ejemplo de nuestros hermanos perseguidos y mártires en otros rincones del planeta nos debe alentar a elegir el camino de la fidelidad al Señor. Elegir ser una iglesia valiente y profética y no una iglesia acomodada y cobarde.
Delegado de enseñanzas en la Diócesis de Getafe desde el curso 2010-2011, ha ejercido con anterioridad este servicio en el Arzobispado de Pamplona y Tudela, durante siete años (2003-2009). En la actualidad compagina esta labor con su dedicación a la pastoral juvenil dirigiendo la Asociación Pública de Fieles 'Milicia de Santa María' y la asociación educativa 'VEN Y VERÁS. EDUCACIÓN', de la que es Presidente.